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El éxtasis y Chappell Roan: quién es la artista que ha puesto en pie a la 'gen Z'

Chappell Roan actuando en el O2 Academy Brixton el pasado septiembre

Andrea García Baroja

23 de octubre de 2024 22:09 h

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Es la nueva popstar. La cara inédita de la industria, la actuación estelar. Acaba de ganar el premio MTV VMA Award a mejor artista revelación, causa sensación entre el público joven y mayoritariamente angloparlante, y sus canciones han irrumpido en las listas de éxito como un tifón. Este mismo jueves el Primavera Sound ha anunciado que será cabeza de cartel en la próxima edición del festival.

Chappell Roan se ha convertido con 26 años y en cuestión de meses en un fenómeno emergente del pop. Se ha establecido como una diva descarada, fresca, al margen —de momento— de las convenciones de Hollywood que constriñen al resto de superestrellas. Su música prolifera en TikTok y sus coreografías son las más bailadas en los festivales.

Nacida Kayleigh Rose Amstutz en Missouri, comenzó su carrera de forma discreta. Lanzó su primer epé, School Nights, en 2017, una obra oscura que se inscribía dentro del pop alternativo y que ya mostraba algunas de las inquietudes que hoy definen su estilo: clichés sobre la adolescencia, reminiscencias del imaginario “americano”, la sexualidad.

Su éxito ha llegado este año, después de publicar su álbum debut, The Rise and Fall of a Midwest Princess (2023). El disco enseguida se coló en los algoritmos de las redes sociales, impulsado en gran parte por la participación de Roan como telonera en la gira mundial de Olivia Rodrigo, con quien comparte amistad y público objetivo. “Chappell Roan es, sin lugar a duda, una de las máximas beneficiarias del ejercicio de telonera de la historia reciente de la industria fonográfica”, explica SergioOpina, analista y experto en cultura pop. 

Con el disco llegó su rebranding. A Roan le encanta presentarse en una atmósfera estética exagerada y camp, absolutamente intensa y emocional, vestida a lo drag encima de los escenarios de algunos de los principales festivales del mundo, a los que ha ido más gente a verla que al cabeza de cartel. Es una artista visual, una performer. Su música es enérgica y liberadora, y sus canciones Good Luck Babe! y Hot To Go llevan semanas casi coronando el ránking de Billboard. Algunos de sus temas como Pink Pony Club celebran la feminidad en toda su complejidad y ofrecen una reivindicación de la cultura queer.

“Su identidad estética la singulariza en mayor medida que su propuesta musical”, dice Sergio. “Frente a la vulnerabilidad del pop progresivo que reverbera entre la generación Z de Billie Eilish, la vindicación de la histeria femenina de índole literaria encabezada por Taylor Swift y la exaltación de la rave de idiosincrasia posirónica de Charli XCX, Chappell Roan resuena entre aquellas alas del pop sedientas de una exaltación de la performance”, apunta.

La joven artista disfruta del título de nuevo icono LGTBIQ y de unos fans incondicionales. En este tiempo en que la industria se ha convertido en una fábrica de nuevos artistas, entre nepo babies y músicos como Sabrina Carpenter y Olivia Rodrigo —que han utilizado su éxito en la televisión para pasar a la música—, Roan destaca porque no tiene nada de eso, según argumenta Coleman Spilde, crítico de cine y música estadounidense.

De hecho, años antes de saltar a la fama internacional, se vio obligada a abandonar Los Ángeles y regresar a su pueblo de 6.000 habitantes, convencida de que su sueño había acabado y agobiada por volver a un lugar que la constreñía. En agosto de 2020 su discográfica terminó con su contrato porque sus canciones no terminaban de despegar, y trabajó de camarera, niñera o cajera para regresar a la meca del espectáculo. “Es una desvalida que llevaba años haciendo música antes de dar el salto a la fama, y en parte por eso a sus fans les encanta defenderla. Es divertido animarla”, dice Spilde.

“Sus seguidores son personas que se identifican con los deseos y experiencias sobre los que escribe, personas que quieren convertir este mundo sombrío en algo un poco más colorido. No es de extrañar que haya atraído a un gran número de fans del colectivo LGTBIQ. Por supuesto, ayuda el hecho de que la propia Chappell sea gay, porque a los queer nos encanta ensalzar a uno de los nuestros”, prosigue.

Su álbum The Rise and Fall of a Midwest Princess, analiza Sergio, se orquesta en torno al sintetizador y a una predilección pospandémica de muchos artistas —como puede ser, por ejemplo, la de Dua Lipa— hacia músicas electrónicas de baile del siglo XX, “con especial hincapié en el pop sintetizado de los ochenta”. Sus temas oscilan entre el puro pop, el folk o el pop alternativo de autor, y aunque algunos pueden sonar como himnos de cheerleaders escolares en la primera escucha, suelen entrañar mensajes que nada tienen que ver con lo mainstream.

Por supuesto, las comparaciones son inevitables, y los oyentes tratan constantemente de catalogarla como la nueva ‘pupila de’ o en cualquier otra categoría que hayan inventado artistas anteriores. Las más sonadas: las de Lady Gaga, Cher, David Bowie o Madonna.

“La confianza que muestra en sus actuaciones en directo —en el vestuario, la escenografía y su canto teatral— recuerda mucho a la primera Lady Gaga”, comenta Spilde. “En cuanto a su personalidad, es mucho más Madonna: decidida a ser famosa en sus propios términos, aunque a algunos de sus fans no les guste. Hace arte exactamente como quiere. También veo a Cher, David Bowie e incluso algo de Fiona Apple en la forma en que escribe sus canciones”, agrega.

“Las analogías entre Chappell Roan y Lady Gaga son, de facto, razonables”, concuerda Sergio, que explica que, con el final del periodo de hegemonía de Lady Gaga, allá por 2013, terminó también la exaltación del teatro en la cultura popular: “Roan se aposenta, precisamente, en la oquedad de la performance del pop de la presente década”. Destacan también, tanto para Sergio como para otros críticos, las reminiscencias de Kate Bush: “Una identidad deliberadamente histriónica, autenticidad a raudales y la reapropiación en clave escénica de la retórica de la mujer ‘desquiciada'”.

Con estos artistas comparte la cercanía del público LGTBI, aunque el generalista también la ha acogido muy bien. “Hacía ya tiempo desde que un artista queer se abría camino sin tener que disculparse, sin sortear ni bailar alrededor del hecho de que son queer, o sin tener que salir del armario más tarde”, apunta el crítico estadounidense.

La joven cantante no está, sin embargo, exenta de críticas. Durante estos últimos años, gran cantidad de estrellas pop internacionales han reivindicado al mismo tiempo la “feminidad” y el “feminismo”, y entre el público joven surge la duda de una posible “mercantilización” de ambos términos. Es una denuncia habitual de los colectivos más progresistas a artistas como Sabrina Carpenter o la propia Taylor Swift, al mismo tiempo que el oyente las glorifica.

Sergio aclara que el fenómeno, sin embargo, ni es nuevo ni ha sido inventado por la cantante de Missouri: “La música electrónica de baile, el pop y las corrientes dance han cimentado su proliferación sobre la mercantilización de la feminidad, magnificada por manifestaciones que están concebidas estrictamente desde la —fetichizante— óptica masculina y respaldada, por supuesto, por la segmentación del público LGBTI+, un nicho de mercado absolutamente infalible”.

Otros encuentran la torsión y exageración de la feminidad que presenta Roan muy alejadas de lo que se vende en el mercado, y su presentación del feminismo bien fundamentada. “Exagera la feminidad y la convierte en algo casi cómico, lo que concuerda con la inspiración que toma de la comunidad drag”, dice Spilde.

Durante esta corta etapa de éxitos se las ha arreglado además para discutir en varias ocasiones con sus fans vía directos y redes sociales. Una de las primeras fue por no acceder a fotografiarse con todos sus seguidores por la calle. “No dejo de ser una persona con vida privada. Cuando no estamos actuando no os debemos nada. Sé que muchos compañeros de profesión piensan así”, dijo hace unos meses, comenzando una polémica guerra sobre el asunto.

La segunda ha sido reciente: se ha negado a respaldar a Kamala Harris en su camino hacia la Casa Blanca en protesta por el apoyo que el Gobierno demócrata ha mostrado a Israel en su ofensiva contra Gaza. El público más joven no terminó de entender la reivindicación y pensó que la cantante votaría republicano. “¿Pero me habéis visto? Cómo voy a votar a Trump. Votaré a Harris, pero no quiero secundarla porque creo que muchas cosas se han hecho mal”, expresó después.

“Chappell Roan ofrece la posibilidad de desnaturalizar la concepción de la diva pop”, argumenta Sergio. “Sus proclamas respecto de la preservación de intimidad y de la relativización de la deificación de las celebridades albergan un potencial nada desdeñable”. “No es una estrella al uso”, concuerda Spilde. “Es muy clara y directa con sus fans, una mujer asertiva que sabe lo que quiere. Eso sigue siendo algo que asusta a mucha gente”, opina.

De fondo, se percibe una esperanza palpable en que su éxito no se apague antes de tiempo. “Creo que vamos a volver a presenciar actuaciones grandiosas, emocionantes y teatrales”, dice convencido Spilde. “Hoy en día, todo el mundo se cree muy diferente, todo el mundo tiene su propia ‘marca’. Pero, en última instancia, eso es lo que hace que todo el mundo sea igual, y por eso muchos artistas no despegan como lo ha hecho Chappell Roan. Es ella misma, como cuando lleva un hocico de cerdo en la portada de su single Good Luck, Babe”.

El impacto de su música está por ver, pero Roan cuenta con algunas ventajas para mantenerse en el estrellato. “A falta de constatar su longevidad y, a sabiendas de la volatilidad inherente a los fenómenos pop, las manifestaciones de Chappell Roan contra los reclamos intrínsecos al estrellato podrían conferirle un espectro de influencia retórico-discursiva”, afirma Sergio. Al mismo tiempo, explica, su irrupción como el primer referente pop codificado desde los márgenes del lesbianismo y lo queer pueden augurarle un éxito más longevo. Si es que ella quiere, claro.

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