La gran dama del cine y el teatro, y la mejor actriz española según Berlanga, Rosa María Sardà, ha fallecido a los 78 años por culpa de un cáncer “invencible”, como confesó la actriz en su última entrevista con Jordi Évole durante el confinamiento. “El cáncer siempre gana, no se lucha contra él”. No se aplicaba tapujos al hablar de su enfermedad, calma y serena, como demuestra este otro fragmento inédito en Lo de Évole.
“Morirse es una consecuencia de estar vivo, pero aquí no nos preparan para ello”, admitió. También lo escribió al final de su libro Un incidente sin importancia: “Qué complicado es morirse en el primer mundo, y qué caro”. Pero a pesar de la crudeza de sus palabras, que aplicaba tanto al cáncer como a los políticos, Rosa María Sardà tiraba de humor e ironía para enfrentarse a realidades sociales incómodas. Y lo hizo así desde el comienzo de su carrera.
El noviembre pasado, durante un encuentro con su hermano Xavier Sardà, recordó lo mucho que le costó que la tomaran en serio hasta convertirse en “la actriz que yo quería”, aunque nunca lo consiguiera del todo. “He tenido que ensuciarme mucho las manos y hacer muchas tonterías”, le confesó al célebre periodista.
Entrenó la vis del humor en la televisión con Les nits de la tieta rosa -en blanco y negro e idioma catalán-, lo que le lanzaría a protagonizar y dirigir sus sketches en Olé tus videos y Ahí te quiero ver, de TVE, entre 1984 y 1987.
“Tengo más sentido del humor que del honor”, diría hace dos años, lo que para ella era sinónimo de tener una cabeza bien amueblada. Lo había heredado de su abuelo, payaso y titiritero antes de la Guerra Civil. De él recibió la gracia y el republicanismo.
Aunque reivindicaba su vena cómica, también trabajó duro sobre tablas y escenarios para ser reconocida como actriz dramática. Por eso, mientras hacía reír a las familias de la Transición, se dejaba caer por los platós de TV3 para regalar grandes episodios como el de La rambla de les floristes de Sagarra en su 50 aniversario.
“¿Ve estas flores y esta Rambla? Esto es mi vida, mi orgullo y mi reposo. Yo nací aquí, y vendiendo rosas he llegado a mayor. Ahora me siento alicaída, si me sacan de la Rambla me matarán, porque aquí yo respiro un aire libre [...] No comprendo otra ley de vida”, pronunció en la piel de Antònia y a las órdenes de Orestes Lara en los 80.
El primer cineasta en fijarse en la camaleónica de Sardà fue Berlanga, que la introdujo en el rodaje de Moros y Cristianos (1987). “Llegué muy mayor al cine”, pero no lo suficiente como para pasar desapercibida entre los tótems de nuestra industria, a los que regaló sus virtudes bien entrenadas.
En la década de los 90 fue de la mano de Fernando Colomo en El efecto mariposa, de Ventura Pons en Caricias y Amigo/Amado, de Francesc Betriu en La duquesa roja, de Fernando Trueba en La niña de tus ojos, y de Manuel Gómez Pereira con ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, que le abrió por primera vez las puertas de la Academia con su Goya a la mejor actriz de reparto (que volvería a ganar con Sin vergüenza, de Joaquín Oristrell) y la descubrió como la mejor presentadora que los premios han tenido a día de hoy.
Bajo su batuta entre los años 1993, 1998 y 2001, los Goya premiaron una remesa de importantes películas en las que ella también tenía un papel, como Todo sobre mi madre (1999) de Pedro Almodóvar o Te doy mis ojos (2003) de Icíar Bollaín. Mientras tanto, fue regresando poco a poco al teatro que le había visto dar sus primeros pasos cuarenta años atrás.
Destacan varios papeles, como el de la doctora Vivan Bearing en Wit (2004), que recreaba la historia de una enferma de cáncer y en La casa de Bernarda Alba (2009), de Federico García Lorca, interpretando a Poncia junto a Nuria Espert. Los Premios Max valoraron toda esta trayectoria con su galardón de Honor en 2015, lo que nos dio la oportunidad de escuchar a la lúcida y reivindicativa Sardà de nuevo sobre un estrado.
Eran los años del PP y de José Ignacio Wert al frente de la cartera de Cultura, por lo que la actriz no quiso perder la oportunidad de dedicar el premio a los políticos “que nos quieren dejar con el culo al aire”, pero que “no lo van a conseguir porque la cultura es importante para el crecimiento y supervivencia de los pueblos”.
Una vida de reivindicación
Abiertamente republicana, antifascista, socialista y de izquierdas, Rosa María Sardà no ha evitado jardines políticos en su carrera, ni en escenarios, ni en entrevistas, ni en manifestaciones. En 2008, durante una entrevista con Gemma Nierga en Ya te vale, se significó sobre el feminismo: “A botepronto, opino que los hombres son útiles para muchas cosas y que las mujeres son estrictamente necesarias para todo”. A continuación, apostilló que “el machismo exacerbado mata casi a diario”.
Durante las diversas ediciones de los Goya, como en la del No a la guerra de 2003, se pronunció contra la injusticia social, la compraventa de armas y el conflicto armado. Unas palabras que recogió tras los atentados yihadistas del 17 de agosto de 2017 en La Rambla de Barcelona, y que entonó junto a la activista antirracista Miriam Hatibi en el aplaudido discurso No tinc por (No tengo miedo).
Apenas dos meses después de aquello, estalló en Catalunya el otoño independentista, a cuyos cabecillas políticos criticó duramente. Meses después devolvió la Creu de Sant Jordi que le había entregado Jordi Pujol provocando un gran debate entre los catalanes. “Me cuentan que me ponen a parir a menudo. Lo hacen porque no me lío en un lazo amarillo y no me interesa el independentismo. Me dicen senil, enferma, vieja, borracha ... Pensándolo bien, creo que casi lo admito todo. Pero, en cambio, sé perfectamente lo que digo y por qué. Está siendo muy doloroso todo esto”, dijo poco después en una entrevista con El País.
A pesar de los ataques y de que la enfermedad se había cebado duramente con ella en esos años, Sardà continuó dando entrevistas y pronunciándose al respecto, como en el plató de Al rojo vivo antes de las elecciones catalanas del 21-D.
Sus últimas declaraciones, cuando los problemas de antes del coronavirus parecían haberse diluido entre la crisis sanitaria, no fueron optimistas. Ya en confinamiento, le habló a Jordi Évole: “Y ahora me gustaría que viniera la otra pregunta, ¿Saldremos mejores de todo esto? No, lo siento, Jordi. No saldremos mejores. Seguirán vendiendo armas, seguirá la explotación del hombre por el hombre, seguiremos recibiendo pateras de gente que no quiere nadie, seguirán existiendo los campos de refugiados, seguiremos exactamente igual”.
“Alguien muy sabio dijo: lo contrario de la pobreza no es la riqueza, es la justicia. Mientras no haya justicia social, no habrá paz y no habrá paz nunca en el mundo”, y con esa lúcida certeza se ha despedido La Sardà, cuyas palabras en el cine, el teatro, los micrófonos o la televisión nunca pasaron desapercibidas.