Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964) acaba de publicar Los asquerosos (Blackie Books, 2018), su cuarta novela. El título es tan contundente como los de las tres anteriores, todos compuestos por dos palabras: Los millones, Los huerfanitos, Las ganas. En esta se narra la historia de Manuel, un joven con escasas habilidades sociales que, después de un desafortunado y violento encuentro con un policía, se refugia en una casa abandonada en medio de la nada castellana.
El escritor responde al teléfono de buen talante. Es fácil mantener una charla con él, habla mucho y de manera distendida, salta de un tema a otro como si estuviera sentado conversando en un bar. No ocurre con todas las entrevistas y menos en las no presenciales: al fin y al cabo son conversaciones planificadas que no surgen de manera natural. Con Lorenzo no hay problema.
Se mudó de Madrid a una pedanía de Segovia y a Manuel, el protagonista de su novela, le manda a una casa en medio de la nada prácticamente ¿Se parecen en algo sus experiencias?
Su experiencia es mucho más interesante, porque la mía no da ni para medio folio. Uno escribe de lo que ve, de las cosas que le pasan, pero procura adornarlas porque si se limita a lo que hay quedarían libros aburridísimos.
Él es mucho más ingenioso que yo y tiene más capacidad para sacarle el jugo al tiempo. A uno le gusta fabricarse cositas y en eso sí que podríamos parecernos. Pero insisto, su historia tiene gracia y la mía no tiene ninguna.
¿Quiénes son Los asquerosos? ¿De dónde viene el título del libro?Los asquerosos
Adoro al género humano y hay veces que esa adoración se me frustra. He hecho mi propia selección de platos, un menú de asquerosidades, hay cinco, seis o siete actitudes humanas que sí me han parecido incuestionablemente asquerosas. Tenemos un casero gorrón, un policía que se sobrepasa, una empresa que se dedica a timar a la gente y al dominguero como asqueroso prístino y neto, asqueroso incontaminado. En todo caso deja consignado el aviso de que todos somos susceptibles de parecer asquerosos a alguien.
Los personajes de sus novelas suelen ser seres solitarios. ¿Por qué?
Hay muchas personas en mis novelas que están como locas porque les hagan caso, pero también hay gente que se ve obligada a permanecer sola. Creo que la novedad de Los asquerosos con respecto a los otros libros es que este tío chapotea en una soledad elegida. De hecho, el libro va sobre todo de un sujeto que ensaya y experimenta lo que sería vivir en puritísima soledad, que ve cómo es y le gusta. Pero, habitualmente, una historia buena sale de un alguien que quiere estar rodeado de seres humanos y siendo admirado por sus semejantes.
Es bastante dado a inventar palabras como “la Mochufa” o “porlar” ¿Sabe si alguien las ha incorporado a su vocabulario?
No, pero sería un sueño que pasara eso, sería fantástico. “Porlar” y “Mochufa” son absolutamente inventadas. El día que una palabra me vuelva te llamo y te digo “mira, pasó por fin”.
Y al contrario ¿hay alguna palabra que esté inventada y que odie?
¡Qué bueno esto! Hay una palabra a la que le tengo un asco horroroso pero que alude a todo lo bueno. De hecho, en Los asquerosos se dedica un párrafo a hablar del asco que da el sonido de esta palabra, que es un significante que remite a un significante netamente positivo. Me pasa con “disfrutar”, que me da cosa asco decirla, no puedo. Qué le vamos a hacer, cada uno con sus traumas a cuestas.
Han comparado su escritura con la de autores como Mihura, Jardiel Poncela, Azcona o Eduardo Mendoza, por nombrar solo algunos. ¿Qué le parece? ¿Sumaría o quitaría a alguien?
Pues hay gente de la que has mencionado a la que apenas he leído. Pero si me hubieran influenciado alguno de esos tíos, yo escribiría bastante mejor.
Usted también se dedica a fabricar maquetas. ¿De qué son?
Cuando yo tenía 13 años empecé a descubrir el maravilloso mundo de los soldaditos de plástico y plomo y las maquetitas de la II Guerra Mundial. Cuando empecé con el cine me interesaron mucho algunas partes en concreto, como la dirección de actores, el guión y la dirección artística, que es como se llama en el cine a la escenografía.
Hasta tal punto llegó mi pasión que mi socia Mer García Navas y yo cogimos un día un local por la plaza de los cines Luna en Madrid y cuando nos quisimos dar cuenta habíamos montado una especie de taller. Pasamos años muy hermosos haciendo atrezo, decorados, todo tipo de material visual para publicidad, cine, teatro y tele. Hicimos alguna maqueta para Torrente o para 800 balas.
Llegó un momento en el que abandoné un poco lo del miniaturismo y me dediqué a hacer maquetas de decorados imposibles, de atrezo raro. Paridas visuales traducibles en objetos tridimensionales que tuve el gustazo de exponer en Valladolid y en San Sebastián.
¿Cuál fue la última maqueta que hizo?
Un mueble a escala para celebrar la segunda edición de Las ganas (Blackie Books, 2015), que sería como el resultado de partir un queso por la mitad y cruzar las dos mitades pero con sus cajones. La fotografía se regalaba con esa segunda edición. Es muy difícil describirlo con palabras, lo cual me da mucha confianza porque si no se puede describir significa que es un objeto puramente visual.
¿Ha pensado alguna vez en adaptar sus novelas al cine? ¿Se ha imaginado a algún actor interpretando a sus personajes?
No, no, yo ya no me acuerdo nunca del cine. De hecho, era muy importante que en la portada de Los asquerosos no saliese rostro alguno. No tengo a nadie en la cabeza cuando escribo, ni a actores ni a nadie.
Este otoño se han publicado bastantes libros sobre escritura, para que el lector se anime a escribir ¿Le daría algún consejo a la gente para que escribiese?
Lo único que se me ocurre decir es que solo puedes escribir en el momento en el que te mueres de ganas de hacerlo. Cuando escribes es porque o lo haces o te tiras de un octavo. Dicho esto no hay consejo que dar, es un consejo totalizador, es la norma. Pero creo que es muy bueno, porque significa eliminar la imagen tan absurda de una persona sufriendo ante un papel en blanco.
A mí a veces me ha tocado entregar, por ejemplo, un artículo. Entonces no te andas con todas estas pejigueras: igual no tienes demasiadas ganas, pero te pones y lo haces porque has quedado en que lo vas a entregar. Ahora, una cosa de ficción en la que tú vas a hacer lo que te dé la gana no puedo relacionarla con ningún tipo de mínimo sufrimiento. En mi casa quizá hace un poco de frío, pero por lo demás no solo no he sufrido, sino que me emociono un poco con los recuerdos de lo bien que me lo he pasado haciendo esta novelita y la otras.
Estudió en un colegio del Opus Dei. ¿Se ha parado a pensar alguna vez lo que pensarán sus profesores de lo que escribe?
Había profesores fenomenales en ese sitio. Otros no, hubo un cura que se llamaba José Luis de Santiago que hablaba del infierno como si fuera una especie de parrilla, una incineradora de residuos sólidos. Un asqueroso. Pero hablamos de un Opus vasco, que creo que no tiene mucho que ver con el Opus madrileño, por ejemplo.
¿Y en qué se diferencian?
No sé, no conozco muy bien ninguno de los dos. pero tengo la impresión de que es muy distinto. Hay un catolicismo vasco que lleva a Franco a fusilar a curas y otro catolicismo castellano. Y eso afecta a la educación. Yo entré en el colegio en 1971 y con seis años votabas a tus representantes de clase.
No me ha llegado la opinión de ningún profesor. De compañeros sí, porque tengo amigos del colegio. Como Javier García del Valle, que es amigo mío del colegio y vino a la presentación del libro en Madrid. Y todo lo que escribo lo lee primero el editor de Blackie Books, Jan Martí, y Javier Torres, al que conocí en EGB y que es muy bueno leyendo cosas y mejorándolas antes de publicarlas.
También tuve la buena suerte de hacer BUP en un instituto público en Valladolid, en una ciudad que no se parecía nada al Getxo (Vizcaya) en el que crecí. Sí me gustaría volver a encontrarme con dos profesores que tenía en el instituto, Roberto Calvo y Antonio Sánchez Pascual. Nos empeñamos en sacar una revista literaria en el instituto. Hablo en plural porque estábamos unos cuantos, entre ellos Ginés García Millán, que es uno de los grandes actores de España. Y gracias a los buenos oficios de esos dos profesores lo hicimos.
¿Tiene en marcha algún proyecto nuevo?
Tengo un archivo que no sé por qué se llama “80”, en el que voy metiendo cosas que voy viendo, pero a día de hoy ninguna ha dado como para sacar nada que merezca la pena gastarse diez céntimos en comprarlo. Pasaré algunos años pensando en memeces de las que a lo mejor sale algo legible o igual no sale nada.