El escritor neoyorquino Douglas Kennedy vive entre su ciudad natal, París, Londres y Berlín. Su obra literaria lo ha convertido en el autor estadounidense más leído en Francia, donde disfruta de una cómoda posición para criticar la actualidad política de su país y la ola de conservadurismo que le invade.
Acaba de publicar en español “La sinfonía del azar” (Editorial Arpa), un recorrido por la vida de una familia estadounidense a final de la agitada década de los años 70, según él, el inicio de la tensión que divide a su país en dos.
Es un socialdemócrata convencido y un locuaz interlocutor político, especialmente con todo lo que incumbe a Estados Unidos, país del que no logra huir ni aunque lleve 40 años viviendo a 6.000 kilómetros de distancia.
PREGUNTA: Es usted lo contrario a la América profunda que retrata en sus libros.
RESPUESTA: Bueno, lo cierto es que cuando miro a mi generación de estadounidenses, y el libro trata de eso, veo que nos hemos convertido en una panda de idiotas conservadores, ¿no le parece? Yo crecí en una época en la que el cambio era posible. A finales de los 60 había una sensación de posibilidades y también el fin de los roles: las mujeres luchaban por la igualdad, así como los afroamericanos o la comunidad LGTB. Todo el antiguo orden de la América blanca estaba siendo desafiado.
Lo que hubo después fue básicamente una reacción contra aquello encabezada por (Ronald) Reagan, que acabó siendo el presidente más influyente desde Franklin Roosevelt. Pero Roosevelt era un progresista que experimentó con el socialismo en Estados Unidos. Reagan le dio la vuelta con el neoconservadurismo y la idea de reducir el Estado por completo. El resultado 40 años después es Trump.
P: ¿Ve una similitud entre los años de Reagan y Trump?
R: Sí, hay una analogía pero al mismo tiempo es el resultado de lo que puso en marcha el 'thatcherismo' y el 'reaganismo'. “La sinfonía del azar” se centra en ese período en el que las posibilidades de evolucionar eran enormes pero también fue el principio de una lucha de blancos y de las corporaciones que ha acabado triunfando. Hoy día la tecnología lo domina todo, más incluso que Wall Street, los precios de la ciudades se han salido de órbita y es muy difícil para la gente joven empezar de cero.
Yo escribo un guión al año para pagar la universidad de mis hijos y que no empiecen la vida con deudas. Estamos literalmente endeudados con el sistema. Nos han atrapado. Hay muchos estadounidenses que empiezan a pensar que hay algo que no funciona, ¿para qué sirve entonces el Estado? Los estadounidenses no quieren ver que nuestra era dorada ya ha acabado. Nos hemos jodido a nosotros mismos y no hemos sido capaces de invertir en nuestra gente.
P: Es usted lo que su padre (un exagente de la CIA que participó en el golpe de Estado de Augusto Pinochet, en Chile) llamaría un comunista.
R: Soy lo que un europeo llamaría un socialdemócrata. Mi padre diría definitivamente que soy un rojo. Mi mayor arrepentimiento es no haber creído que (el candidato a las primarias del Partido Demócrata en las elecciones de 2016 Bernie) Sanders podría ganar y que Hillary (Clinton) resultó ser una mala candidata. Estamos entrando en un tiempo muy oscuro. Creo que terminará, eventualmente.
P: ¿Esta época o el mundo?
R: Creo que el ciclo cambiará, pero nos va a llevar tiempo y puede que nos cueste un cataclismo o una gran recesión económica o una guerra.
P: Pero su libro habla también de eso, de cómo pensamos que las cosas van muy mal y luego pueden ir a peor, pero también pueden mejorar.
R: Sí, bueno, echando la vista atrás, (Richard) Nixon parece un progresista comparado con este payaso. El problema ahora es que hay dos Estados Unidos y se odian entre ellos. En la novela volvemos a la época en la que Nixon empezó a dividir el país para poder ganar la Casa Blanca en 1968. Él entendió que para conseguirlo tenía que dividir al país en un período en el que había grandes manifestaciones contra Vietnam, sexo, drogas, rock and roll... ya sabe. Se dijo que había una mayoría silenciosa en el país, los verdaderos estadounidenses, y no esta panda de snobs y hippies feministas quemando sujetadores o estos gays.
Reagan siguió con aquello y las dos Américas empezaron a separarse. Lo cierto es que el 20 % de los estadounidenses son gente como yo, educada, con pasaportes... ¿Sabe que solo un 35 % de los estadounidenses tiene pasaporte? No lo necesitan porque no pueden permitirse viajar. Si tienes dinero puedes ir a las mejores universidades del mundo, si no, estás jodido. Soy muy pesimista sobre mi país, vivo allí la mitad del año y lo amo, es mi hogar, pero, dios mío, es un lugar angustioso.
P: ¿Eso le demuestra que uno no puede escapar de su país, ni viviendo en el extranjero? Habla usted mucho también de la familia, ¿se puede escapar de la familia?
R: Nunca. Siempre estará ahí. La vida adulta suele ser una continuación de todo lo que te ha pasado en la infancia. Puedes moldearlo y mitigarlo pero no puedes escapar de ello.
P: ¿Cuánto hay de usted en Alice Burns, el personaje principal?
R: Hay ciertas cosas. Fuimos a la misma universidad en Dublín, nuestros padres se parecen, los míos no se soportaban. Mi padre estaba en la CIA y en Chile, estuvo muy implicado en el golpe contra (Salvador) Allende, lo que descubrí mucho más tarde.
P: ¿Cómo se enteró?
R: Una noche, dos años después de que sucediera, me llevó a un restaurante japonés en Nueva York. Mi padre me preguntó si sabía por qué había pasado tanto tiempo en Sudamérica, en Argelia o en Haití, le dije que porque gestionaba minas, y me dijo: “Bueno sí, pero tengo otro trabajo, soy agente de la CIA, y me estuve acostando con la hija de un cercano a Pinochet”.
P: Menuda noche.
R: Sí, creo que fue la noche en la que me decidí convertirme en escritor. Entre otras cosas, quería escribir una saga familiar sobre cómo uno ve a la familia y sobre todos los secretos que guardan las familias. Todos los países tienen secretos y guerras civiles, y todas las familias tienen secretos y, fundamentalmente, guerras civiles.