Una familia japonesa convive en una casa pequeña en la que todos duermen, comen y hasta mantienen alguna relación sexual apiñados. No comparten la misma sangre, pero conviven bajo el techo de una anciana por interés económico y por pura supervivencia. Un día, padre e hijos postizos se encuentran a una niña sola en una casa y deciden llevarla con ellos. Está llena de marcas, arañazos y golpes.
Ante la coyuntura, el clan acuerda que han de devolverla a su hogar, pero en su intento, escuchan cómo una pareja discute y el hombre termina pegando a la mujer, que no deja de gritar. Lin se convierte así en el último miembro de esta peculiar comunidad.
El cineasta Hirokazu Kore-eda se vale de esta historia para plasmar la fuerte desigualdad, pobreza y diferencia de clases patente en su país natal. “Japón es posiblemente uno de los países desarrollados que menos dinero dedica a la educación de los niños”, lamenta el realizador tras presentar el título con el que ganó la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes, Un asunto de familia. Ahora ha regresado a España, en su habitual cita al certamen de San Sebastián, donde suma galardones con el Premio Donostia, siendo el primer asiático en conseguir la gesta.
Ante su éxito en el concurso francés, el gobierno japonés quiso reconocer su mérito, y el realizador lo rechazó en rotundo. “No quiero que me utilicen para lavar su imagen. Lo intentan con aquellas personas que hemos conseguido notoriedad en el extranjero, ya sean cineastas, deportistas o artistas de otra índole, y yo no quise aceptarlo”, explica desde la ciudad donostiarra. Y añade que en su tierra, “lo normal es que todo el mundo se deje llevar por la corriente, por eso mi negación ha sido concebida como algo muy extraño”.
Predilección por el Zinemaldia
“Prácticamente puedo decir que sigo haciendo películas para venir a San Sebastián”, reconoce con humor. El director es uno de los habituales del certamen desde que en 1998 optara a la Concha de Oro con su segunda cinta, After life. Fue candidato a la misma otras tres veces, por Hanna (2006), Still walking (2008) y Milagro (2011), con la que sí obtuvo el premio al Mejor guion. Es igualmente uno de los realizadores preferidos por los espectadores, que le han otorgado en dos ocasiones el Premio del público, por De tal padre tal hijo (2013) y Nuestra hermana pequeña (2015).
El pasado domingo, subió al escenario del auditorio Kursaal para recibir entre lágrimas el Premio Donostia. Parte de la emoción llegó de la mano del recuerdo de la recién fallecida actriz Kirin Kiki, habitual en sus largometrajes, y protagonista de este último. En una entrevista con eldiario.es horas antes, no dudó en mostrar con nostalgia una fotografía en la que aparecían juntos en su paso por el certamen hace dos años.
“Alguna vez he llegado a pensar en ella como una segunda madre”, declaró desde el corazón, al tiempo que pasaba su teléfono móvil en la habitación del Hotel María Cristina donde tuvo lugar el encuentro con la prensa.
Kiri interpreta a la anciana de Un asunto de familia. “Fue ella la primera que entendió que la idea era filmar a una anciana en condiciones, y que para ello debía aparecer sin su dentadura postiza y con el pelo largo y desaliñado”, explica alabando su labor como persona e intérprete. Su personaje es el eje que une a los individuos que tiene alojados en su casa cuyo vínculo, tras su muerte, comenzará a desintegrarse.
La familia, tema central de su filmografía
La fragilidad infantil, el desarraigo, el cuestionamiento moral de la sociedad y la familia son algunos de los temas centrales de la filmografía de Kore-eda, y que están presentes en su último título. “Quería hacer una historia sobre cómo alguien llega a convertirse en madre o en padre”, confiesa el cineasta, “dentro de esta familia que va aumentando no necesariamente por cariño, pero que aun así está unida”.
Sin embargo, ocurren tres acontecimientos que conllevan a su desintegración, según el director: “La muerte de la abuela, el sentimiento de culpabilidad del niño y la presión exterior de la sociedad”. El pequeño del que habla, especialista en robar en supermercados para llevar un plato a la mesa por las noches, o adquirir los productos de higiene que necesitan, llega un momento en el que duda sobre el bien y el mal, superado por el remordimiento.
Arraigado a sus temáticas habituales, el cineasta ha conseguido volver a ganarse el corazón de público y crítica, entramando una nueva historia con su personalísimo manejo de la narrativa y los tiempos cinematográficos. A sus 56 años, no es baladí vaticinar que el japonés volverá a San Sebastián a presentar nuevos largometrajes, de los que también auguramos que repetirá siendo crítico con el gobierno de su país y adentrándose en las rencillas de las parentelas.
“Mi situación personal ha ido cambiando la mirada que tengo sobre la familia en mis películas”, admite, por lo que después de haber perdido a sus progenitores, haber sido él mismo padre, queda pendiente deleitarse con su visión del núcleo familiar, una vez nazcan sus futuros nietos .