La triste historia de una película maldita que iba a salvar el cine fantástico español
1994. Dos jóvenes, ambos surgidos de la escena del cine fantástico que tiene puntos de reunión como el Festival de Sitges o la Semana de Cine Fantástico y de Terror de Donostia, iniciaban los respectivos rodajes de sus nuevas películas. Álex de la Iglesia ya había despuntado con su primer largometraje, Acción mutante, y buscaba consolidarse con El día de la bestia. Un habitual del mundillo de los fanzines, Arturo de Bobadilla, estaba rodando su propia película de homenaje a los clásicos del género. Ambas producciones tenían en su reparto a un emergente Santiago Segura y a Manuel Tallafé. Una de las obras se convierte en un gran éxito. La otra deviene un proyecto maldito que alimentará mil y una anécdotas.
Poco hay que contar de El día de la bestia, un gran éxito del cine pop español, comedia de fantasía y terror que escenificó que un cine freak español podía resultar artísticamente convincente y también comercialmente lucrativo. De Bobadilla, por su parte, se había impuesto una verdadera misión divina, como aquel Jules (Samuel L. Jackson) de la contemporanea Pulp Fiction. Se proponía resucitar la tradición del fantaterror español, de los licántropos interpretados por Paul Naschy en La marca del hombre lobo y tantos otros títulos, de los zombis templarios ideados por Amando de Ossorio en La noche del terror ciego y sus secuelas. Y cruzar este material con las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. El mismo Naschy, entonces en una etapa de bache profesional, quería confiar en la película firmada por De Bobadilla como trampolín para recuperar la popularidad.
Finalmente, Los resucitados se estrenó en el año 2017 en espacios afines. Quedó al descubierto un fan film enaltecido por la inusual presencia de profesionales. La intrahistoria de la obra puede recordar a otras inusuales alianzas creativas del audiovisual de serie Z, como los rodajes de Ed Wood (Plan 9 del espacio) con su mitificado Bela Lugosi, intérprete de unos cuantos vampiros y científicos locos en los primeros años del cine sonoro (incluido el Drácula firmado por Tod Browning). O las colaboraciones de otro voluntarioso del fantástico, el prolífico director Fred Olen Ray (Hollywood chainsaw hookers), con un veteranísimo John Carradine.
Unos años después de la presentación de la película, y ya con una cierta perspectiva, el realizador Victor Matellano (Vampyres) recupera la accidentada y larga historia de confección del filme a través del documental Mi adorado monster. Lo hace con muchos testigos directos, como los mencionados Segura y Tallafé, junto con otro rostro del fantaterror como Antonio Mayans, un habitual de los filmes del cineasta compulsivo Jesús Franco (Las vampiras). También comparecen otros habituales y no tan habituales de la escena fantástica, como el divulgador y director del Festival de Sitges, Ángel Sala, la cantante Alaska, los intérpretes Carlos Areces y Macarena Gómez… o el mismísimo Álex de la Iglesia, para cerrar el círculo.
Este rodaje es una ruina
“Esta historia nos ha animado muchas sobremesas”, afirma Tallafé en un momento del filme. Y Matellano ha optado por dotar al documental de un tono humorístico. “Es una película cómica, pero hecha con respeto, con cariño, con simpatía”, precisa el realizador. Matellano se muestra gustoso de que los documentales asuman el tono de un cierto tipo de cine “para contar las historias, para guiar al espectador, y más en el caso de Mi adorado monster, porque es una obra difícil de explicar”. “En el caso de Regresa el cepa, mi mirada sobre El crimen de Cuenca, sabía que debía emplear la forma de thriller. En esta ocasión, sabía que tenía que acercarme a la comedia”, afirma.
El proyecto comenzó a construirse a partir de un monólogo donde Tallafé cuenta recuerdos del rodaje de Los resucitados. No faltan las imitaciones al director de la película ni las bromas a costa de su inexperto entusiasmo. A partir de este núcleo cómico, Matellano y compañía fueron añadiendo capas: los recuerdos de otros participantes del rodaje, las consideraciones de gente de la familia del fantástico que conocía la historia de manera indirecta y las reacciones de otros invitados (algunos de ellos son inesperados, como Antonio Miguel Carmona o Pedro Ruiz) a quienes se les descubre el fenómeno.
El filme consigue conjurar una atmósfera de reunión de amigos donde se cuentan historias graciosas. El variado perfil de los participantes, que mantienen grados de relación diferentes respecto a Los resucitados, quizá facilita que la audiencia pueda sentirse partícipe en una fiesta que no solo está destinada al disfrute de los iniciados. Por el camino, se detallan mil y un momentos pintorescos. Despierta cierta perplejidad imaginar a la comitiva de rodaje caminar tras una filmación porque no había dinero para pagar billetes de metro. Y sorprenden las anécdotas sobre unos emparedados, supuestamente preparados por la madre del director, donde proliferaban de manera antiestadística las tapas del pan de molde que muchos evitan comer. Las evocaciones pueden tener algo de reivención por parte de Tallafé… o del propio Matellano. En todo caso, el director afirma que se han quedado cosas reales en el tintero: “He desechado anécdotas que podrían malinterpretarse y ser un poco sangrantes. Es un límite que me autoimpuesto porque Arturo no me ha exigido nada”.
El recorrido abraza tonos múltiples. Tallafé o Segura se muestran más bien guasones. Otros, como Álex de la Iglesia o Alaska, optan por envolver en un cierto manto de cariño y por priorizar el valor de crear algo, aunque los resultados puedan ser muy imperfectos. Uno de los perplejos descubridores de Los resucitados, afirma que “esto es lo que hacen los niños cuando se hacen mayores”. Matellano concede que él también se ha alimentado del gusto por los monstruos y de historias concebidas en la juventud. “Mi primera película, Wax, tiene el mismo argumento que una obra de teatro que escribí de niño en el colegio. Vas cumpliendo pequeños sueños”, explica.
El director de Mi adorado monster matiza que sus trabajos parten de una aproximación industrial y profesional que no estaba presente en la génesis de Los resucitados. “En esto me alejo del acercamiento propio del fan que podía tener Arturo entonces”, matiza. “Para Arturo, el hecho mismo de rodar era una razón en sí misma. Quería jugar con los monstruos que había mitificado y con sus propios fantasmas. Se encontró con el acceso a alguien como Paul Naschy, y se dijo que porqué no. Fue inventando, y en esa huida hacia adelante está parte del motivo de no terminar nunca. Porque lo que tenía sentido para él era el proceso de hacer la película, más que la película en sí”, afirma el autor de Regresa El Cepa.
El fin del mito, la llegada del silencio
Cuando finalmente se presentó al público, Los resucitados provocó cierta estupefacción. Más allá de las apariciones y desapariciones de personajes, o la narración fragmentada y difícilmente comprensible, la película partía de una concepción arcaizante, de unos diálogos que recordaban las formas de la literatura romántica (que el realizador, explican, dictaba sobre la marcha a los intérpretes). El resultado era fantaterror en su variante más solemne, sin rastro de humor o de ironía posmoderna, y también sin la competencia técnica de los profesionales del género. Matellano considera que es un reflejo del joven De Bobadilla: “Era altivo, tenía mucha capacidad de convicción y por eso convenció a gente como Naschy. Siempre le he tenido respeto, y ahora le tengo cariño, pero entonces me resultaba antipático”.
En las proyecciones en San Sebastián o Sitges, se evidenció el desencaje entre las intenciones del director como creador de mitos y una recepción estupefacta. La audiencia, fogueada en mil batallas del fantástico, reaccionó con unas cuantas carcajadas al empeño quijotesco. En el documental, el realizador de Los resucitados no parece afectado por ello y defiende el intento de hacer disfrutar. Matellano afirma que “él ha estado en estas proyecciones, sabe que son una fiesta, y que la risa era parte de la respuesta, que lo peor es la indiferencia. Creo que el drama viene después con el silencio. Hay un par de críticas muy duras, y ya está. Cualquier realizador ha vivido eso, pero esta depresión postparto, digamos, unida a otros problemas a los que aludimos, está magnificada por la duración de todo el proceso”.
Después de las risas, los minutos finales de Mi adorado monster abordan momentos dramáticos. Sobrevuelan varios duelos por pérdidas de familiares y la posibilidad de problemas de salud. “En un momento dado, Arturo se abrió ante la cámara, hasta el punto que él consideró oportuno. Fue muy generoso ahí”, afirma el realizador. Tras dar por concluido ese mito construido a base de años de prometer una película por venir, tocaban nuevas etapas condicionadas por la muerte de seres queridos. Cuando llega el momento de tratar de los monstruos y las pesadillas dentro de la mente de cada uno, Matellano opta por un tratamiento cuidadoso.
Con todo, De Bobadilla no es retratado como un heroico realizador vocacional: tras muchos minutos de humor, no cabe la idealización, pero sí que es posible el cariño y la empatía. Y la posibilidad de afrontar nuevos desafíos y quimeras, como la posibilidad de impulsar una segunda parte de aquella fantasía fílmica vocacional, caótica e improvisada. Por el camino, se preserva un pequeño halo de misterio relativo sobre lo sucedido durante ese lapso de dos décadas. “Creo que hay muchas cosas que las explicamos o las damos a entender. Que existe un miedo a terminar, que se vive mejor en lo mítico. Hay otras cosas que sé, muy mundanas, y otras que no sé, o que desconozco que tienen de real y que tienen de mítico. No creo que importe”.
Mi adorado monster se proyectó en la pasada Semana del Cine Fantástico y de Terror de Donostia y en el Festival de Cine Fantástico de Canarias Isla Calavera (Tenerife), donde Matellano recibió un galardón honorífico. Está previsto que el documental llegue de manera limitada a diversas salas comerciales del país.
4