Thelma y Louise no fueron las musas del feminismo prometido

En noviembre de 1991, entre Terminator 2, Perdidos en el Oeste y otras criaturas del género predilecto en Hollywood, el blockbuster, se estrenaba una película de chicas. Según una ley no escrita en el nuevo continente, esa concepción había de ser despreciativa, trillada y débil adversaria frente al derroche de músculo y compadreo en la cartelera de aquellas navidades. Pero siete semanas más tarde, con 45 millones en taquilla y una polémica envenenada, Thelma y Louise arrojaban el escepticismo por un barranco a lomos de un Ford Thunderbird del 66. Los fajos de dólares parecían legitimar la irrupción del pintalabios rojo y la mujer independiente en una fórmula anquilosada del cine norteamericano, mientras que el reclamo para el público continuaba intacto. No se echaban de menos tiros, sexo ni palabrotas, como en toda buena atmósfera de acción femenina.

Thelma, el ama de casa sometida por un irritante marido que pasea su inutilidad sobre restos de pizza a domicilio. Louise, la camarera irreverente a medio camino entre Erin Brokovich y Marla Singer. Ambas aspiraban a convertirse en las nuevas musas contra el letargo de los roles femeninos y, juntas, en el paradigma del feminismo en el séptimo arte. O eso le prometieron a Geena Davis.

Ahora, casi un cuarto de siglo después, la veterana actriz lamenta que su road movie no representase aquel cambio a gran escala augurado para las intérpretes. En una entrevista concedida al periódico The Guardian, Davis afirma que “tras Thelma y Louise -que fue algo bastante potente y significativo- se decía que su éxito iba a suponer un punto de inflexión y que iban a surgir muchas más películas sobre aventuras de colegas –mujeres–. Nada cambió.”

Aunque todos los ingredientes estuviesen preparados para lanzar el pastel a la cara de los directivos falócratas de Hollywood, algo no cuajó en el resultado. La crítica se situó en los extremos del espectro acusador sin atender a las escalas de grises. Unos decían que la película ilustraba la fantasía sexual sobre mujeres dominantes de su director, Ridley Scott. Otros, incómodos con que Sarandon le volase la tapa de los sesos a un violador sin pantalones, acusaron al filme de ser un manifiesto lésbico.

Contradicciones que saltaron del papel de los rotativos a los debates callejeros; y de ahí a los estudios cinematográficos, donde emponzoñaron a buena parte del equipo de la película. Rebuscando en la maldita hemeroteca, vemos que a veces verdugo y víctima juegan el mismo papel.

La respuesta falócrata de Hollywood

Como si de una carrera política se tratase, en la promoción de una película es tan importante la precampaña como los alegatos que suceden al estreno. Y que la guionista Callie Khouri afirmase rotunda que no se trataba de una cinta feminista, no ayudó a centrar a sus espectadores. Sobre todo porque años después, con la tranquilidad moral que da un premio Oscar en la estantería, Khouri ha exprimido el argumento contrario hasta la corteza.

El aluvión de críticas que cayó en un primer momento quizá fuese demasiado para una joven exproductora de videoclips venida a menos. Pero Khouri ya había sufrido el escarnio antes de ver su creación sobre el celuloide. Como bien cuenta este reportaje de Vanity Fair sobre el making of de Thelma y Louise, el guión fue varias veces rechazado en Hollywood. En muchas de estas ocasiones, una buena diatriba de adjetivos sexistas precedía al portazo en las narices. “¡Callie, quiero actrices con las tetas más grandes y menos ropa!”, gritaban en una productora de serie B donde se intentó gestar el primer proyecto de la película. Aunque afortunadamente esta adaptación quedó en papel mojado, el libreto estaba destinado a un desenlace mediocre. Hasta que llegó el artífice de Blade Runner y plantó una pica en Flandes.

Scott se paseó junto a Callie Khouri por las grandes sedes de la industria norteamericana en busca de financiación. Durante esta travesía de dos años, se encontraron con varios argumentos disuasorios como “es una historia sin garra” o “son solo dos zorras en un coche”. Finalmente, en Pathé Films se sintieron atraídos por la idea de que Ridley Scott o ‘el macho’, como le apodan en la Meca del cine, quisiese rodar un testimonio de mujeres. El guión empezó a vagar por Los Angeles y, a los pocos días, actrices como Meryl Streep, Jodie Foster o Michelle Pfeiffer se rendían en cortejos ante el equipo de casting.

“Obligué a mi representante a llamar a Ridley cada semana durante un año”, recuerda Geena Davis, quien se sintió fascinada por el personaje de Louise. Meses después, llegó a los estudios Susan Sarandon con la seguridad de quien había puesto en su sitio al presidente Bush y declarado ser abiertamente sandinista. Parecía que los papeles ya estaban repartidos y la tragicomedia lista para ser servida.

Scott se valió de la doctrina de Bonnie & Clyde y Malas Tierras para ofrecer un producto unisex y de una trama lo suficientemente transgresora para no necesitar aderezos. “Siempre me han gustado los papeles de mujeres que eligen su propio destino”, decía Davis. Una simpatía que se materializó en las cifras. La respuesta en la taquilla y la calurosa acogida por las mujeres de clase media vaticinaban más buddy movies de chicas en el futuro. Y mientras Sarandon, Davis, Khouli y Scott saltaban por su monte de orégano, la réplica más agresiva se estaba gestando en los medios.

Faltan mujeres sobre el papel

La mecha prendió en columnas de opinión, debates y reuniones entre productores. Acusaron a la película de mostrar violencia gratuita, de sobrealimentar el tema de las violaciones, de tener personajes femeninos débiles y lunáticos –casi unas Manic Pixie Dream Girls- y de representar a todos los hombres como cerdos misóginos. Las musas prometidas del feminismo cinematográfico quedaban reducidas por muchos a un par de superficiales delincuentes. Este cisma en la opinión pública hizo suspirar tranquilos a los altos mandos de la industria, que encontraron el respaldo necesario para validar su tesis de que la acción nace por y para los hombres. “Esta pista sobre el movimiento feminista contemporáneo ponía a los ejecutivos nerviosos”, afirmaba Ridley Scott en los comentarios incluidos en el material extra de la película.

Sea como fuere, para Geena Davis la razón principal de que ni Thelma ni Louise irrumpiesen en el futuro de los guiones tenía poco que ver con camioneros soeces o venganzas sentimentales. “No es solo la falta de personajes femeninos fuertes en el cine, eso ha sido así durante años, es la escasez general de mujeres en la ficción”. Para la actriz, la creación de papeles de protagonistas carismáticas es puramente anecdótica. “Cuando protagonicé Ellas dan el golpe ocurrió lo mismo, decían que iban a surgir muchas más películas deportivas capitaneadas por mujeres. Pero pasaron diez años hasta que se estrenó Quiero ser como Beckham. Por lo tanto, es evidente que no se inició ningún tipo de tendencia”.

La cura de realidad de ambos estrenos hizo que Davis abriese el Institute on Gender in Media, donde analizan el enfoque de las mujeres en las pantallas de Hollywood. Sus datos son desalentadores: solo el 17% de los papeles en la ficción estadounidense son femeninos. Eso sin contar que el ratio permanece invariable desde 1946. La actriz acusa a los grandes estudios cinematográficos de esta realidad por crear en base a la visión del hombre sujeto y la mujer objeto.

Actrices conquistan atriles

Lo que sí agradece Geena Davis es que haya “mucha gente que cada vez se siente más cómoda al decir que esto no es justo”. Es un hecho consabido que en el último año las mujeres han llevado la voz cantante, sobre todo en lo alto de un atril y con un micrófono presto para denunciar desigualdades. Desde entrevistas machistas hasta términos desafortunados. Pasando por graves diferencias de salarios, la sexualización de la mujer en el género de superhéroes, las declaraciones estúpidas de Aaron Sorkin o la moda de que las guapas no pueden ser graciosas. Una caja de Pandora que desató sus truenos en forma de discursos interminables y declaraciones omnipresentes.

Hombres, mujeres, directoras y periodistas han apelado al feminismo necesario en sistemas retrógrados y algo casposos como el de la Academia de Hollywood. Un #HeForShe en toda regla. Aunque siempre hay quien prefiere bajarse del carro antes de que salpique la famosa desintegración feminista, como Marion Cotillard. “La producción cinematográfica no es una cuestión de sexos, no puedes exigirle al presidente de Cannes tener cinco películas dirigidas y/o protagonizadas por hombres y cinco por mujeres. Para mí el feminismo no crea igualdad, sino separación”, dijo la francesa respondiendo a Emma Watson en San Sebastián.

Un debate que genera tantos bandos y discusiones como en su día provocó Thelma y Louise. Ellas fueron musas de la reforma, aunque quizá no lo suficientemente respetadas como para hacer tambalear los estamentos del Olimpo. Pero siempre nos quedará su grito eterno al desafío y a la libertad. Con el pie en el acelerador y las manos agarradas, sellaban su final feliz con un beso en los labios.