¡Cuidado, vuelven las secuelas!

Al final Atticus Finch era un cretino. O al menos, eso se desprende de los primeros datos sobre Ve y pon un centinela (HarperCollins) la recientemente publicada secuela de Matar un ruiseñor, de Harper Lee. 58 años después de la publicación del clásico estadounidense sobre la libertad y los derechos civiles, la abogada de Lee encontró un manuscrito que continuaba la historia de Atticus y la localidad de Maycomb y el mundo editorial -y los medios, en general- se chalaron. Cual bola de nieve imparable, se sucedieron las incógnitas: ¿qué habría pasado con el pueblo? ¿Sería tan buena la secuela como su predecesora? ¿Estábamos ante la gran continuación de la novela del viejo sur?

La respuesta, por el momento, es al menos ambivalente: hay personajes que salen ganando, la estructura es más compleja, y Finch adquiere una nueva dimensión que le aleja del papel del héroe y cae en desgracia. Eso sí, Gregory Peck no ha tenido que ver a su personaje estrella yendo a una reunión del Ku Klux Klan.

Segundas partes siempre fueron complejas, y la tentación para revisitar la historia, demasiado grande. Ya sea por dinero o necesidad de superación, los escritores han vuelto en ocasiones a los personajes y las tramas que les hicieron famosos para examinar qué les ocurrió y cómo imaginar un posible futuro, con resultados desiguales. Aquí va una lista de polémicas continuaciones de archiconocidos libros contemporáneos que demuestran que las secuelas tienen sus riesgos:

¿Qué pasó con Rhett y Escarlata? Si nos habíamos quedado en que ella jamás volvería a pasar hambre y que a él todo le importaba un bledo, para muchos el final resultó insuficiente. Especialmente para la industria del libro, que cincuenta años después se sacó de la manga una secuela de Lo que el viento se llevó titulada Scarlett, ya no escrita por Margaret Mitchell -que se negó en vida a continuar la novela que le dio fama y fortuna- sino por Alexandra Ripley, puesto que Mitchell criaba malvas desde 1949. El drama romántico de tintes históricos sobre la Guerra de Secesión desemboca en un larguísimo tira y afloja al estilo volverán-o-no-volverán del folletín con embarazos, traiciones y curas irlandeses de por medio. Y sí, vuelven, son felices y comen perdices.

Que a Brett Easton Ellis le han gustado los juegos de espejos con los personajes de sus novelas es quedarse corto. American Psycho utiliza un personaje secundario de Las leyes de la atracción -Patrick Bateman, hermano de Sean- como protagonista, y lo mismo ocurre con Glamorama, dónde Victor Ward y Lauren Hynde reaparecen convertidos en modelos terroristas. Pero no fue hasta Suites Imperiales dónde Easton Ellis realmente cogió el toro por los cuernos y abordó la vida de los personajes de su primera y exitosa novela Menos que cero. Si en su debut, Clay y Blair eran una suerte de Gatsby y Daisy de los años ochenta, lánguidos y desafectados, al llegar a la mediana edad, veinticinco años después, se han convertido en marionetas esquizoides que vagan entre la tecnología y la violencia extrema. Y entre guionistas de Hollywood, lo que resulta lo más aterrador.

La primera novela de Irvine Welsh, Trainspotting, supuso para el autor ser catapultado al estrellado de las letras, y acabó transformada en una película que definió culturalmente toda una década en el Reino Unido. Pero Welsh se negó a cerrar el destino de Spud, Sick Boy, Renton y Begbie en una sola novela. Si la temática –la historia de cuatro chicos escoceses, su amistad y su autodestrucción- surgía ya en Cola, Welsh decidió revisitar completamente a sus personajes en Porno.

En esta secuela, la industria pornográfica y la cocaína sustituyen a la heroína como excusa para la unión y la constante traición de unos tipos ya menos jóvenes, más cínicos e igualmente castigados por la vida. Las amistades que no lo son y la decadencia inherente en una clase obrera machacada por el sistema se mantienen, veinte años después. Recientemente se ha confirmado que hay una posible adaptación fílmica en marcha.

La sátira antibelicista Trampa-22 de Joseph Heller, situada en una isla italiana en 1943 supuso demasiada tentación como para no preguntarse si podía actualizarse en la actualidad. Si en el primer libro nos encontrábamos a un capitán John Yossarian fingiendo locura para escaquearse de un conflicto bélico que supone masacres y terror a gran escala, en la segunda parte, Hora de cierre, situada en el Nueva York de los noventa los personajes intentan adaptarse a una sociedad que contempla los conflictos desde lejos. Eso y que Yossarian se pasa la mayor parte de la novela intentando organizar una boda convierten a la secuela en un acto un tanto futil que deja al lector estupefacto.

Antes de comerse el hígado de una de sus víctimas con un buen Chianti, el doctor Hannibal Lecter había aparecido ya en otra obra de Thomas Harris, autor del best seller El silencio de los corderos, famosa también por su adaptación fílmica. Si en Dragón Rojo Lecter ya era presentado como el inteligente psiquiatra caníbal en prisión, es en Hannibal, dónde Harris retoma qué pasó con Lecter después de su fuga. La agente especial Clarice Starling es la encargada de encontrar y capturar al peligroso homicida, pero las cosas se tuercen de manera cómicamente perversa. En un retrueque un tanto psicotrópico, nos encontramos a una policía reconvertida en musa enjoyada del doctor Lecter, residiendo en Buenos Aires y disfrutando de la ópera.