Carla Berrocal (Madrid, 1983) acaba de publicar su nuevo cómic, La tierra yerma (Reservoir Books, 2024), una suerte de western castellano, con elementos sobrenaturales y protagonizado por mujeres. El libro es una síntesis de muchos de los gustos y filias de una autora que se ha significado siempre como activista feminista y LGTBIQ+, y que ha participado en numerosas iniciativas como ilustradora, campo en el que desarrolla una fructífera carrera. Una de las impulsoras del Colectivo de Autoras, Berrocal es también autora de Doña Concha (2021), cómic realizado durante una estancia en la Academia Española de Roma. La tierra yerma supone un giro de 180 grados que la lleva de la biografía histórica a la ficción, si bien se mantienen los ejes estilísticos de esta dibujante.
Del origen de este particular wéstern charro habla la autora, en entrevista con este medio. “Hace tiempo, empecé un wéstern en Patreon, con un espíritu muy folletinesco, por entregas mensuales. Pero como vi que el mecenazgo en España es complicado, lo cancelé y comencé a reescribí la historia”, explica la dibujante. “Empecé a documentarme más. Decidí aprovechar para reconceptualizar, pensar bien la historia, leer muchos libros, ver películas…”. El proyecto tuvo un punto de inflexión cuando Berrocal decidió ambientarlo en la provincia de Salamanca.
“A mí me interesaba mucho lo rural, y, de hecho, ya pasé durante un viaje por el pueblo de Salvatierra de Tormes, que me encantó como nombre para una guerrera. Pero me decidí a ambientar el cómic ahí cuando conseguí, a través del periodista Eduardo Bravo, el contacto de Inmaculada, una amiga que vive en la zona de Salamanca, que me ayudó mucho”. Así, se comenzó a familiarizar con el concepto de lo charro, la vestimenta, el folclore, la etnografía, en un proceso de documentación que, confiesa, no fue tan exhaustivo como el de Doña Concha, “que me había enconsertado mucho. Ahora me apetecía hacer algo mucho más libre, desmelenarme haciendo algo de género, que me gusta mucho”.
Un homenaje al manga y al pulp
Lo primero que sorprende al abrir el cómic es que sus páginas son amarillas, aunque, matiza Berrocal, “en realidad son blancas, impresas con tinta amarilla”. Además de remitir a la sequía y al paisaje yermo, la autora quería homenajear al cómic clásico. “El blanco y negro es la esencia del cómic, y a mí me recuerda a las tiras de prensa de aventuras de autores como Milton Caniff”, asegura. Pero también le da un toque cercano al manga más barato y pulp: “Yo pensaba en la Shonen Jump. Cuando era adolescente fui a Japón, porque mi padre trabajaba en Iberia y estaba destacado allí. Y recuerdo ser una otaku con trece años y flipar. Recogía las revistas que allí la gente tiraba porque eran como el periódico. Ese papel lijoso, feo, de impresión barata, era de muchos colores, entre ellos, el amarillo”.
Berrocal también revela que le habría gustado que las últimas páginas fueran blancas, por motivos argumentales, aunque, técnicamente habría resultado muy complicado. “El editor me dijo que era mejor hacer todas en amarillo, hacía más sencillo el proceso. La verdad es que me ha molado mucho esa parte del trabajo, diseñar el libro con un buen editor que me ha hecho en caso en muchas cosas”, explica la dibujante.
Un wéstern español y feminista
Aunque de entrada puede sorprender la decisión de ambientar un wéstern en una llanura castellana, en realidad España fue uno de los países en los que más películas del Oeste se rodaron, por lo que sus paisajes están muy asociados al género. Pero “siempre tendemos a centralizarlo todo en Andalucía, lo primero que te viene a la cabeza es Almería”, observa Berrocal. “Yo siempre he sido muy recia a centralizar la ficción en Andalucía porque creo que está excesivamente representada —continúa—. La idea era hacer un wéstern en Castilla, aprovechar esa esencia, lo recios, duros y callados que son, que es algo muy de cowboy”.
Para la autora, el wéstern trata sobre el conflicto entre el ser humano y lo salvaje. “Responde a la necesidad de una nueva mitología que demanda la contemporaneidad, un tipo de épica distinta”, explica. “Me parecía interesante, sobre todo desde un marco feminista, que surja la reflexión en torno a cómo sería la épica feminista. Porque es un concepto patriarcal, por la individualidad del héroe, y cristiano, por su sacrificio. La idea del sacrificio está en la obra, pero creo que se trata más desde lo colectivo”, afirma.
En La tierra yerma las protagonistas absolutas son las mujeres, y los hombres son elementos externos, que aparecen como amenazas. Especialmente, “los ellos”, seres sobrenaturales que asedian a las familias de ganaderas y que, para Carla Berrocal, “representan la masculinidad más tóxica, aunque también me interesaba que fueran muy abstractos, que los lectores los completen proyectando sus propios miedos”. La inversión de roles en un género en el que los hombres suelen ser siempre protagonistas es deliberada: “Yo quería darle la vuelta al género, que tiene muchos arquetipos muy masculinos. ¿Cómo sería traducir esos arquetipos desde un punto de vista feminista?”, se preguntó la autora.
Me parecía interesante, sobre todo desde un marco feminista, que surja la reflexión en torno a cómo sería la épica feminista. Porque es un concepto patriarcal
“Es verdad que los hombres no salen muy bien parados en el cómic, pero pretendo interpelar al lector masculino para que reflexione sobre el hecho de que nosotras llevamos siendo ‘lo otro’ desde siempre”, manifiesta la ilustradora. “Yo siempre he devorado este tipo de ficción y nunca me planteé el sesgo de género hasta que comencé a tener una conciencia feminista”. Sin embargo, Berrocal no se siente cómoda si etiquetan su cómic como un “wéstern de mujeres”: “No, es un wéstern, si después hay personajes femeninos, eso es otra cosa”.
Representando personajes LGTBIQ+
En ocasiones, las ficciones que incorporan personajes desde la diversidad sexual exhiben una preocupación porque esas representaciones sean correctas y positivas. Es algo de lo que Carla Berrocal ha querido huir en La tierra yerma, donde las dos jóvenes protagonistas mantienen un romance. “Es muy necesario que haya personajes LGTBIQ+ de todo tipo, incluso villanos, en los que su sexualidad no sea el punto sobre el cual gira la trama”, reflexiona. “Hay que dar la vuelta a los estereotipos e inventar otras formas, porque no me gusta cuando se peca de buenismo. Me interesan los personajes con dudas, con zonas grises, es mucho más rico”. La autora pone el ejemplo de Isidora, la adusta matriarca de la familia Isla Perdida en la ficción de La tierra yerma, “que tiene dobleces, un pasado que le pesa, aunque en el fondo tenga también su bondad”.
En su historia, Berrocal manifiesta haber evitado el tópico de la salida del armario, al presentar un mundo de tintes míticos, y en el que todos los personajes son mujeres. “Pero no gira todo en torno a su sexualidad —matiza—, lo trato como una trama más de la historia. Está todo muy naturalizado”. De hecho, las protagonistas tienen dos madres, lógicamente. “Alguien podrá pensar en cómo es posible que se reproduzcan —admite la autora—, pero estamos en el contexto de una ficción que empieza con un bebé al que pinchan con una aguja y no llora… A partir de ahí, estás entrando en una ficción y llegando a un acuerdo conmigo. Es el poder de la ficción”.
De Shakespeare a García Márquez
La historia de amor entre las dos protagonistas, en el marco de las tensiones entre sus familias, parece remitir a Romeo y Julieta, obra de la que Berrocal asegura ser “megafan”. “Me apetecía mucho jugar con la idea de dos familias enfrentadas en un escenario muy árido. Pero el conflicto no está en que ellas sean bolleras, sino en la diferencia de caracteres”, explica.
El tono lírico de la obra, así como su título también recuerdan a García Lorca, aunque Berrocal considera que no ha sido una influencia tan importante. Por el contrario, “tiene muchos más elementos propios del realismo mágico”, explica. “Tengo la sensación de que tiene mucho que ver con mis raíces latinoamericanas. Yo recuerdo ser una niña y estar en Chile, y escuchar a mi abuela contándonos historias del folclore”, recuerda la autora, que ya exploró el universo mítico chileno en su primera novela gráfica, El brujo (2011).
“Aquello era algo que estaba muy vivo y muy dentro de la esencia latinoamericana. Y, al final, lo que hacía Gabriel García Márquez era contar historias populares de una manera muy bella”. Ese mismo espíritu es el que ha intentado reproducir, a su manera, en La tierra yerma, “a través de los ellos, pero también con el culto a la Berraca, la isla que se ilumina por la noche, o la figura de la desconocida blanca. Es ese tipo de marco en el que se unen la realidad, la ficción y la magia”, concluye.