Sylvia Plath publicó su única novela, La campana de cristal, con el seudónimo de Victoria Lucas. La decisión, como señalan biógrafías y estudios, era en el fondo una forma de protegerse —a menudo los seudónimos son escudos, no máscaras—. En parte porque el salto a la novela, si no caía de pie, podía empañar su carrera como poeta, en parte porque era un texto con una carga autobiográfica en la que su entorno no quedaba, precisamente, muy bien parado.
La novela rememoraba, a través de un álter ego llamado Esther Greenwood, el tiempo que Plath pasó en Nueva York a mediados de los 50 trabajando para la revista Mademoiselle, junto a otras once jóvenes universitarias. También su primer intento de suicidio cuando estudiaba en el Smith College. Una tentativa que enmendó un mes después de que La campana de cristal viese la luz, ya en 1963.
Ahora Filmin estrena en exclusiva el documental Sylvia Plath: Dentro de la campana de cristal, sobre las circunstancias que rodearon la escritura de aquella novela. Narrada por la actriz Maggie Gyllenhaal, y dirigida por Teresa Griffiths, la cinta cuenta con el testimonio exclusivo de la hija de Plath, Frieda Hughes.
Un brutal y honesto retrato de la época
Sylvia Plath terminó de escribir la última versión de La campana de cristal ya separada de su marido, Ted Hughes. Por entonces sobrevivía con pocos recursos en su casa de North Tawton, condado de Devon, lidiando con el trauma de un aborto y una ruptura, al tiempo que haciéndose cargo de dos hijos aún pequeños.
“Estaba experimentando con renovada fuerza el desencanto que la golpeó por primera vez durante el periodo que cubre en La campana de cristal”, escribe la escritora Aixa de la Cruz en el prólogo de la reedición de la novela que Literatura Random House lanzó en 2019, con traducción de Eugenia Vázquez Nacarino.
El documental de Teresa Griffiths abunda en el contexto histórico que sirve de escenario para las vivencias de Esther Greenwood: los Estados Unidos de mediados de los 50. Un país que al tiempo que vendía insistentemente una imagen de optimismo de posguerra, envalentonaba al Comité de Actividades Antiamericanas para perseguir, encarcelar y ejecutar a sus propios conciudadanos según los designios del senador McCarthy. “Había un miedo real al comunismo y el holocausto nuclear”, recuerda el amigo de infancia de la escritora, Melvin Woody, en el documental.
Un miedo omnipresente que Plath capta en el inicio mismo de La campana de cristal: “Fue un verano raro, tórrido, el verano en el que electrocutaron a los Rosenberg”, se iniciaba la novela. “La idea de que te puedan electrocutar me asquea, y en los periódicos no se leía otra cosa: los titulares desencajados me acechaban desde todas las esquinas por la calle y en todas las bocas del metro hediondas, con un tufo rancio a cacahuetes. No tenía nada que ver conmigo, pero no me quitaba de la cabeza qué se sentiría, cuando te queman viva por dentro”.
Julius y Ethel Rosenberg fueron ejecutados el 19 de junio de 1953. Habían sido acusados de revelar secretos esenciales sobre la fabricación de la bomba atómica a los soviéticos y por ello ardieron por dentro a más de 2.000 voltios en la cárcel de Sing Sing. Luego se supo que lo que habían revelado poco tenía que ver con bomba alguna, y las pruebas que sostenían las acusaciones eran más que endebles, pero el miedo instalado en la psique norteamericana ya operaba a pleno pulmón.
Un terror que se reproduce y se alimenta en el interior de la protagonista de la novela de Plath, hasta el punto de que será internada en un psiquiátrico donde se le practicarán los mismos electroshocks cuyos efectos, años después, viviría en primera persona el escritor Emmanuel Carrère.
Hacia otra forma de leer a Plath
“Si algo deja claro La campana de cristal es que la crisis mental que sufre su protagonista obedece a presiones sociales y culturales muy precisas”, sostiene Aixa de la Cruz en su texto sobre la novela. Al miedo de cobijar —o peor, nutrir y velar— pensamientos considerados subversivos, se suma el hecho de ser una mujer que odia y al mismo tiempo aspira al rol que se le ha asignado en ese país, en esa época.
“Como novela de formación que es”, abunda la autora de Cambiar de idea (Caballo de Troya, 2019), “relata el paso de la adolescencia a la juventud de su protagonista, su pérdida de la inocencia y, en este caso, dicha pérdida está muy ligada al descubrimiento de que, como insinuaba el desigual destino de los Ronsenberg, la democracia se asienta sobre un doble rasero que se esfuerza en pasar desapercibido”. Esto es: que por mucho que creciese intelectualmente, Esther y Sylvia iban a estar condenadas a un trato desigual con respecto a los hombres.
“No era un buen momento para salirse del curso establecido” cuenta Heather Clark, autora del libro The Grief of Influence: Sylvia Plath and Ted Hughes, en el documental, “si no eras un hombre blanco, es decir si eras afroamericano, gay, trans, mujer, judía etcétera… la década de los 50 no fue muy buena etapa para ser estadounidense”.
A pesar de que la sociedad neoyorquina empujase al personaje y a la literata real a formarse y convertirse en una profesional, elevada en lo cultural, el trayecto final pasaba por formar una familia tradicional y abandonar toda esperanza de crecimiento personal no atado a la maternidad, y de prosperidad más allá de la que pudiera ofrecer el marido de turno. “Ella solo pide un trato equitativo”, escribe de la Cruz, “hasta que la realidad la confronta con la diferencia a través de la doble vara de medir que esgrimen su madre y su novio en lo que respecta a la sexualidad, y es entonces cuando llegan al desencanto y la caída en los infiernos”.
Cabe decir que en lo formal Sylvia Plath: Dentro de la campana de cristal no es un documental para nada destacable. Reconstrucciones poco creativas, abuso de imágenes de archivo, un hilo discursivo poco trabajado y declaraciones realmente poco inspiradas —cuando no emocionalmente raquíticas—, sitúan la propuesta como lo que es: un documental didáctico y básico, pensado para engrosar la programación documental de una televisión pública canadiense.
Y no está de más añadir que su principal enemigo es su conformismo, su comodidad con la idea de perpetuar la lectura truculenta y oscura de la figura de Sylvia Plath. La complejidad de la escritora más allá de su depresión y su suicidio. El documental de Teresa Griffiths contextualiza ampliamente lo que significaba ser mujer y escritora en los 50 en Estados Unidos, pero también se encuentra cómodo en el terreno de la mil veces contada historia de poeta torturada y maldita.
Sin embargo, otra lectura de Sylvia Plath es posible, como vienen reclamando escritoras como Luna Miguel, que en su prólogo para el libro Magia cruda. Una biografía de Sylvia Plath de Paul Alexander (Barlin Libros, 2017) escribe: “Nunca sabremos nada de Sylvia Plath. No lo haremos porque su vida siempre ha sido mirada desde un prisma particular: el de la locura, el de la maternidad, el de la poeta maldita, el de la mujer maltratada de Ted”.
La poeta y autora de Caliente (Lumen, 2021) sostiene que uno de los mayores hallazgos del libro de Alexander es, precisamente, “abordar el retrato del mundo Plath desde la felicidad”. Una felicidad “que el mito de la poeta a menudo borró del mapa, pero que residió en pequeños detalles que Alexander remarca: su amor heredado por las abejas, su pasión por exponer su cuerpo al sol de las playas estadounidenses, su reducido y agradable grupo de amigos escritores, la primera carta de un importante editor anunciando que publicaría sus poemas y, cómo no, el nacimiento de sus dos hijos después de haber tenido que enfrentarse a un triste aborto”.
Una idea en la que coincide Aixa de la Cruz que insta a leer La campana de cristal alejados “de la leyenda negra de la poeta suicida”. Para ella, lo mejor es sumergirnos en su lectura libres de prejuicios e ideas preconcebidas, para captar así la grandeza de “un texto donde la ironía y el ingenio brillan por encima de la pesadumbre”.