El cómic que explica la relación entre ser un heavy de barrio y la lucha de clases
Una búsqueda rápida por Internet sobre el significado de descampado nos acerca a expresiones como: “tierra baldía entre edificios”, “terreno sin vegetación ni viviendas”, o “terreno llano, descubierto y sin habitar”. Sin embargo, ninguna consigue acercarse ni remotamente al sentido cultural, social y político que tenía aquel trozo de tierra en la década de los ochenta, cuando España aún no conocía la voracidad del ladrillazo.
Aquel espacio de campo “sin uso” demarcaba el final de la ciudad y el comienzo de lo desconocido. Era el lugar en el que se dirimía el presente y el futuro de barrios como Carabanchel, La Elipa, Villaverde, La Ventilla o Vallecas.
“Los niños los vivíamos como lugares con entidad propia sin pensar que pudieran ser menos perdurables que un edificio, una plaza u otros espacios urbanos”, relata el Diccionario de las periferias de Carabancheleando, la única página que consigue ir más allá de la descripción aséptica.
El descampado es uno de los lugares que van a transitar los personajes de Heavy. Los chicos están mal, continuación del exitoso Heavy 1986, cómic escrito por Miguel B. Núñez (Madrid, 1970), uno de nuestros más ilustres dibujantes. Aunque en un principio viera su porvenir algo más oscuro de lo que ha sido.
“Cuando me metí en la Escuela de Arte, ni siquiera pensaba que iba a haber un futuro. Ahora la gente muy joven sabe que puede vivir de la ilustración”, confiesa el autor de Stroszek, Muertemanía, El corazón de los árboles y Recto, junto a Paco Alcázar y Miguel Brieva.
El historietista ni siquiera llegó a terminar el año en la escuela de artes aplicadas de la calle La Palma, en Malasaña. “Con 17 años tenía que haber aprendido el aerógrafo. Era como el futuro”, explica entre risas. “Pero lo tuve que dejar para ir a la mili, que al final no hice. Si iba voluntario tenia mas posibilidades de librarme siendo asmático. Estuve un mes pendiente del tribunal y me libré”, cuenta.
Heavy 1986 y Heavy. Los chicos están mal resumen de alguna manera aquellas vivencias. Años duros para cualquier adolescente de barrio que estaba descubriendo el mundo. Dos obras fundamentales para entender cómo vivían la mayoría de jóvenes en aquellos años, que hoy parecen tan lejanos. “No te pasabas el día en el centro cuando eras alguien de barrio. Era como otro territorio”, indica Núñez.
“Yo era de Canillas y desde allí me movía a San Blas, Las Musas, Canillejas u Hortaleza. Luego no había nada”. Un sentimiento de barrio que a la vez se ve impregnado por la lucha de clases. “Ya nadie habla de la clase social, pero yo lo veo en todos lados. Y en los ochenta era el tema”, explica.
La pertenencia a un grupo y a una tribu será lo siguiente. “Yo no fui tan puro como los que describo en los tebeos, pillaba un poco de todos los lados”, confiesa Núñez, que más tarde militará en grupos de música como Tocadiscos Humano o Humbert Humbert.
“Todo el mundo se cuidaba mucho y a mí a veces me agobiaba que se insistiera tanto en esta parte. Me resultaba un poco idiota. Es una cosa que nunca me ha gustado de las tribus: que te imponían cómo tenías que ir. Es absurdo. La música y la forma de vestir es una forma de sentirse libre”, asegura.
Sin embargo, Núñez se rinde a la evidencia, su manera de dibujar está plagada de detalles mínimos. Elementos que terminan de definir la personalidad de cada personaje a través de su forma de vestir y hablar. Punks, rockers, heavys, skins, mods, breakers y otros muchos van a inundar las páginas de este segundo volumen. Entre todos los grupos, llama la atención la inclusión de los pijos, un colectivo que sigue de plena actualidad. “Los pijos no se consideraban una tribu pero lo eran, fundamentalmente porque funcionaban igual. Entonces era muy visible. Pero en ningún lado se les trataba como una tribu”, sentencia.
El libro va avanzando al ritmo de la música de las diferentes tribus, pero con los heavys como protagonistas de la acción. Ellos son quienes llaman la atención de los medios en aquel momento. Núñez, como joven melenudo, va a vivir de primera mano la construcción de aquel relato que criminalizaba lo distinto y llamativo. “Todos los medios daban continuamente noticias. Se intentaba dar la sensación de que los adolescentes eran peligrosos”, detalla sobre la alarma social que se fue fabricando. “Aunque parezca ridículo, casi todos los prejuicios tienen que ver con la falta de costumbre. Un chico con el pelo largo o una chica con una muñequera de pinchos, en aquella época, eran lo peor. Eran delincuentes”, se lamenta.
De esta manera, explica cómo 'La Cadena del W.C', la principal emisora pirata de la ciudad, muy vinculada a los heavys, fue cerrada. “Recuerdo perfectamente cómo en el Telediario ponían extractos de 'La Cadena del W.C'. donde se oían las despedidas típicas «Hasta los huevos, dementes» y como luego entrevistaban a la gente en la calle preguntándoles qué les parecía aquello. Resulta tan ingenuo que este tipo de comentarios se utilizaran de argumento. Pero todo esto se hizo para legislar. Primero lo criminalizan, lo tachan de antisocial, y finalmente lo prohíben”.
Los heavys van a ser el movimiento musical más masivo de aquellos años, todo ello sin sonar en la radio y con apariciones en televisión de dudoso gusto. “Eramos un grupo que podíamos llenar conciertos en grandes estadios como los Queen o Scorpions. Y las miles de personas que llenaban el Rockodromo de La Casa de Campo, con grupos como unos Santa o unos Bella Bestia, eran heavys”, comenta el novelista gráfico sobre uno de los fenómenos más boca a boca que han existido: el heavy de barrio. “El heavy siempre ha funcionado como efecto masivo. Los grupos de heavy metal nunca han buscado nada minoritario o el underground”.
Hay que incidir en que además de masivo, el heavy era visto como algo moderno en los incipientes ochentas. “Cuando aparecían estos grupos en Aplauso o este tipo de programas, siempre eran vistos como algo actual. Se presentaba a los Kiss o los Obus como lo más moderno. No debemos entender la palabra moderno como se entiende ahora”, puntualiza Núñez. “Por muy ciego que uno estuviese veía que Iron Maiden llenaban estadios con miles de personas. Rockdelux, por ejemplo, hablaba continuamente de heavy metal en su revista”.
Heavy. Los chicos están mal también sirve para poner en valor a muchos de estos artistas. Alice Cooper, Lemmy Kilmister, Azucena Martín-Dorado Calvo, Wendy O. Williams o Blackie Lawless son inmortalizadas en la parte final, a modo de panteón de ilustres figuras. “Creo que el heavy y muchas de sus historias están basadas en la fantasía. Eran gente lejana a ti”, revela el dibujante sobre la mayoría de grupos de heavy metal, inalcanzables para todos los adolescentes. “No tratabas de ser como ellos. Admirabas ese mundo. Ninguno de mis amigos se imaginaba viviendo la vida de Motley Crue”.
Los vídeos y los temas de cantantes como Lizzy Borden o Ronnie James Dio, sobre dragones y mazmorras, permitían evadirse. Así lo ve Núñez: “Tú no te creías ese mundo. De alguna forma te decían que la vida era una mierda pero que podías soñar. Mezclaban fantasía y evasión con la idea de: reafírmate a ti mismo. Vengas de donde vengas, reafírmate. Tu puedes conseguir más cosas”.
Pero había grupos nacionales como Panzer, Obús, Barón Rojo, Asfalto o Topo que iban mucho más lejos. “Yo me enamoré de Asfalto porque te ayudaba a fantasear con una idea muy local”, reconoce. “Asfalto son el grupo más comprometido con la calle. El que más. Siempre te están hablando del día a día. Topo también, no deja de ser una variación del mismo grupo”. La banda de Julio Castejón, con discos como Ahora o Cronophobia, va a contar historias mucho más reales y grises. Núñez comenta que “a veces era hasta un poco deprimente. Pero era una tristeza que a mi me atraía mucho. Te hablaban del día a día en la oficina. Era genial. Era su vida”. Una forma de subsistencia que terminaba reflejando lo que muchos jóvenes vivían. Heavys de barrio.