Recuerdo haber leído sobre el experimento de quema de Bitcoin de Geraldine Juárez en 2014 y en ese mismo momento quedé inmensamente impresionado por su audacia. En aquel entonces, lo cripto parecía un fenómeno marginal, digno de las intervenciones artísticas radicales pero no de un debate político serio, así que no le di mucha importancia. Sin embargo, me sorprendió gratamente descubrir, a principios de este año, que Geraldine ha seguido adelante con su crítica de la criptoesfera.
Hoy en día, las criptomonedas están quemando el mundo del arte, y no al revés. Definitivamente, vale la pena leer el elegante ensayo de Geraldine, The Ghostchain, para vislumbrar un relato alternativo de la NFT-ización del mundo del arte, escrito además desde la perspectiva de alguien que viene del mundo casi extinto del copyleft radical, que, a mediados de la década de 2000, floreció en Europa.
Esta entrevista se produce en el marco del proyecto The Crypto Syllabus, una iniciativa impulsada desde la plataforma de comisariado de conocimiento The Syllabus, y su nueva institución hermana, llamada The Center for the Advancement of Infrastructural Imagination (CAII), con el fin de proporcionar los recursos intelectuales necesarios para comprender muchos de los fenómenos agrupados bajo etiquetas como “cripto”, desde el blockchain hasta las NFT. En las siguientes líneas reflexionamos sobre la política de lo que ella llama “cultura blockchain”; su influencia en el mundo del arte; por qué Berlín, el antiguo centro de la cultura alternativa, se volvió loco por las criptomonedas; y cómo las NFT lo permiten; y las poderosas imágenes de la cadena fantasma como un emblema de la inoperancia y lo insalvable que mencionaba el filósogo Giorgio Agamben, revelando así esas infraestructuras oxidadas y decrépitas que nos quedan tras el ataque de un capitalismo digital hiperfinanciarizado.
Una de sus primeras grandes declaraciones públicas sobre las criptomonedas tuvo lugar en 2014, cuando puso nueve milibitcoins (0.00977616 BTC) en una tarjeta de memoria SD y después la quemó en una barbacoa. ¿Podría describir qué lo impulsó a hacer esa declaración en aquel entonces? ¿Por qué no se sentía tan entusiasmada con las criptomonedas como muchas otras personas en la comunidad artística, quienes las vieron como una forma de operar de manera distinta a Wall Street?
Realicé el primer performance en 2013 y quemé tanto la cartera como la contraseña para que los milibitcoins no se pudieran recuperar si alguien adivinaba la contraseña. PoB (Proof of Burn) o la Prueba de Quemado es un mecanismo de consenso, al igual que PoW (Proof of Work) y PoS (Proof of Stake), en donde la capacidad para minar criptomonedas se obtiene al quemarlas. Cuanto más se quema, más se puede minar. PoB utiliza menos potencia computacional. Básicamente, debes enviar las monedas a una dirección o cuenta en la que se pueda verificar que las monedas fueron quemadas, es decir, fuera de circulación. Así que es lo que hice. También usé fuego para quemar la tarjeta SD que contenía la cartera y la contraseña, con el fin de verla arder, descomponerse y cambiar de forma. Usé el fuego y las cenizas que desprendía para asar malvaviscos con mis amigos, personas en las que confío, y también con extraños, personas en las que debería también confiar. Hello Bitcoin fue un gesto contra la automatización de la confianza y la inmutabilidad, los dos valores en la cultura blockchain que encuentro más antisociales y que en ese entonces pensé que estaban creando un mal futuro para los intercambios materiales y sociales. Desafortunadamente, no estaba equivocada.
Entonces existía una discusión sobre si las criptomonedas son monedas 'reales' o no, un debate que de alguna manera continúa hoy en día, ¿son monedas o simplemente valores? Con mi performance quise desnaturalizar un poco el valor para que cualquier persona pudiera sacar sus propias conclusiones a partir de ahí, aunque mi punto de partida era que una moneda es real no porque puedas gastarla, sino porque puedes malgastarla. Es por eso que las criptomonedas son ahora más 'reales', es decir, las monedas se pueden desperdiciar en changos [monos] o en imágenes generativas. Por cierto, con “desperdiciar” no trato de hacer un juicio estético sino que me refiero al hecho de que gastar dinero en arte, de cualquier tipo, es una especie de gasto no productivo.
De todos modos, allá por 2014, leí que la mitad de todas las bitcoins eran propiedad de unas 900 personas, por lo que todas sus promesas sobre la igualdad en el acceso a la economía siguen siendo tan falsas como entonces. Cuanto más abajo se está en la cadena criptoalimentaria, se necesita una cierta cantidad de dinero para poder participar. Pero lo más importante: era imposible sentirse emocionada con una tecnología tan compatible con el giro libertario y de derechas que comenzaba a ser más evidente en la cultura de internet durante aquella época. ¿Cómo puede entusiasmarse alguien con una tecnología promovida por populistas de derecha del calibre de Max Keiser y Rick Falkvinge?
¿Cree que, en medio de todo este revuelo en torno a la web3, estamos perdiendo cierto espíritu alternativo que, al menos en Europa, definió las formas en las que las comunidades artísticas y tecnológicas interactuaron durante la mayor parte del período comprendido entre 1990 y 2010? Ya fuera la cultura del video alternativo o hacker en los centros sociales y okupas en la década de los 90, las muchas colaboraciones en torno al Chaos Computer Club, o las actividades de Piratbyrån, estas interacciones entre arte y tecnología siempre fueron de carácter antisistémico. Me resulta difícil imaginar a los capitalistas de riesgo estadounidenses escuchando, y mucho menos contribuyendo, a algunas de esas conversaciones. ¿Qué cree que ha pasado en la última década?
Personalmente, todavía lo llamaría cultura blockchain o web3 “alternativa”. Ambas aún están fuera del mainstream, pero eso no significa que sean progresistas. Una alternativa puede estar fuera de la corriente hegemónica pero aun así reforzar un sistema: [los sitios] 4chan y Silk Road eran absolutamente alternativas a la cultura dominante, pero en absoluto progresistas, sino todo lo contrario. De hecho, esta alternativa acabó siendo subsumida por fuerzas bastante oscuras. Por ejemplo, la piratería se ha convertido tanto en una cuestión de geopolítica como de política cultural.
Sin lugar a dudas, las criptomonedas son en mi opinión un proyecto conservador de derechas y sirven al proceso de recuperación que el capital requiere para transformarse y expandirse continuamente. Esto siempre ocurre de manera paralela a un proceso estético, y es por eso que la crítica de la estética política del blockchain es fundamental.
¿Cuánto de lo que usted describe tiene que ver con los cambios que ocurrieron en Berlín durante ese período y qué tipo de cambios cree que tuvieron lugar para fomentar la cultura actual?
Vivo en Berlín desde hace pocos años, y voy de salida porque la situación de la vivienda es simplemente imposible, pero, como muchos artistas, he pasado bastante tiempo en esta ciudad. Aunque no puedo decir mucho sobre los cambios ocurridos en la última década, por lo que entiendo, este ha sido un cambio demográfico, no tanto una cuestión local. La cultura y la gente que hizo de Berlín un centro de gravitación para mucha gente está siendo literalmente desalojada por la policía que entra a medianoche en las casas okupas y librerías para desalojarlos. Lo que ha aparecido en su lugar es la ciudad start-up.
Quizás deberíamos considerar que durante la última década, Berlín se convirtió en uno de los principales destinos del nómada digital internacional. La llegada de personas con dinero, una actitud diferente sobre cómo y dónde vivían, y el deseo de acceder al capital cultural hicieron más por cambiar el sentido de la escena berlinesa que ninguna suerte de decisión colectiva favorable a las criptomonedas. Si bien es obvio que sigue siendo el centro, la cultura de Silicon Valley se ha difuminado internacionalmente, ya sea a través de imitadores en las start-ups locales o de hecho mediante el movimiento físico de las personas que trabajan a remoto. Cada gran ciudad de importancia en la que resulta atractivo vivir está expuesta a estas sucursales culturales y que interactúan con las dinámicas existentes.
Después de décadas participando en comunas de arte y comunidades donde la solidaridad y la colaboración eran la norma, de ninguna manera facilitadas por [las unidades de valores facilitadas por entidades privadas] tokens, es un poco extraño estar expuesto a la retórica de los DAO [Organización Autónoma Descentralizada], la cual promete construir instituciones gobernadas algorítmicamente que podrían, o no, ser solidarias. ¿Existe algún tipo de amnesia deliberada en este espacio, que ha dado como resultado que los tecnólogos financiados por los fondos de capital de riesgo enseñen a las comunidades artísticas cuestiones que solían saber hacer bastante bien?
Creo que ese argumento idealiza demasiado la forma en que funcionan las comunidades artísticas. La solidaridad entre artistas existe, pero es más la excepción que la regla. Las normas son, y así han sido desde que comencé a participar, la competencia salvaje, la desigualdad, el patriarcado, el racismo, gatekeeping [la vigilancia de quién pertenece o no] endémico y la dictadura del mercado. Esa solidaridad y colaboración entre comunidades artísticas en red a la que te refieres, cuando existía, buscaba crear espacios fuera del mercado para establecer relaciones no monetarias basadas en la ayuda mutua. Desde luego, no utilizaban agresivamente los mecanismos del mercado para crear esas posibilidades, como ocurre ahora.
Un síntoma de esto es cómo las ideas sobre la piratería y la propiedad intelectual parecen haberse revertido por completo en comparación con los ejemplos anteriores que mencionas.
En cualquier caso, me resulta muy difícil imaginar la solidaridad sin cuestionar la lógica financiera existente.
Si tuviera que describir el caballo de Troya que se ha infiltrado en la escena cultural europea radical durante la última década y aquella que la infectó con ideas libertarias o, al menos, neoliberales, ¿cuál sería?
Descentralización.
La idea de que la descentralización de la infraestructura es igual a la descentralización del poder es una trampa que se hizo evidente para muchas personas en torno a 2013 y 2014, cuando la política y el activismo en red estaban en su punto álgido en Europa. De repente, mucha gente se dio cuenta de que nos habíamos comprometido cívicamente a promover la visión de internet que se requería para el buen funcionamiento de la economía estadounidense. Una web abierta (“open free internet”), Creative Commons, libertad en la red (“net-freedom”)... todo eso.
Podemos afirmar que la “descentralización” es la nueva “democratización”. E incluso más allá, ese concepto, a menudo ambivalente, se superpone con valores tanto de izquierdas como de derechas. La ideología libertaria se basa en la libertad del individuo y en la propiedad privada, pero ocasional y temporalmente, sus principios se alinean con políticas y estrategias de izquierda, por ejemplo, en la cultura rave, la piratería, la privacidad y el anonimato. Para los socialistas, comunistas y el resto de la izquierda, estos principios son medios para alcanzar fines sociales. Para los libertarios, estos son más bien fines en sí mismos, no importa si la descentralización beneficia a los activistas de derechos humanos o a los propietarios del capital.
Así, el caballo de Troya libertario impulsó la transición hacia una versión más liberal de la política de internet que también favorecía los intereses del capital financiero. Posteriormente, las criptomonedas y el resto de tecnologías trataron de financiarizar —quizás, capitalizar sea más preciso— la idea de descentralización.
Me parece extraño que no hayamos aprendido la lección colectiva de que las redes en sí mismas poseen una tendencia hacia la centralización, y esta tomará forma en torno a las concentraciones de poder existentes. El verdadero cambio de paradigma vendrá cuando se nos ocurra algo más allá de las “redes”. ¡Pero quizás ese sea otro tema!
Una dificultad para criticar las ideas relacionadas con la web3 (y me refiero a la amplia constelación de estas: NFT, DAO, tokens) es que en realidad no hablan el lenguaje del economista Friedrich Hayek, y mucho menos el de Milton Friedman. En su lugar, hablan de “comunidad”, “bienes públicos” que es un bonito eufemismo de la web3 para referirse a la caridad, “partes interesadas” y “coordinación social”. ¿Por qué es tan difícil ver a través de la lógica subyacente a estos proyectos? ¿Es porque determinados recursos intelectuales que en algún momento existieron en Europa –los ideales del copyleft o de la cultura hacker como valores verdaderamente antisistémicos en oposición al adaptacionismo– han perdido su poder?
Prefiero referirme a esa constelación como cultura blockchain, y estoy de acuerdo en que, a nivel superficial, su discurso aparentemente no habla en los términos de la Sociedad Mont Pelerin [creada por Hayek y Friedman]. Ahora bien, las publicaciones del blog de [uno de los creadores de Bitcoin y Ethereum] Vitálik Buterin son argumentos libertarios de manual. Pero ni siquiera debemos profundizar mucho para entender que “DeFi”, finanzas descentralizadas, en realidad solo significa contra la banca centralizada, uno de los más grandes fantasmas que acechan a la Escuela Austriaca y los libertarios. Profundicemos un poco más y veremos que el right to exit, [el derecho a salirse de un DAO], es simplemente la forma randiana [referido a Ayn Rand] que adquiere la huelga de capital [la premisa de la novela La rebelión de Atlas]. Pero la cultura blockchain también habla el lenguaje de Mark Fisher, McKenzie Wark y Walter Benjamin: términos como realismo capitalista, traseros coleccionables y aura se descontextualizan constantemente y se sacan de sus roles originales en análisis de clase, para hablar positivamente de los cripto-activos e infundirles legitimidad de manera artificial. Como se ha observado durante mucho tiempo, sucede que el aura de las cosas y los archivos puede provenir en realidad de otro lugar a las obras de arte y su ascendencia conservadora. Además de todo, la jerga teórica está patinada con astrología y teoría de sistemas: ¡es demasiado!
Creo que mucha gente, incluidos muchos artistas, ven a través de la lógica subyacente de la cultura blockchain. La gente no es tonta, los artistas sabemos exactamente lo que está en juego cuando elegimos participar o no. El mercado te lo da y el mercado te lo quita. Y la crítica no es una buena inversión.
Acerca de los ideales antisistémicos que mencionas... Por ejemplo, en la piratería y en el intercambio de archivos siempre hubo una tensión libertaria y una tensión comunista. Un amigo sugirió recientemente que cyberpunk es una buena palabra para capturar esta dualidad: “ciber” como esa idea utópica y colectiva –desde Otto Neurath hasta Stafford Beer, el pensamiento cibernético se ha dirigido a crear una sensación de libertad socialista y otra de control capitalista– y “punk” como una respuesta individualista y elitista hacia el uso capitalista y cibernético de los sistemas de control. Hackear o subvertir sistemas para beneficio personal o para establecer una suerte de nueva élite.
Para algunos de nosotros, compartir archivos era una forma de comunismo y también una práctica política contra la propiedad privada. Para los libertarios, en cambio, era una forma de romper los monopolios y protestar contra la intervención estatal en el libre mercado por medio de las leyes de propiedad intelectual. Cuando se produjo el giro a la derecha en la política y cultura de internet en la década de los 2010, la izquierda perdió. Los libertarios pudieron adaptarse fácilmente porque ya estaban de acuerdo con las ideas que se estaban haciendo populares.
Estas tensiones ya estaban contenidas en las culturas e ideales que mencionas anteriormente.
Como oponente temprana del Bitcoin, ¿cómo ve la entrada de las cripto-finanzas en el mundo del arte digital? ¿Por qué es fácil para la narrativa de “recuperar el control” –habitualmente, por medio de la financiarización– hacer sonar las cuerdas populistas entre el mundo del arte? ¿Son los artistas más proclives a redimirse a través del capitalismo debido a la forma en que funciona el mercado del arte?
Algunos artistas pueden darse el lujo de hacer arte, digital o de otro tipo, sin necesidad de tener un trabajo diario. Pero la mayoría de nosotros tenemos que hacer trabajos adicionales o trabajos complementarios para pagar las facturas y poder mantener nuestra práctica artística, y/o también pasamos mucho tiempo redactando aplicaciones para becas que nos permitan hacer arte en el futuro. La desigualdad entre los trabajadores del arte también es muy pronunciada: los que están dentro de las burocracias artísticas institucionales tienen salarios, mientras que los que producen arte para sus exposiciones reciben migajas del presupuesto. Las tarifas, establecidas en función de la negociación individual, son bajas y con frecuencia se pagan con retraso. A esto se suma la desigualdad salarial habitual entre hombres y mujeres.
Incluso antes de la llegada de lo cripto, la fantasía que el mercado del arte le vendió a las y los artistas fue la promesa sobre la Gran Venta que pudiera brindarle independencia financiera. Ello también creó cierta expectativa de enriquecerse a través del arte, extremadamente irreal cuando se considera la cantidad de artistas que existen y la concentración en el mercado del arte. Sin embargo, la esperanza de escapar de la necesidad o la desesperación por pagar el alquiler del próximo mes es muy comprensible. Esta situación empeoró con el confinamiento y las restricciones durante la pandemia. Encontrar trabajo o siquiera realizar ventas se hizo mucho más difícil. Estos factores convirtieron a los artistas en los objetivos perfectos para la expansión de las cripto-finanzas.
A los criptobros (una subespecie del techbro) les resultó fácil vender esta idea al sector de artistas (transformados rápidamente en criptoartistas) porque les resultó muy sencillo hacer una analogía entre la Gran Venta y la estrategia de salida, el exit de una start-up. El fundador de una start-up que ha subsistido comiendo lentejas durante años programando su producto, finalmente es adquirido por una gran plataforma después de años de ardua labor: “¡este es mi momento, gorpcore! [vestir con ropa de alpinismo]”.blog Aplicado al arte, sería algo así como: el artista invierte su Beca de Emergencia por Coronavirus del gobierno alemán en Ethereum (ETH) para acuñar una pieza de hace unos años que se volvió viral pero por la que no consiguió ningún dinero en efectivo, ¡y LOL! llega la Gran Venta (quítale las tarifas del gas y la comisión de plataforma): “¡a canjear!, wagmi [we are all gonna make it]!”.
Al margen de que los artistas son un objetivo perfecto, la visión de que las obras de arte son activos que deben capitalizarse no es nada nuevo. La capitalización de la obra de arte siempre ha tenido un potencial poco claro, y la idea del artista hambriento trabajando con medios mínimos hasta que llegue la Gran Venta estaba allí mucho antes de que llegaran los smart-contracts y los NFT. Los criptocapitalistas simplemente lo adoptaron y explotaron en el momento perfecto: un momento de crisis.
El entusiasmo por las NFT en algunas de estas comunidades parece similar al entusiasmo por la aplicación de comercio Robinhood surgido en WallStreetBets de Reddit. Las consecuencias también parecen ir en esa dirección: al igual que los fondos de cobertura tradicionales terminaron ganando mucho más dinero a costa de todos los usuarios de Robinhood, parece que las grandes casas de subastas podrían emerger como los ganadores finales de la locura de NFT... ¿Por qué es tan difícil para los artistas entender esto?
Tal vez tenga que ver con las expectativas que acabo de mencionar, algunos individuos esperan convertirse en el único camello que pasa por el ojo de la aguja [en alusión a un pasaje de la Biblia y una expresión utilizada en el espacio financiero del cripto]. Creen que han llegado lo suficientemente temprano al mundo de las NFT como para terminar del lado de los ganadores, así que ¿por qué no intentarlo? Además, “lo nuevo” y “lo primero” son temporalidades que a menudo atraen y acumulan valor en el mercado del arte. Puedo entender que todo tenga un perfecto sentido para algunas personas.
También creo que examinar el carácter de clase que tienen estos eventos de locura de activos nos daría cierta claridad a la hora de explicar fenómenos similares a GameStop, pero en el mercado de blockchain.
En su ensayo sobre las NFT establece muchas conexiones interesantes con la literatura académica contemporánea sobre la financiarización y la conversión de cosas en activos económicos. ¿Cree que quienes defienden las NFT como una forma de emancipar a los artistas no están familiarizados con tales críticas y simplemente se comportan como ingenuos? ¿O es que las ignoran a favor de sus propias agendas? Cuánto de lo que está sucediendo en este espacio, no solo en términos de las NFT, sino también en términos de la web3 y las DAO, está impulsado por lo que Lenin solía llamar “estúpidos útiles” y cuánto hay de personas que actúan en beneficio propio, que buscan formas de justificar y aumentar el valor de sus propias criptomonedas?
No puedo juzgar si los evangelistas de la cultura blockchain están familiarizados o no con la interdependencia entre la asetización [en referencia a la producción de assets o activos en inglés] y la financiarización. Hay artistas que saben que esto es una estafa, pero prefieren probar suerte en este ajetreo antes que trabajar en puestos insoportables en el sector servicios, o creen sin más en la idea de que pueden hackear el sistema de alguna manera. Personalmente, no creo que las estrategias reafirmativas funcionen: solo empeoran la situación.
Creo que los “activos” se dan por sentado: nunca se cuestiona cómo algo se convierte en activo, por qué y a quién beneficiará. En la llamada web3, los activos (a diferencia del contenido) son los reyes y los inversores creen que están haciendo algo bueno y cambiando el mundo al convertirlo todo en un “activo”. No hay escasez de oportunismo subversivo… escuchamos que el internet de los activos (web3) ha llegado “para quedarse”, que el artista debería participar para solucionar este lío y que la web3 supone un “capitalismo un poquito mejor”.
Otros defensores del internet de los activos promueven la cultura blockchain como una infraestructura de red más democrática que podría igualar las disparidades actuales. Creo que todos están promoviendo la visión de los ricos (dejen de llamarlos ballenas: es parte de la fantasía de que “cualquiera puede ganar” propia de un casino) y justificar su riqueza.
Quizás lo que realmente necesitamos es un capitalismo un poco peor: menos productivo y menos dinámico.
¿Podría ampliar un poco la noción de "ghost-chain" [cadena fantasma] que presenta en su reciente y muy perspicaz ensayo? ¿Podría ofrecer un contraparadigma a la NFT-ización del arte?
Ghostchain es un término que se utiliza en las finanzas descentralizadas para referirse a las cadenas de bloques en las que no hay o hay muy poco volumen de transacciones. También escuchamos este tipo de frases con gancho utilizarse una y otra vez por parte de los inversores que dicen que la “cripto / web3 / o lo que sea está aquí para quedarse”. Y este es un buen ejemplo de que los ultracapitalistas no comprenden su propia ideología: si por algo se caracteriza el capitalismo es por una renovación y transformación constante. Esto era así incluso antes de que consideraremos los efectos de la crisis climática, que dejan claro que en el capitalismo, ni siquiera el planeta mismo, está aquí para quedarse.
La imaginación financiera solo puede producir cosas conceptuales y abstractas, por lo que la cadena fantasma era la imagen perfecta para entender cómo podría verse el colapso, la desaparición de las criptomonedas. Los edificios de apartamentos vacíos, como en Berlín, las vías de tren abandonadas y oxidadas, los vertederos llenos de bicicletas desechadas de empresas de alquiler de bicicletas fallidas, todo eso compone activos descartados que contaminan el mundo: así sería también mi visión sobre la deriva de lo cripto.
Me imaginé la cadena fantasma como una cadena de bloques no productiva, llena de monedas inútiles, quemadas y enlaces muertos a propiedad intelectual, imposible de verificar tal vez porque para los mineros no es rentable hacerlo, o porque las criptominas han sido cerradas debido a regulaciones ambientales, o tal vez incluso debido al sabotaje de algún movimiento neoludita. La idea de entender la cadena de bloques como un vertedero matemático, un basural para los criptoactivos, un monumento digital que honra el rechazo colectivo del futuro antidemocrático y desigual que prometió, es bastante convincente para mí.
No tengo ningún tipo de contraparadigma o “propuesta” en contra de las NFT en especial: me inclino más a no hacer nada al respecto, a negarme a participar en el proceso de capitalización y simplemente a no agregar más bloques a las cadenas.