Ramona, una heroína obrera y gallega para conquistar Berlín
El cine español no suele mirar a la clase obrera. O no lo ha hecho durante muchos años. En una industria donde durante largo tiempo se ha producido lo que querían las cadenas privadas (y ahora las plataformas), el trabajo, el barrio y lo cotidiano eran considerados poco atractivos. Las escasas veces que se ponía al trabajador en el centro se hacía dando voz a los hombres. Eran ellos los que se deslomaban. Una de las películas más importantes sobre el trabajo en España, o sobre la ausencia del mismo, es Los lunes al sol, en donde en el grupo de personajes protagonistas no había ninguna mujer.
Ellas estaban de secundarias, como apuntes al margen, cuando nadie sabe mejor que una mujer lo que es currar para mantener a una familia y llegar a final de mes, además de trabajar en eso que siempre se ha llamado ‘labores del hogar’. Pero el cine español de 2023 no es el mismo que el de hace veinte años. Una nueva generación de directoras y directores miran al trabajo, hablan de lo íntimo para convertirlo en político, y en ese marco, en esa nueva ola de cine español se enmarca el debut de Álvaro Gago en la dirección, Matria, que compite en la sección Panorama del Festival de Cine de Berlín.
Matria es cine social donde las que tienen, por fin, el protagonismo son ellas. Las obreras gallegas que limpian la fábrica, que trabajan en la conservera, que encordan y desdoblan mejillones. Que se dejan las manos y luego hacen una tortilla de patata para sus hijos cuando llegan a casa. Gago parte del material con el que ya triunfó en el cortometraje del mismo nombre y lo convierte en una oda realista a las obreras de su Galicia natal. Lo hace contando la historia de Ramona, una heroína cotidiana a la que da vida una María Vázquez que desde ya debería apuntar a todos los premios de interpretación posibles. Su Ramona es nervio, retranca gallega, coraje y energía. Vázquez aprendió las labores que realiza su personaje, y hasta se fue a coger mejillones en un barco.
Un relato del machismo de la sociedad, de la doble penalización por ser mujer y de clase obrera. Realidades que no aparecen en el cine porque “hay poca clase obrera haciendo cine”. “Eso es algo que poco a poco hay que ir conquistando, y yo creo que ahí es fundamental acercar el cine a donde no llega. Ir a colegios e institutos y pasar estas películas y no abandonarlas después de que salen de las salas. Plantarnos ahí y hablar con los chicos, con las chicas y pelear porque el cine esté presente. Hay que dar pasos de cara a una diversidad cada vez más real y eso no vendrá sino a enriquecemos el ecosistema fílmico global”, cuenta Gago desde el Berlinale Palast pocas horas antes de la puesta de largo del filme.
María Vázquez asiente a su lado y añade que “la precariedad es peor en la mujer”. “Tiene que encargarse de los cuidados de fuera y de los cuidados de su casa, que son trabajos donde estás trabajando de sol a sol sin descansar ni tener un segundo para ti, por un sueldo indigno que no te da para sobrevivir prácticamente. Creo que poco se habla de esto, así que dar visibilidad, a mí, como mujer, me encantó y pocas veces tienes la oportunidad de trabajar en proyectos que te muevan tanto, que tengan que ver tanto con lo que tú quieres contar en la vida. Es un lujo”, explica la actriz a la que este año se ha visto en Apagón y que en 2023 estrenará también Los pequeños amores.
Hay poca clase obrera haciendo cine. Eso es algo que poco a poco hay que ir conquistando, y yo creo que ahí es fundamental acercar el cine a donde no llega. Ir a colegios e institutos
Desde su propio título, el filme habla de ese falso discurso del matriarcado gallego, un término que ambos desmontan ya que ha hecho que las mujeres gallegas trabajen tanto fuera de casa como dentro sin que nadie se lo reconozca. “Te lo meten ahí, porque les conviene políticamente y queda guay ese discurso de que en Galicia se les da el lugar a las mujeres, que en Galicia mandan ellas”, comienza Vázquez. “Sí, los cojones”, interrumpe el director, y continúa con su argumento sobre cómo se construyó un “mito patriarcal” en torno a estas mujeres que en Galicia “salían a trabajar sus tierras”. Un título que “también responde como a una sensación que tengo yo de patria como concepto y palabra un poco estéril y matria como un lugar en el que quiero vivir y un lugar que me hace sentir bien, un lugar que me acoge y que a mí, como hombre, me acepta con mis vulnerabilidades también”, añade sobre la parte positiva de ese concepto.
“Estas mujeres están trabajando fuera, llevan toda la carga, y esto creo que para el hombre ha sido maravilloso porque había muchos hombres ausentes que se consideraban buenísimos porque nunca decían nada, nunca reñían y dejaban que ellas gestionaran, pero esas mujeres iban al campo, llegaban a casa, ordeñaba las vacas y encima en las fiestas del pueblo, ellas estaban en la cocina sirviendo a todos los señores. Esto yo lo he vivido, lo he visto en casa de mis abuelas, o sea que no fue la prehistoria y nos decían que era un matriarcado. Y curiosamente, hasta que no tienes más uso de razón no te lo cuestionas”, dice la actriz.
La mirada del director dignifica todos los trabajos que va encadenando Ramona mientras intenta recopilar dinero para pagar los estudios de una hija con la que tiene una relación complicada. Esa mirada era fundamental para él: pensó mucho en cómo abordarla y le dio “grandes dolores de cabeza”. “Me preguntaba desde qué ángulo filmar a estas personas, si grabar sus manos, sus rostros… Hacerlo desde arriba no me sale, quería ponerme a su altura, mirarles a los ojos, de frente. Creo que son oficios que sostienen un poco al país y que por supuesto que hay que dignificarlos”.
Aunque el tono de la película sea realista y nunca lo abandone, es en su final donde Matria da una sensación de ligero optimismo, de empoderamiento y de libertad, una decisión que Álvaro Gago cree que era importante para mostrar “que la revolución íntima de cada uno es posible”. “Creo que, en todo caso, para Ramona no es un final 100% optimista. Es un final que contiene muchas aristas, pero sí que creo que es una película 100% optimista para la audiencia que se refleja en el retrato de Ramona en la pantalla. Necesitamos referentes en la ficción”, zanja.
Ambos bromean sobre la cantidad de cine gallego que hay en la Berlinale. “Tenemos a Amancio Ortega y la Berlinale, yo temblaría”, dice entre risas María Vázquez, que destaca el reflejo real que el cine de esta nueva generación de directoras hace de una España diversa, donde “conviven muchas lenguas que parece que queremos aniquilar, que son el demonio”. “Creo que cuanto más las expongamos y que todo el mundo vea cómo somos, que somos muy diferentes en cada zona, pero que somos España y que convivimos, pues se normalizará también y no se utilizaría tanto políticamente, que es algo que interesa, pero creo que realmente el conflicto es más externo que otra cosa”.
Álvaro Gago estudió junto a Carla Simón y Mikel Gurrea en la London Film School. Hablan, se leen los guiones, se apoyan… También estuvo en La Incubadora de la ECAM junto a Estíbaliz Urresola, que presenta en Sección oficial su debut, 20.000 especies de abejas, y cree que en todos hay “unas ganas también de avanzar como colectivo y un interés en buscar un cierto tipo de verdad en las películas y que se encuentra, no de manera aleatoria, lejos de las urbes”. Nombres de una nueva generación que viene a revolucionar el cine y a contar esas historias que antes quedaban relegadas a personajes secundarios o figurantes con frase y que ahora toman la importancia que tienen en la vida real.
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