Hay en todas las películas que triunfan en el Festival de Sundance una atmósfera muy parecida. Como si todos los directores tuvieran el mismo mundo interior, el mismo bagaje intelectual y sentimental, como si la pesadilla de Michael Shanon en Take Shelter ocurriera en el mismo universo en el que John Hawkes acosaba a Elizabeth Olsen en Martha Marcy May Marlene o muy cerca de donde Miles Teller y Shailene Woodley se enamoraban en The Spectacular Now, por decir tres ejemplos de este último lustro.
En el Festival de Sundance se siguen descubriendo nuevos directores y ensalzando pequeñas joyas que de otro modo caerían en el olvido, como la incontestable (y última ganadora) Whiplash. Pero cada año se acumulan en taquilla títulos que llegan apadrinados desde allí y que repiten argumento, estilo, actores y ese tufillo indie. Las historias de amor amargas como Blue Valentine o En un lugar sin ley se multiplican. Actores como John Hawkes o Juno Temple parecen abonados al festival. Las películas son cada vez más mainstream y menos independientes. Aunque eso tampoco importa demasiado, lo molesto es la falta de sustancia de algunos títulos: películas tan vacías como La vida en una canción protagonizada por Anne Hathaway o tan lamentablemente manipuladoras como Furtive Station, que ganó el festival en 2013.
La última en ganar el premio del jurado y el premio del público se titula Yo, él y Rachel, y cuando el espectador se siente delante de esta película basada en el best-seller de Jesse Andrews puede que lo haga porque sencillamente es la última criatura de Sundance. Y sí, pero no. La cinta de Alfonso Gomez-Rejon ha transformado la adaptación de Andrews en una metaficción donde caben muchos títulos más. Estamos ante un collage de historias y de estilos donde dos géneros no paran de enfrentarse todo el rato, la comedia más negra y el drama más triste. Donde aparece Michael Gondry, la nouvelle vague, El graduado y Wes Anderson, sobre todo, Wes Anderson.
La película narra la amistad de Greg Gaines, un estudiante de secundaria cínico y torpe, con Rachel, una chica de clase a la que acaban de diagnosticar leucemia. La historia está contada desde la perspectiva de Greg y es la madre de éste la que le obliga a socializar con ‘la moribunda’. El estilo de Andrews es hilarante y de una comicidad radical, ¿cómo si no puede construir una historia tan divertida sobre el cáncer? Aunque no es el cáncer el tema principal, claro, todo esto va sobre la amistad, el amor y sobre aprender y crecer siendo fieles a nosotros mismos.
Cómo ser Wes Anderson
La película en sí misma podría definirse como un gran intento de ser Wes Anderson, precisamente, uno de los hijos de Sundance. A continuación, las pistas:
–Rachel es como una heroína del universo Anderson. Olivia Cooke, que interpreta a Rachel, es inteligente, divertida y entra en el juego de Greg porque no está por la labor de que la compadezcan. Rachel roza la genialidad, como Margot Tenenbaum. Su imaginación es explosiva. Es melancólica y no tiene la risa fácil. Excéntrica, compleja y en definitiva arrebatadora cuando ya la conoces. Y lo maravilloso es que Gomez-Rejon evita caer en el melodrama y nunca deja que sus protagonistas se enamoren.
–Greg se ve anulado completamente por la chica más guapa y popular del instituto (la primera que ha desarrollado sus encantos). Contar esa sensación universal por la que pasan todos los chicos tímidos a lo largo de su adolescencia puede hacerse de muchas formas, pero el director de Yo, él y Rachel opta por hacerlo al estilo de Mr. Fox, a través de stop motion con escenas llenas de ironía y un excéntrico sentido del humor.
–Planos, contraplanos, travelling, picados y cenitales. Todos los encuadres que Anderson utiliza en sus pintorescos montajes también están aquí: en las conversaciones de Greg y Rachel, en los vídeos caseros de Greg y Earl o en la caricaturización de los secundarios, en los pasillos del instituto y en la habitación de la niña moribunda. Solo falta el encuadre más peculiar (y popular) del universo Anderson, ese plano perfectamente simétrico que es una auténtica obsesión para el director de Viaje a Darjeeling.
Rebobine, por favor
Pero ¿por qué exactamente Yo, él y Rachel no termina siendo una descarada copia de Wes Anderson ni tampoco la típica criatura de Sundance? Afortunadamente, el filme se mueve entre muchos tonos y homenajea a tantas películas distintas que la obsesión de Gomez-Rejon por el director de El Gran Hotel Budapest, y por mantener una actitud indie, se diluye por todo el metraje.
Greg es un adolescente muy listo, tan listo, que prefiere no relacionarse con nadie para no dar explicaciones de su excéntrico genio. Solo habla con Earl, que es su único amigo, y ni siquiera eso, es su compañero de trabajo. Ambos se dedican a hacer remakes absurdos de clásicos con títulos tan locos como Eyes Wide Butt, 2:48 Cowboy o A Sockwork Orange. A través de estas piezas maestras Greg pone el cinismo y Earl la sabiduría a una visión del mundo que cambia radicalmente con la irrupción de Rachel en la historia. Ambos deben hacer una película sobre ella.
Este ejercicio cinematográfico de reverenciar clásicos con gracia y segundas lecturas lo hizo Michel Gondry con Rebobine, por favor, una película igual de libre e hilarante, y casi tan conmovedora como Yo, él y Rachel. La película protagonizada por Jack Black y Mos Def tenía más de metaficción, más de cine dentro de cine. En la última ganadora de Sundance lo que hay es más vida dentro de vida.
Gomez-Rejon, con sus referencias a El graduado a través del divertido personaje de la madre de Rachel, a los 400 golpes de François Truffaut (Greg es un poco Antoine Doinel) o con ese final tan sensible que recoge reminiscencias de Cinema Paradiso, nos desafía con esta celebración de la adolescencia llena de ironía y creatividad donde el cáncer aparece como tensor dramático de forma moderada pero despiadada. No estamos ante la típica película de Sundance, esto es una pieza audiovisual (casi un puzle) bastante complejo.