Una idea que aparece fija a lo largo de la historia de la cultura es la escasa fe que siempre se ha tenido en la comprensión lectora de las mujeres jóvenes. En la actualidad, esa falta de confianza y necesidad de control se ve reflejada en las airadas reacciones que provoca cada nuevo éxito de la llamada Young-adult fiction (YA), es decir, la “Ficción para jóvenes adultos”. Son éxitos editoriales que venden millones de libros y que terminan en adaptaciones cinematográficas como la recientemente estrenada Divergente, dirigida por Neil Burger y que parte de las novelas distópicas de la norteamericana Veronica Roth.
El casi seguro taquillazo que va a significar Divergente viene precedido por el éxito de otra saga similar como es Juegos del Hambre escrita por Suzanne Collins en la que se inspira y a la que someterán a la misma batería de preguntas críticas. Especialmente referidas a la idoneidad de la figura de su protagonista en la vida de sus lectoras/espectadoras, las jóvenes entre 12 y 18 años que forma el público al que supuestamente van dirigidas estas producciones aunque, según un estudio, un 55% de estos libros sean comprados por mayores de 18 años. Es decir, ¿qué tipo de heroína representa Tris Prior de Divergente y cuáles son sus conexiones con la Katniss de Los juegos del hambre?
Katniss, la nueva heroína juvenil
Katniss Everdeen, la heroína de Juegos del hambre, supuso un motivo de celebración para muchas aficionadas a la cultura pop porque significó un cambio de rumbo de la heroína neumática fabricada para hacer titilar a las audiencias masculinas como las Lara Croft, Los ángeles de Charlie y en menor medida la Beatrix Kiddo de Kill Bill: Vol. 1, Vol. 2. La especialista en cine Kate Waites califica a este tipo de heroínas como patriarcales, donde la fuerza física se ve matizada por una feminidad muy tradicional ejemplificada por un vestuario que “enfatiza más la sexualidad que el músculo”. Estos personajes, si bien desestabilizadores por la demostración de una fuerza sexualizada pero bruta similar a la de Stallone y Schwarzenegger, planteaban otro problema: no hablaban a las espectadoras jóvenes que parecían condenadas a las anoréxicas victorianas de los libros de Twilight o las niñas pijas de Gossip Girl. Que, pese a esos pecados, eran textos que celebraban a sus protagonistas y creaban sus propias comunidades lectoras.
Con este panorama el triunfo de la saga Juegos del Hambre fue aplaudido por casi todas las especialistas al encontrar en su protagonista a una cazadora sagaz que protegía a los débiles y se sacrificaba por su familia. Una mujer que, sin ser gratuitamente agresiva (sólo por autodefensa), demostraba empatía y tristeza por el dolor ajeno. Frente a esas cualidades y perturbando lecturas feministas estaban las relaciones sentimentales de la protagonista con la que se establecía una interesante tensión precisamente por su carácter ficticio.
Esos serían a grandes rasgos las características de la nueva heroína Young adult y que se repiten en la saga Divergente complicados por algún otro elemento como el declarado cristianismo de su autora, su reivindicación de la pareja y la “divergencia” con que la protagonista no se adapta al sistema de castas y saberes de ese Chicago del futuro: están los listos, los caritativos, los osados, los abnegados y después los divergentes, los guays, vamos, los que están fuera de los esquemas sociales. Estos esquemas nos hablan directamente de la dimensión política de estas obras.
Mundos distópicos, los peligros políticos del presente
El otro gran tema de este tipo de literatura es la lectura ideológica de estas historias y muy especialmente la manera en cómo estos mundos distópicos reflejarían el capitalismo global en general y el gobierno de Obama en particular. En ese apasionante y excéntrico mundo de la politización de la literatura para adolescentes nos encontramos en primera línea a una asociación como The Harry Potter Alliance, destinada no sólo a subrayar sino a fomentar las lecturas sociales de estos filmes. Ellos lanzaron la campaña “Odds in our favor”, en la que atacaban a la segunda entrega de la trilogía Juegos del Hambre por haberse convertido en un gran anuncio de cosméticos en vez de hablar de las diferencias económicas.
Esta asociación, que une el fenómeno fan con el activismo social y que ha sido calificado por la prensa reaccionaria como “Occupy Hogwarts”, ha lanzado campañas como “Superman es inmigrante” o una acción a favor de los derechos LGTBQ recordando los oscuros años en que Harry Potter vivió, literal y figuradamente, dentro de un armario.
Frente a ésta se encuentra la “Media Research Center” una asociación destinada únicamente a contrarrestar la influencia de los progresistas en los medios y que declaró al Washington Times que la apropiación de Los juegos del hambre era una más de las estratagemas progresistas para usurpar narrativas. Señalando que esta película no trataba de las diferencias sociales sino de lo malvado y corrupto que es el gobierno central, el Capitolio, donde viviría Obama/El presidente Snow cuyos debates sociales serían la principal fuente de distracción.
Si bien Divergente no ha generado aún tanto debate político como sus predecesoras, el comentarista Andrew O'Hehir se ha dado prisa a calificarla como propaganda capitalista precisamente por su divulgación del individualismo como “ideología central del capitalismo consumista”. Ideología que estaría representada por la lucha “divergente” de su protagonista y que estaría ligada a la idea neoliberal de ser distinto, de pensar diferente, de emprender.
Al calificarla de peli de instituto sobre alguien que no encaja en un entorno apocalíptico, O'Hehir señala lo reaccionario de la amenaza a la individualidad que presentan estos mundos distópicos para chicas y lo seudofeminista de una narración que sí empodera, pero sólo a una mujer, la protagonista, que es la elegida.
Sin embargo y por una vez, no vayamos tan lejos: la historia no deja de ser un buen relato para adolescentes, la protagonista no impone locos estándares físicos, la heroína es luchadora y compasiva, existe mucha y variada amistad entre mujeres, y todo ello aunque el romance cojee. Pero O'Hehir tiene razón en una cosa: el empoderamiento acaba cuando se convierte en colectivo.