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Cinco píldoras biográficas para tomar antes de ver la última de Pedro Almodóvar

Almodóvar con sus dos padres en 'Dolor y gloria'

Mónica Zas Marcos

Julieta (2016) fue el muro de contención de Pedro Almodóvar. La prueba de que, si el exceso no convencía en su ansiado festival de Cannes, era capaz de ofrecer un drama contenido e intenso de los que ganan la Palma de Oro. Allí se estrenó, compitió, pero no ganó, y por si fuera poco en suelo español no fue especialmente celebrada.

Por suerte, el nuevo Almodóvar respondió a una etapa de maduración que culminó con el rodaje de su siguiente película, que llega a los cines el próximo 22 de marzo y que ya hemos podido ver en eldiario.es.

Dolor y gloria es la continuación natural de Julieta en cuanto a estética y calado, pero recupera el humor que tanto se echaba en falta en aquella. Todo lo que tiene de loca, descarada y estrambótica, lo tiene también de nostálgica, culta y dolorosa. Porque la nueva película de Almodóvar solo bebe de una fuente de inspiración: Pedro.

“Mis películas me retratan, pero no de un modo inmediato y evidente”, nos dijo hace tres años el manchego en las oficinas de El Deseo, su productora. En esta ocasión, no hay un reflejo más claro que el de Antonio Banderas metiéndose en la piel, las canas, el colorido apartamento y las camisas estampadas del sexagenario director. Dolor y gloria es el único desnudo integral de la filmografía Almodóvar sin necesitar torsos, glúteos ni penes (o casi).

El director ha prometido que nunca escribirá su biografía porque ya está incluida en las 20 películas que ha hecho hasta ahora. Y, aún así, le faltaban cosas por contar. Por primera vez, el guion narra al pie de la letra hechos como su infancia, la relación con su madre, la soledad del cineasta estrella o envejecer pagando los excesos de la Movida. Puesto que hay bastantes 'Pedros' reconocibles en Dolor y gloria, conviene repasarlos antes de enfrentarse a la cinta más íntima de Almodóvar. 

El Pedro rural

El pueblo que aparece en Dolor y gloria no es la Calzada de Calatrava que vio crecer a la progenie de los Almodóvar. La pobreza con la que convivió durante la dictadura franquista, sin embargo, es la misma que se refleja en la película. Al proceder de una familia de arrieros, Pedrito no tuvo más remedio que acceder a los estudios a través de un seminario de curas.

Antes de abandonar su hogar, Almodóvar recuerda con especial cariño el río de su pueblo, donde acompañaba a su madre y a las vecinas a lavar. Lo desveló durante la promoción de Volver (2006), quizá el mayor homenaje a sus raíces rurales, y lo deja patente en la escena inicial de Dolor y gloria (en la que aparece Rosalía). Las mujeres cantaban, frotaban la ropa con su propio jabón y tendían las sábanas sobre la hierba.

“El río era una fiesta. Fue también en sus aguas donde descubrí unos años más tarde la sensualidad. Sin duda, el río es lo que más añoro de mi infancia y pubertad”, dijo en ese momento.

El Pedro maternal

No hace falta ser muy docto en la biografía de Pedro Almodóvar para conocer a doña Paquita, su madre. “Al principio eras muy guarro”, dice la matriarca en un reportaje. “¡Mamá, cómo que guarro! Eran los ochenta”, replica su hijo mayor. Sin embargo, fue Francisca quien despertó su espíritu creativo leyéndole las poesías que ella misma escribía.

Desoyó los deseos de su marido, que le pidió que convenciese a Pedro de ganarse el porvenir en la Telefónica. Murió en 1999 siendo una mujer muy consciente de que la vida de pueblo no era la que se merecían sus tres hijos, pero tampoco renegaba de su naturaleza paisana, siempre pendiente de lo que pensasen las vecinas. En la película, Almodóvar se muestra como un niño cariñoso, un joven despreocupado y un adulto apegado a su anciana madre, interpretada por Penélope Cruz. 

Casi diez años más tarde, y después del ejercicio terapéutico que supuso Volver, el cineasta reconoce que no ha superado la muerte de la mujer más importante de su vida: la verdadera “dama Almodóvar”.

El Pedro de la Movida

Aunque no se refleja claramente en pantalla, Dolor y gloria rememora la frivolidad, la fantástica marcha y los coqueteos con la droga de la Movida a través de sus diálogos. Esta última es el centro neurálgico de la cinta, la que inspira los déjà vu más dramáticos y también los momentos más cómicos.

En la película, el director se reúne con un viejo actor al que no ve desde hace treinta años –¿quizá un guiño a Eusebio Poncela?– por culpa de su adicción a la heroína. Él fue la estrella de su cinta más famosa, pero le apartó de toda la promoción y no le ayudó a encaminar de nuevo su carrera. De cierta manera, Almodóvar critica la actitud férrea que mantuvo en los noventa contra las drogas y más en comparación a lo que él mismo hizo en la década anterior. 

“El éxito se lo regalaba al primero que me lo pidiera, aunque prefiero vivir como vivo ahora, porque aquel ritmo era mucho más divertido pero imposible de seguir. Las drogas y el sexo habrían acabado conmigo”, confesó en un recopilatorio de sus escritos publicado en los años 90.

El Pedro achacoso

Ya lo dijo hace dos años: “La vejez no es una enfermedad, es una masacre”. Y así es presentada textualmente en Dolor y gloria. Al personaje de Salvador, el de Banderas, le duele el cuerpo y el alma por culpa de las cefaleas, las migrañas, la ciática, el dolor de espalda, el insomnio y la depresión.

Aunque no se prodiga demasiado al respecto en las entrevistas, detrás de sus icónicas gafas de sol se esconde la enfermedad de la fotofobia, que le produce unos dolores de cabeza molestos. Ese miedo a envejecer es lo que le lleva a hacer un recorrido por su pasado en busca de la nostalgia, lo que salva a su álter ego a través del regreso al trabajo y lo que seguramente le haya salvado a él también con Dolor y gloria.

El Pedro Almodóvar

Salvador es un tipo ególatra pero desanimado. Depresivo, pero muy consciente de los hitos que ha conseguido con su cine, de la vaca sagrada en la que se ha convertido y de su impacto en el sector internacional. Almodóvar también lo es. Y este reflejo tan insufriblemente fiel de sí mismo le convierte en un narrador honesto que no le teme a escribir su propia parodia.

Se presenta como un director difícil con sus actores, a los que trata con despotismo y superioridad. En el mundo real, no son pocos con los que ha terminado a la gresca o los que en las entrevistas dicen con la boca pequeña que es “demasiado exigente”. Lo admite en Dolor y gloria, pero también ofrece su particular aclaración en forma de background familiar, amoroso y un poco hipocondríaco.

Quizá sea un mea culpa, un perdón o una petición de entendimiento, pero es innegable que pocos saben sacudirse el ego sin artificios como lo hace Pedro Almodóvar.

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