El anuncio de una versión femenina del mítico superhéroe de la Marvel, Thor, el éxito de la independiente protagonista de Brave (2012), así como la sorprendente versión de la Bella Durmiente de Maléfica de este año están creando un momento particularmente extraño en la cultura popular. De repente, parece que la Disney, dueña también de la Marvel, es una empresa que apoya el feminismo y las carteleras pronto se van a llenar de heroínas poderosas.
Que nadie se alarme prematuramente ya que ese advenimiento no se espera este verano con un cine lleno de los usuales héroes blancos, masculinos y heterosexuales de El protector (el título lo dice todo), El amanecer del planeta de los simios (lucha de biohombres contra monos), Transformers, la era de la extinción (juguetitos masculinos) y Cómo entrenar a tu dragón 2, cuya primera versión trataba de los ritos de paso masculinos y sus heridas. Todo ello por no olvidar la otra producción de la Disney que cerrará el verano, Earth to Echo, que retoma la horrorosa nostalgia por las películas de jóvenes varones adolescentes de los 80 en una mezcla de E.T. o Los Goonies.
Ni siquiera el éxito que este año ha tenido la heroína de acción juvenil de Divergente (56 millones de dólares en su primer fin de semana) ha evitado que este tipo de personajes se encuentren infrarrepresentados en la cartelera, reducidos al papel de secundario de una Gamora dentro de la versión cinematográfica de Guardianes de la Galaxia (Marvel / Disney) que se estrenará en agosto y cuya presencia sólo será significativa en Lucy de Luc Besson.
Lucy, interpretada por Scarlett Johansson, es la única protagonista femenina de acción-fantástica que podremos ver con la historia de una mujer que, tras sufrir un accidente transportando una poderosísima droga en un entorno neocolonial, se transformará en alguien de capacidades intelectuales y físicas extraordinarias, pero sin sensibilidad por otras razas y culturas. Si bien Gamora y Lucy presentan además un problema con una evidente y previsible sexualización del personaje que contrarresta sus poderes, su presencia es significativa por el modo en que la superheroína se niega a desaparecer incluso en un ambiente tan antipático como el del cine veraniego de 2014.
¿Para qué sirve un superhéroe?
Como la fascinación contemporánea por los superhéroes es un fenómeno duradero y complejo, analicemos los aspectos prácticos y simbólicos más importantes. Los superhéroes se convirtieron en piezas claves cuando en los 80 los grandes estudios pasaron a ser conglomerados de información y a vender no sólo películas, sino música, televisión, prensa, libros y, sobre todo, licencias de juguetes, y descubrieron que el verdadero superpoder de estos personajes era la capacidad de adaptación a distintos formatos reteniendo el super-copyright.
Sin embargo, o precisamente por ser un artefacto capitalista, los superhéroes han tenido siempre la capacidad de convertirse en síntomas de los tiempos y muy especialmente del modo en que EEUU ha reflexionado sobre su propio poder como nación. Desde los orígenes en cómic del primer superhéroe, Superman, en los albores de la II Guerra Mundial y como respuesta al Übermensch (superhombre nazi) hasta la saga cinematográfica ochentera del mismo personaje que anunciaba y corroboraba el mandato Reagan. Desde el Batman pop y ligero de los 60 hasta el Caballero Oscuro de 2008, es decir, el de la crisis económica, el superhéroe siempre ha sido un signo vacío para reflexionar sobre el valor simbólico de EEUU.
¿Son posibles las superheroínas?
Basándonos en que los superhéroes son básicamente máquinas de producir dinero y de recibir significados, ¿qué transformaciones supondría vender masivamente un superhéroe femenino? Aunque pudiera parecer extraño simbólicamente, las superheroínas no serían muy problemáticas si tenemos en cuenta la larga presencia cultural de arquetipos femeninos que nos hablan del poder o que simbolizan valores colectivos como la Libertad para naciones como Francia o EEUU.
Además llegados a ese hipotético caso, sería muy jugoso pensar qué imagen del poder de la Administración Obama darían las superheroínas (¿un poder duro pero compasivo?), del mismo modo que resultan suculentas las recientes declaraciones de Pablo Iglesias identificando el espíritu de Podemos con Khalessi de Juego de Tronos.
Sin embargo todo esto son conjeturas precisamente por la otra parte de la ecuación, la cuestión económica. El aspecto económico del cine de superhéroes nos habla de éste como el producto mediático estrella en la era de los conglomerados de la información. Corporaciones como Disney o AOL-Time Warner, se han dedicado a comprar editoriales de cómics (Marvel y DC respectivamente) para adquirir a precio de saldo el copyright de todo un repertorio de personajes que se explotaran en distintas ventanas (libros, juguetes, disfraces).
Dentro de este esquema, la película cinematográfica se ha convertido en una especie de enorme y carísimo tráiler donde se anuncian toda una serie de productos que suponen las verdaderas ganancias para estas empresas y donde parece que reside parte del problema con las superheroínas.
Sabemos que al capitalismo no le duelen prendas en vender cualquier concepto del que pueda sacar beneficio, por eso la escasez de heroínas nos hace preguntarnos: ¿acaso no se confía en que las superheroínas puedan ser tan rentables como los superhéroes? Preguntado de otra manera: ¿comprarían el lazo de Wonder Woman a sus sobrinos e hijos? ¿Llevarían, si son adolescentes masculinos, camisetas de Wonder Woman al instituto? ¿Tendrían en el trabajo, si son jefes o empleados, una taza de café con una frase como “Y recuerda que, en un mundo de mortales ordinarios, tú eres Wonder Woman?”.
Tras décadas de vender productos diferenciados genéricamente de manera absurda (cepillos de dientes rosas y azules), los mismos alentadores de esas diferencias, las grandes empresas, desconfían de que haya vuelta atrás y que una superheroína pueda motivar a los consumidores. Desde luego una pérdida de referentes para las niñas y para las jóvenes y una importante lección para todas las demás: en un mundo de diferencias de género, la masculina es la cultura universal donde Batman y Superman hablan a todo el mundo pero Wonder Woman, un proyecto de la Warner y DC que lleva años atascado, sólo a las mujeres.