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Papusza, la primera poetisa gitana

La gitana que añoraba el nomadismo

Pedro Moral Martín

La familia de Papusza era nómada y la naturaleza era su hogar, los bosques, los ríos, los caminos. Al grupo de familias que viajaban juntos se le llamaba tabor y éste estaba compuesto por carromatos, delante hombres y detrás mujeres. Arriba el cielo de Polonia, azul, limpio, lleno de luz y vida, abajo el pedregoso camino que surcan las ruedas de madera empujadas por caballos. La cámara de Joanna Kos y Krzysztof Krauze retrata en un fascinante blanco y negro los encantos de la vida calé pero también sus calamidades. Y la figura central de este drama hiperrealista es Papusza, la primera poetisa gitana que ha visto su obra publicada en su país a través de escritores como Julian Tuwim o Jerzy Ficowski.

La historia de Bronislawa Wajs (el nombre polaco de Papusza) es una terrible tragedia marcada por la guerra, por la amenaza constante del mundo gadjikane (no gitano) y por la nostalgia de nada, del camino que lleva a ningún sitio. La melancolía que se suele basar en la patria no tiene sentido en la cultura romaní, “volver a la patria” ¿Qué patría? Los gitanos no tienen hogar, solo una utopía y un largo camino que recorrer. El tabor de la poetisa bajaba por los bosques orientales de Volinia hasta el sur de Ucrania. Eran arpistas, transportaban sus instrumentos y a veces paraban un día o dos en alguna aldea. Esos fueron los momentos que la gitana aprovechó para aprender a leer. Más tarde se lamentaría.

Según la cronista Isabel Fonseca, Papusza cantaba con un estilo inconcebible para la tradición gitana, cantaba sobre el bosque, sobre lugares específicos, sobre su pueblo, sobre hechos concretos que acaecían en su tabor y cantaba, también, sobre las penurias que durante la guerra pasaron gitanos y judíos en su canción titulada Lágrimas de sangre: lo que pasamos bajo los alemanes en Wolhiynia en los años 43 y 44. El poeta polaco Ficowski la vio cantar y se enamoró de su talento. Cuando sus canciones y poemas aparecieron publicados en varias revistas y periódicos ella ya tenía 40 años, ya estaba casada y cuidaba de un niño que encontró entre cadáveres durante la guerra y que adoptó con el beneplácito de un marido que siempre atacó su incapacidad para engendrar.

Le llegó la fama y lo que podría haber sido una bendición se transformó en el desprecio de todo su pueblo, que la acusó de vender sus secretos y costumbres obviando el amor que esta había impregnado hacia todos ellos en cada uno de sus versos. La amenazaron y la desterraron para el resto de su vida, a ella y a su viejo marido. Justo en esa misma época lo que puede considerarse como ‘el problema gitano’ se convirtió en una importante cuestión de estado que se solucionó poniendo en práctica los asentamientos para el pueblo romaní. Disminuyó el analfabetismo entre la etnia pero los oficios gitanos desaparecieron para siempre, una larga lista de costumbres y tradiciones culturales y artísticas murieron por culpa de las prejuiciosas leyes. El pueblo pagó su rabia con Papusza, por colaborar con un gadjo.

Excelsa fotografía y saltos en el tiempo

La película de Joanna Kos y Krzysztof Krauze, que ganaron por este trabajo el premio a Mejor director en la Seminci de Valladolid de 2013, tiene dos elementos, uno en su forma y otro en su fondo, que resultan claves para este imperfecto pero gratificante biopic literario. Primero la preciosa fotografía de Krzysztof Ptak, cuyo blanco y negro resulta siempre sublime, queriendo decir mucho más de lo que se cuenta en las imágenes. Cada fotograma es una obra de arte donde la luz y la sombra están perfiladas y esculpidas con originalidad y destreza. El contraste es mucho más fuerte que en Ida, el último gran blanco y negro del cine, y tiene todo el sentido ya que tanto la personalidad de Papusza, como su vida llena de penurias, como la propia existencia de los gitanos que cantan y bailan alrededor de las hogueras, cuando no se esconden de los disparos alemanes, está repleta de sensaciones y sentimientos incompatibles.

Cada plano con su perfecta iluminación está destinado a contar algo o hacer sentir algo. Los picados y los primeros planos abundan, hay escenas a cámara lenta, con un ritmo contemplativo y también escenas con acción. Los directores polacos buscan potenciar al máximo el dramatismo de la historia. Y esto nos lleva al segundo elemento definitorio en el estilo del filme, el desorden de los flashback que van rellenando la película. De manera aleatoria los directores nos van presentando capítulos importantes en la vida de Papusza mientras nosotros tenemos que armar el puzzle.

A medida que somos introducidos en el universo gitano y en la vida de la poeta, cuya actriz está lejos de aguatar el carisma de su personaje, los flashback van saltando para potenciar el dramatismo. Cuando ya conocemos todos los detalles de esa amarga relación que la gitana tiene con su marido se nos muestra casi al final la forzada boda entre ambos, ella demasiado joven llora antes de tomar como esposo a un consagrado (y ya maduro) intérprete de arpa. Esta escena mostrada en un riguroso orden cronológico no tendría el mismo impacto. Sin embargo, este arriesgado truco de guion hace peligrar el ritmo del filme ya que tal galimatías temporal no siempre funciona tan bien.

Pero sí hay dos cosas en orden: el principio y el final. Y en ambas está la condena por su pueblo de Papusza y la terrible nostalgia que nunca la abandonó, ni a ella, ni a los gitanos. A la madre de la poeta le dijeron que era mala idea llamarla Papusza (Muñeca). Como un mal de ojo anunciado prematuramente al final de su vida la artista gitana estaba sola, tan sola como una muñeca desechada que ya no sirve.

Nadie me comprende,

sólo el bosque y el río. Aquello de lo que yo hablo ha pasado todo ya, todo, y todas las cosas se han ido con ello... Y aquellos años de juventud.

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