El carisma de Timothée Chalamet hace olvidar a Johnny Depp como Willy Wonka para reventar la taquilla esta Navidad
2023 empezó convulso para Roald Dahl. La última reedición de su obra incluyó cientos de cambios con los que su editorial Puffin buscó adaptar los libros a las sensibilidades actuales. El lenguaje relacionado con el peso, la salud mental, la violencia, el género y la raza fue revisado, reescrito y hasta se eliminaron algunas frases. La decisión del sello reavivó un debate sobre el que continúa sin haber consenso: ¿Es legítimo modificar los textos de un autor fallecido para hacerlos menos ofensivos y discriminatorios?
En vida, el escritor llegó a modificar uno de sus volúmenes, Charlie y la fábrica de chocolate. En su primera versión, publicada en 1964, sus personajes llamados Oompa-Loompas eran unos pigmeos negros que el maestro chocolatero Willy Wonka había traído como esclavos “de la parte más profunda y oscura de la selva africana”. Al final de la década, el propio novelista británico reeditó sus palabras para aligerarlas de racismo.
A principios de la siguiente, en 1971, su famoso genio del dulce saltó de las páginas a la gran pantalla bajo la dirección de Mel Stuart, encarnado por Gene Wilder. El carismático personaje llamó también la atención de Tim Burton, que dejó en manos de Johnny Depp al protagonista de su adaptación de 2005. 2023 ha vuelto a hacerle realidad, en la piel de un Timothée Chalamet que, película a película, multiplica su carisma exponencialmente. Quien encandilara con su inolvidable Elio Perlman en Call me by your name (Luca Guadagnino) en 2017, estrena este 6 de diciembre Wonka, la incursión de Paul King (Paddington) en el universo creado por Dahl. Esta vez no se trata de una adaptación de su obra, sino un filme basado en el personaje de aquella obra que fantasea sobre sus orígenes.
Un filme en el que el actor ejerce de motor y corazón. Chalamet es el pegamento de un musical que funciona por su coherencia y no pecar de una ambición que no le hacía falta. Divierte y entretiene con un envoltorio vistoso, universal y hasta en cierto modo simple. No va a cambiar la historia del cine, no se erige instantáneamente como un clásico navideño ni busca competir con las adaptaciones anteriores. Pero es un soplo de aire fresco armado con mucho mimo.
Wonka abraza la ternura dejando en un plano muy secundario la oscuridad de la obra del autor británico. Y lo hace centrándose en el origen del célebre chocolatero. Un viaje no sin impedimentos, patosos antagonistas, luminosos aliados y sí, el roba escenas por excelencia, un Oompa-Loompa aquí en la piel de Hugh Grant.
El intérprete de Notting Hill aporta la mayor dosis de humor al largometraje, riéndose de todo y de sí mismo, actuando como genial contrapunto de Chalamet. De hecho, se le podría haber sacado algo más de partido teniendo en cuenta lo bien que encajan como 'pareja' cómica. El reparto incluye otros nombres como Olivia Colman, Sally Hawkins, Rowan Atkinson, Calah Lane y Paterson D. Joseph.
Histrionismo versus ternura
El ingenioso chocolatero que propone Paul King está muy centrado en su humanidad, en el recorrido que hace un niño que, siguiendo el ejemplo y recuerdo de su madre, lo único que quiere es cumplir el sueño de abrir su propia fábrica de chocolate. Y con ella, poner su granito de arena, en forma de bombones, para hacer del mundo un lugar mejor. O al menos más dulce.
Sus inicios no son fáciles, no tiene dinero, pronto es engañado por la villana interpretada por Colman, que regenta un hostal en el que explota a los huéspedes que firman su contrato sin leerse la letra pequeña. Con su engaño logra que se endeuden de por vida y les encierra convirtiéndoles en la mano de obra más barata. Los esclavos, unidos y liderados por Wonka, tratarán de buscar la grieta para escaparse.
En un alarde de trabajo en equipo, cada uno aporta su talento para sacar adelante un negocio que parte más bien como una utopía. La resignación a un destino irreemplazable les había emplazado a olvidarse hasta de sus capacidades, pero el joven irrumpe para reactivarlas y potenciarlas.
Wonka es inocente y tiene un punto de inconsciencia que enternece porque actúa sin maldad. No es un alma corrompida, no busca aprovecharse de ellos ni enriquecerse como sí hacen sus competidores chocolateros de la ciudad. Él no pone zancadillas. No siempre calcula bien y se equivoca, pero está anclado a la realidad. En ningún momento recuerda al histrionismo que caracterizó al Willy Wonka de Johnny Depp en la adaptación de Tim Burton.
El de la historia de Paul King, escrita junto a Simon Farnaby, es un personaje aspiracional, cercano y afable. Saber transmitir y compartir su pasión e ilusión es su mayor virtud. Su arma para conseguir convencer a sus nuevos amigos para que se embarquen en su aventura, confiando en él, pero sobre todo recuperando la confianza en sí mismos.
Un musical desaprovechado
La película de fantasía llega en el momento perfecto a la cartelera, dispuesta a convertirse en el taquillazo de esta Navidad. El filme invita a reunir a familias y grupos de amigos en las salas a pasar un buen rato. No arriesga, podría haber querido explorar algún que otro derrotero, haber incluido algo más de inquina a tramas con potencial para ser algo más críticas, e incluso haber intentado que algunas de sus resoluciones no fueran tan previsibles. O al menos más originales, con algo más de poso. Aun así, el mayor 'pero' que se le puede poner es no haber explotado más su potencial como musical.
La película no es una sucesión de números musicales que quizás habría podido echar hacia atrás a parte del público. Están medidos e incorporados con coherencia en el guion para hacer avanzar la historia. Pero les falta personalidad. Al acabar de ver el filme, no hay ninguna canción de las compuestas por Joby Talbot (¡Canta!) que se quede resonando en la cabeza. Ninguna se postula para ser tarareada, reproducida en bucle en las jornadas venideras –desde luego mucho menos para aparecer en el Spotify Wrapped de lo más escuchado al final del año– ni cantada a voz en grito en la ducha. A Wonka le falta, por lo menos, un temazo.
No hay un hit con el que haber intentado colarse en las nominaciones de los Oscar. Algo que sí logró la primera versión del libro de Dahl, Un mundo de fantasía, que en 1971 optó a la estatuilla a Mejor banda sonora original. Es una pena, ya que a nivel visual hay una clara apuesta porque los números musicales llamen la atención desde el inicio de la cinta, en el que son claves para presentar al protagonista y su objetivo. Su presencia se va desinflando hasta quedar relegada a un lugar desaprovechado.
Eso sí, los que hay sirven para que Chalamet pueda mostrar sus dotes musicales. Don que le viene de familia –su madre fue bailarina de Broadway– y que cultivó desde pequeño. Ya se le había visto bailar en Call me by your name y Mujercitas (Greta Gerwig, 2019); y cantando al piano en Día de lluvia en Nueva York (Woody Allen, 2019). Con Wonka ha dado un paso más –retazos de claqué incluidos– llevando el peso de las canciones desde la primera escena.
Más alejado de la música estará en la segunda parte de Dune (Denis Villeneuve), su próximo estreno, para el que habrá que esperar hasta marzo del año que viene. Donde sí cantará es en el biopic, aún sin fecha, de Bob Dylan que prepara James Mangold (Indiana Jones y el dial del destino). Pero no nos adelantemos. Por el momento toca disfrutar de su fábrica de chocolate/carisma en una cinta que reúne todos los ingredientes para reventar la taquilla esta Navidad.
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