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De Eurovegas a Marina D'Or: el juego que te enseña a especular como un maestro de la burbuja

Cartas de 'El Ladrillazo', el juego de mesa de la burbuja inmobiliaria

Mónica Zas Marcos

“Yo me metí en el ladrillo porque es el único negocio que puede llevar al empresario al infinito”, dijo Rafael Gómez, más conocido como Sandokán, ante los magistrados de la operación Malaya.

Quien fuera el hombre más poderoso de Córdoba durante la burbuja inmobiliaria se convierte ahora en un personaje más del juego de mesa El Ladrillazo. Pero no está solo. Junto a él, algunos de los políticos y constructores que se lucraron con la filosofía carpe diem más desastrosa de la historia económica de España.

El proyecto vio la luz hace menos de un mes a través de una campaña de Verkami. A los pocos días, el crowdfunding de El Ladrillazo había sobrepasado los 5.000 euros iniciales (ahora rozan los 16.000 y subiendo) para afrontar el último gasto de la imprenta.

El juego de la burbuja inmobiliaria, donde “tú serás el intermediario, el que convence a un par de alcaldes y constructores locales para ganarse el favor del votante y sacar partido a unos terrenillos olvidados”, cuenta con 209 mecenas y ha sido presentado en sociedad con más de 2.000 juegos impresos, cuando el promedio es de 500. Pero, ¿quién está detrás de esta lúdica clase de economía especulativa?

Todo empezó en 2013, en el piso compartido de cuatro jóvenes hijos de los 80. Como todos los de esa generación “fruto de la democracia y la posmodernidad, de la crisis de valores y el Estado de bienestar”, se dieron de bruces con “la precariedad laboral, la crisis y el paro”, como escribió Áleix Saló en Españistán.

“Me pregunté por qué, si todos teníamos unas carreras de la virgen, seguíamos en un piso compartido”, cuenta Francisco Fernández, uno de los creadores de El Ladrillazo y responsable de la documentación del juego. “Empiezas buscando cuándo se disparó el precio de la vivienda, y terminas brujuleando por las redes del AVE y los contratos de Florentino Pérez con Arabia Saudí”.

El nombre de los proyectos, las fechas y las citas de los políticos se ordenan en su cabeza con una precisión enciclopédica. Francisco ha volcado ese conocimiento en las tarjetas y la metodología del juego, que además de tener vocación didáctica, “era divertido desde el primer momento”.

El Ladrillazo hereda del Monopoly la filosofía de conseguir que nuestro negocio sea más rentable que el del rival, aunque, por lo demás, sus creadores lo consideran “un juego de mierda y muy mal diseñado”. “Si seguimos las reglas, se tardan cinco horas en terminar una partida”, dice Fernández, que prefiere compararse con las cartas Magic. “También nos fijamos en otros juegos magníficos como Los colonos de Catán”.

Descubrieron su potencial recortando cartulinas en su casa y jugando con un kilo de monedas de dos céntimos. Ahí radica el secreto de El Ladrillazo: educa, pero ante todo divierte y no se limita a bombardear con nombres de constructoras, políticos de segunda y proyectos faraónicos abandonados. “Queríamos proponer un poquito más de profundidad en el análisis. Tendemos a analizar la burbuja inmobiliaria desde el punto de vista de la crisis, pero toda la sociedad se volvió loca”, recuerda Fernández.

Cada una de las capas sociales se contagió del espíritu happy flower tutti colori que transmitían los poderosos. “Nos echábamos las manos a la cabeza porque en Cuenca, gran capital de provincia, no hubiese línea de AVE”, ironiza el creador como ejemplo. Una limpieza de conciencia que solucionamos, “como buena sociedad mediterránea que somos”, con un tropel de chivos expiatorios como 'el Pocero'.

Aclaran que tampoco se trata de un juego de corrupción, ni de buenos y malos. “En muchos casos, la burbuja fue fruto de normativas perfectamente legales. Por eso, lo que en realidad pone de manifiesto El ladrillazo es la capacidad que tiene este país para ponerse a trabajar por un objetivo estúpido que no tiene sentido”, resume.

Las cartas en la manga de la burbuja

Para entender mejor las dimensiones de la especulación tras la reforma de la Ley del Suelo en 1998, echemos un vistazo a las cartas. Empezaron siendo 500, debido a la cantidad ingente de actores implicados en las tramas, pero finalmente terminaron siendo 168 “con personajes, lugares y proyectos reales documentados que retratan fielmente la España de la época para contagiarte la fiebre del ladrillo”.

Ilustradas con creíbles caricaturas, las tarjetas están diseñadas reproduciendo el modelo de las Magic. El nombre del personaje, su cargo durante la burbuja y una cita de hemeroteca, lo que Fernández espera que “despierte la curiosidad de buscar más información en Internet, porque las historias de las cartas son todas espectaculares”. Cada uno de los colores representan terrenos, políticos, constructores, ciudadanos, proyectos y mamandurrias.

Tarjetas verdes: Son los terrenos, paisajes y territorios amenazados por la burbuja, como Doñana, las lagunas de Torrevieja o la Operación Chamartín en Madrid. “Sitios que fueron objeto de deseo para la recalificación y los planes urbanísticos”.

Tarjetas azules: Ahí está José Luis Rodríguez Zapatero asegurando que “estamos en la Champions League de la economía”, Jaume Matas diciendo ni corto ni perezoso que “los Gobiernos balears llevamos muchos años invirtiendo mucho dinero para vincular los intereses de la Familia Real con las Baleares”, o Rato proclamando que “lo que hay que hacer en España es empezar a luchar contra el fraude”. Son políticos de varios niveles, desde concejales y alcaldes a ministros y reyes.

Tarjetas naranjas: “Son los constructores, que hace diez años eran todos estrellas y portadas de los periódicos”. Manejaban empresas que valían miles de millones de capitalización en el IBEX35, donde llegó a haber una docena de constructoras en los años de la burbuja. “Ahora no quedan ni dos”.

Tarjetas rojas: Los ciudadanos, divididos en trabajadores, parados, jubilados (de Telefónica, Renfe), turistas (alemanes, chinos, franceses) e inmigrantes. “Hice esa división en un ejercicio muy burdo de generalización. A efectos del juego, el jubilado o el turista tienen más valor que el inmigrante. Cuando estás intentando hacerte rico con una burbuja, vas a por los que tienen la pasta asegurada”.

Tarjetas negras: Representan los proyectos que se construyeron o se quedaron a la mitad. Desde Eurovegas y Marina D’Or hasta el Centro de interpretación del atún de Almadraba en Barbate o “la línea 9 del metro de Barcelona, que es la cosa más cara que se ha hecho jamás en España”.

Tarjetas amarillas: Las apodaron cariñosamente mamandurrias, y entre ellas se encuentran eventos como la Expo del agua de Zaragoza, la candidatura olímpica de Madrid, la boda Real o el Valencia Summit. Son aquellos eventos megalómanos que recibieron apoyo incondicional de las instituciones por una “corazonada” que terminó en desastre.

Por último, se encontrarían las de los paraísos fiscales como Panamá, Gibraltar, Suiza o Las Bahamas. Cada jugador elegirá uno al principio de la partida, donde deberá esconder su dinero en el momento en el que acumule demasiado para evitar perderlo en una investigación judicial. El juego terminará cuando el dispensador opaco de sobres en black se quede sin moneditas. “Nadie sabe cuándo acabará la partida o la burbuja”, advierte el cerebro del proyecto.

“Para construir villa PSOE, solo necesitas mucho terreno, apoyo local y un político de rango medio o bajo. En cambio, para Eurovegas necesitas poco terreno, porque no es muy grande, pero muchos políticos y muchos constructores”, dice Francisco como ejemplo de dos metas de El Ladrillazo.

Aunque los creadores aseguran que no es el objetivo primordial del juego, es imposible no pensar en todos los casos de corrupción derivados de esos años de especulación. “La corrupción sigue siendo un tema transversal”, termina admitiendo Fernández. “Se ha congelado todo durante cuatro años, es como si las tendencias políticas avanzaran a base de traumas”, se lamenta.

El Ladrillazo pretende meter el dedo en la herida de aquel trauma que sembró la indignación social en 2011. Pero sus consecuencias colean y nunca viene mal aprender cómo llegamos hasta aquí, aunque sea durante una noche divertida de juegos de mesa.

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