‘Lucky’, la maravillosa despedida de Harry Dean Stanton
Cuando David Lynch estrenó Una historia verdadera en mayo de 1999, en los pasillos de Cannes no se hablaba de otra cosa. Muchos se preguntaban cómo el director de Cabeza Borradora había filmado una obra tan aparentemente sencilla, tan poco 'rara' y tan profundamente bella. Sin embargo, genio y figura hasta la sepultura, Lynch afirmaba en una entrevista en el New York Times que aquella era posiblemente su película más experimental porque “la ternura puede ser tan abstracta como la locura”.
Lo cierto es que Una historia verdadera resultó ser también, tristemente, un testamento fílmico. El actor Richard Farnsworth, nombre de culto en Hollywood que había empezado haciendo de doble de acción de Kirk Douglas en Espartaco, vio su salud gravemente mermada tras su aparición en el film. Habiéndole diagnosticado un cáncer inoperable, se quitó la vida en su rancho seis meses después de terminar el rodaje.
Lucky podría ser, perfectamente, la secuela natural de Una historia verdadera. Aquel film terminaba con Farnsworth sentándose en el porche de Harry Dean Stanton, que interpretaba a su hermano. Entonces, este le preguntaba “¿Has venido con eso hasta aquí, solo para verme?”, señalando el cortacésped con el que el protagonista se había hecho 500 kilómetros, cruzando varios estados de la Norteamérica rural.
En esta ocasión, Stanton es el protagonista y David Lynch, en lugar de dirigir, interpreta uno de los papeles más brillantes del film. Con todo, y mal que nos pese, Lucky también puede leerse como un testamento: Stanton falleció en septiembre de 2017 a los 91 años. Esta es su última película.
El hombre cansado
Lucky sigue las andanzas de un hombre con la edad de Stanton, que vive en un diminuto pueblo cercano a la frontera con México. A pesar de su vejez, su rutina a penas se ve afectada por su progresiva falta de salud.
Todas las mañanas se levanta y hace cinco ejercicios de yoga mientras escucha rancheras. Luego va camino a la cafetería de su amigo Joe, se pide un café y pierde la mañana haciendo crucigramas. Más tarde vuelve a su casa y mata el tiempo viendo concursos de la tele, hasta que llega la hora de ir al bar. Entonces se sienta en la barra, se pide un bloodymary… y vuelta a empezar. Hasta que un día, de repente, sufre un desvanecimiento y cae de bruces al suelo. Entonces se empieza a preguntar qué va a ser de él cuando fallezca.
Stanton encarnaba un tipo de figura en Hollywood hoy casi extinta. Era la viva imagen del character actor, robaescenas clásico que casi siempre interpretaba el mismo papel, pero que solía meterse al público en el bolsillo en cuanto aparecía en escena. Su mirada profunda y perdida, su complexión y su gesto irónico pero cansado de serlo, podrían haber tenido la culpa. Hizo casi doscientas películas pero solo protagonizó dos: París, Texas, la grandísima película de Wim Wenders, y la que nos ocupa.
Todo eso parece flotar en el aire seco de Lucky, debut en la dirección del actor John Carroll Lynch -que no tiene parentesco alguno con el creador de Twin Peaks-. Decadente y delicado retrato del hombre cansado. Un primer film que dibuja una bella alegoría en torno al peso que cargamos y no se ve y la necesidad de soltar lastre. Pero también, que aborda con inteligencia la vejez, los peligros de una vida vacua, la progresiva acritud de carácter y la imposibilidad de olvidar.
Con una claridad expositiva y una escasez de medios asombrosa, que no hace más que subrayar su particular atmósfera, John Carroll Lynch ha perpetrado uno de esos debuts de solidez incontestable que aparecen cada pocos años en nuestras pantallas. Y, además, una pieza de coleccionismo extracinematográfico que tendrá su hueco en el corazón de muchos cronistas cinematográficos.
Tortugas viajeras y surrealismo lynchiano
David Lynch interpreta en Lucky a un viejo amigo del protagonista, un hombre abrumado y profundamente preocupado por la desaparición de su tortuga llamada Presidente Roosvelt. Sus vecinos se burlan de él, pero él defiende que el quelonio terrestre es uno de sus mejores amigos, y de los más sabios. “Lo que todos veis en los galápagos es su lentitud, pero lo que yo veo es el peso que acarrea a sus espaldas. Es para protegerse, sí, pero al final será el ataúd en el que acabará enterrado. Y tiene que llevar eso arrastras toda su vida. Vosotros reíros, a mí me comnueve”, dirá su personaje en uno de los momentos más hilarantes y memorables de Lucky.
La opera prima de John Carroll Lynch es un western crepuscular sencillo y si solo fuese eso ya sería un magnífico film. Sin embargo, gracias a la presencia del director de Terciopelo Azul, que contamina el guión de forma irremediable, Lucky se descubre por momentos como una comedia dramática surrealista. Su valor la engrandece a medida que se transforma en sátira existencialista.
Con todo, su visionado se carga de un sentido melancólico. Lucky sostiene que nuestra vida solo tiene sentido si la vivimos con los demás, tesis sintetizada en una escena emocionante en la que Harry Dean Stanton canta en su castelllano de Kentucky la ranchera Volver, Volver. Pero que ni tan solo compartiéndola, la vida va a prepararnos para cuando llegue el vacío de la muerte. Sin embargo, cuando llegue, habrá que sonreír pues será lo último que nos quede.