La jornada de ayer quedó marcada por los homenajes y la entrega de los premios honoríficos. El director nipón Sion Sono recogió La máquina de temps acompañado por parte de su equipo habitual en un Auditori lleno hasta la bandera dispuesto a disfrutar de Tag, una de las cintas que presenta en esta edición. Mismo escenario en el que se hizo la entrega de la María honorífica al actor Simon Yam y el premio Nosferatu a la actriz argentina Rossana Yanni.
El verdadero protagonista fue el cineasta Oliver Stone, quien recibió el gran premio honorífico por una trayectoria que cuenta con títulos tan resonantes como Platoon, JFK, Nacido el 4 de julio o Wall Street. Una carrera que arrancó en el fantástico, género que reivindicó al recoger la estatuilla como válvula de escape necesaria ante los males de nuestro mundo.
Animación realista para combatir la alineación
Animación realista para combatir la alineación
El domingo hubo que madrugar para dar con la válvula de escape. La dispuso un Charlie Kaufman cuya imaginativa desabrochada no tiene encaje en el Hollywood actual, tal y como demuestra el crowdfunding que tuvo que emprender para dirigir esta cinta junto a Duke Johnson. Pero por el lado positivo esta condición de outsider inclasificable le permite afrontar anomalías sin tener que autoimponerse censuras o acatar limitaciones creativas.
Tras Synecdoche New York, lo demuestra en Anomalisa, donde se acerca de nuevo a sus temáticas predilectas -la identidad en entornos alienantes, existencias anodinas, las máscaras sociales– pero desde la perspectiva de la animación y el stop-motion, y con un relato que sigue el encuentro de un hombre marioneta con una mujer marioneta de la que se enamora durante una noche en un hotel de Cincinnati donde debe llevar a cabo una charla como gurú de la atención al cliente.
Todo hilvanado con ternura, emoción e intencionalidad, para terminar dando forma a esta pequeña joya de la animación con la que acierta a describir algunas de las pesadillas modernas que definen nuestras sociedades. Kaufman confía en el amor (al menos con el chispazo inicial) para combatir esos síndromes, y encuentra el encaje ideal en la animación, en lo que supone su primera tentativa. Mención aparte una de las escenas de sexo más realistas e íntimas vistas nunca en la gran pantalla, teniendo en cuenta además que la protagonizan dos personajes sin carne ni hueso.
Delirios de una adolescente
Delirios de una adolescenteEl homenajeado Sion Sono ha llegado a Sitges con un ritmo de trabajo solo igualable por su compatriota Takashi Miike. Una de las tres películas proyectadas en la cita catalana es Tag, una especie de tratado sobre los miedos de una adolescente desde la perspectiva del fantástico gore. El autor de Love Exposure vuelve a desatarse en una orgía de sangre y cuerpos mutilados como alegoría de las angustias de una colegiala que intenta evitar la muerte de sus compañeras de clase y la suya. Pese a la voluntad de dotar de cierto significado las imágenes, Sono no se desenvuelve de forma tan brillante, eléctrica ni irreverente como en otras ocasiones. El recuerdo vivido en ese mismo emplazamiento con Why don't you play in hell? es demasiado grande como para buscarle un sustituto.
Bosque deforestado
Bosque deforestado La película de Corin Hardy es una de esas que nunca terminará en la cartera de adquisiciones de una distribuidora española. Esta historia sobre una familia que se muda a una zona rural de Irlanda donde empiezan a recibir las amenazas de los espíritus de la zona es un débil filme de terror que no se esfuerza en moldear un hábitat propicio para aterrar o intrigar. Ni tan siquiera se molesta en dar respuestas al masticado y pobre universo planteado. Recursos del manual para el impacto fácil e inmediato, ejecutados sin nervio ni brillo, para una historia sin ningún gancho que a su conclusión se llevó más de un abucheo.
Dolor antiempático
Dolor antiempático
El norteamericano Rick Alverson, del que se pudo ver dos jornadas atrás Entertainment, volvió a presentarse con The Comedy, un largometraje con fecha de 2012 y en el que vuelve a incidir en esa anti(comedia) antipática y molesta propia del posthumor, aquí de la mano de un adinerado e insolente joven de Nueva York que combate su vacío existencial volcando su disgusto hacia otras personas mediante la burla y la incorrección. Alverson vuelve a esquivar cualquier tipo de acercamiento empático hacia su personaje central del que subraya el patetismo, la soledad y la incomprensión que marcan su deriva. A diferencia de la película rodada posteriormente, la forma aquí es más austera, no tan predeterminadamente extravagante y raruna, algo que hace fluir el relato y su poso de forma más natural.