Uno de los cánticos que a partir del caso de La Manada hizo suyo el movimiento feminista es aquel que dice ‘Hermana, yo sí te creo’. Lo que ponía de manifiesto ese lema era la incredulidad a la que eran sometidas todas aquellas mujeres que tenían la valentía de denunciar violencias o comportamientos machistas. Siempre se las cuestionaba (y se sigue haciendo). ¿Con quién ibas?, ¿cómo ibas vestida?, ¿qué hacías a esa hora sola?, ¿habías bebido?, ¿por qué no denunciaste? Todas esas preguntas ponen en entredicho la palabra de quien decide hablar.
Hay algo que une esa experiencia de no ser creída con un suceso eminentemente propio del cine de terror. Cuando una víctima (las del cine de género suelen ser mujeres) dice que un espectro âo algo que no saben definir del todoâ las ha atacado nunca son creídas. Parte del conflicto de este tipo de películas surge por el hecho de que nadie cree a las víctimas, lo que provoca que ese ‘ser de otro mundo’ ataque de forma impune una y otra vez,
Hay, por tanto, y más en este momento en el que el cine de terror mira de nuevo a lo social, un hilo que une ambas experiencias. Es el hilo del que han tirado Isabel Peña (habitual guionista de Sorogoyen) y Pedro Martín-Calero, guionistas de El llanto, película de terror que ya está en salas, protagonizada por Ester Expósito, y que él también dirige. Con El llanto ganó la Concha de Plata a la Mejor realización en el pasado festival de San Sebastián. Con una cámara estilizada que recuerda a Ari Aster, el cineasta, que debuta con este filme, crea una película críptica y sensorial en dos tiempos sobre una maldición que persigue a la protagonista (Expósito), y que descubre que también lo hizo con su madre biológica.
No es casualidad que El llanto naciera de una imagen que no se iba de la cabeza de su director, una que abre el filme, la de una mujer en una discoteca en trance, siendo atacada por una presencia invisible y abandonando el lugar sola, y de ahí otro cántico como feminista que reclama su derecho y su espacio a regresar cuándo y cómo quieran a casa. A partir de esa imagen ambos fueron tejiendo su guion que nunca explicita que sea una película sobre la violencia hacia las mujeres, porque respetan “la inteligencia del espectador”.
“Cuando empezamos a escribir nos marcamos las pautas de lo que queríamos y lo que no queríamos, y una de las cosas que no queríamos era dar el mensaje o las explicaciones mascadas al espectador. Queríamos huir de los lugares comunes que tiene a veces el cine de terror”, cuenta Pedro Martín-Calero. Pero dejan claro que hablar de la violencia hacia las mujeres “estaba desde el primer minuto” en el que empezaron a trabajar en el filme.
“Es un tema que nos interesa mucho, que nos apela completamente. Desde que el tema estuvo sobre la mesa, nuestro compromiso con la película se elevó y creemos que la propia película se puso en otro lugar”, apunta Martín-Calero. Por ello era importante una coguionista mujer, y por ello subrayan también que hay una mujer directora de fotografía, “con una mirada estética de las protagonistas femeninas para que todo eso drenase en la película”.
El guion lo comenzaron a escribir en 2015. Han pasado nueve años y una revolución feminista por encima, y eso también les hizo ponerse las pilas porque sabían que el tema estaba en la sociedad, y eso ampliaba el riesgo de que también apareciese en otros proyectos. “Es un tema que está en el debate social. Por eso quisimos hacer la película ya, además la gente se ha dado cuenta de las posibilidades de mezclar género y temas sociales. Eso nos puso un poco tensos, pero dicho esto, lo más importante para nosotros eran los personajes, ponerlos por encima de todo, y eso creo que lo diferencia”, dice Isabel Peña.
La película salta del pasado al presente. De España a Argentina. Lo hace por motivos de producción, pero también para enfatizar que la maldición de la violencia machista “es un mal que trasciende el tiempo y el espacio”. Al final, y sin hacer spoiler, un halo de esperanza en forma de abrazo de tres personajes de generaciones diferentes, hasta entonces secundarios, que por primera vez entienden lo que pasa y se reconocen en la otra, una escena que a Isabel Peña le pone “los pelos de punta”, sobre todo al recordar “el verano tan horrible que hemos pasado con estos temas”, añade y deja claro que no es un final feliz, pero sí al menos “un final con esperanza”.
Ambos son “conscientes de que ser originales a estas alturas del partido es muy difícil”. “Para nosotros no se trata tanto de ser original, de descubrir América, sino de por lo menos intentar sorprendernos. Ir contra la expectativa todo el rato siendo honestos. Jugar con el espectador sin sacar el truco de magia, intentar ir siempre en contra del lugar común”, y ahí tiene sentido una de las decisiones narrativas que toman y que no conviene desvelar, pero de la que ellos citan a Psicosis como una de las influencias.
El llanto demuestra que en España se puede hacer otro tipo de terror, uno que bebe de esa nueva generación de directores donde se cuida lo estético, pero “donde hay un hueco enorme para trabajar los personajes, para que estos guíen las historias y para que aborden temáticas que nos apelan fuertemente”. “Que no las tengas que ver solo porque haya un susto que te cagas de miedo, o un concepto muy bueno”, analiza Peña. También uno que va a los festivales más importantes, como pasó en Cannes con Titane, y como pasó con su película en San Sebastián.