El cine que solo vio Franco: sesiones privadas con Hollywood
Sigue siendo célebre, a día de hoy, la fascinación que Franco sentía por el cine de Hollywood. Mientras negaba a los españoles las distintas visiones del séptimo arte que se distribuía por otros países, montaba sesiones privadas en El Pardo para sus amigos y familiares en las que veía todo tipo de cine.
Hace escasos cinco años, en los archivos polvorientos de la residencia del dictador, el catedrático de Historia de Cine Josep Maria Caparrós descubrió documentos sobre más de 2.000 sesiones en las que Franco ordenó proyectar películas para todos los gustos. Pequeños pases cinéfilos que se realizaba dos veces por semana, una de ellas religiosamente fijada cada domingo. Excepto durante el mes de agosto, ni el cine perturbaba las vacaciones del caudillo.
Todo empezó en 1946 cuando ordenó habilitar un proyector en el teatro de los Reyes de El Pardo para poder alimentar uno de sus hobbies, que cultivaría hasta casi su muerte en 1975. Desde entonces pasaron por allí bobinas de películas de autor, cine comercial español, y hasta films críticas con el régimen. Por desgracia, nunca sabremos qué pensaba Juan Antonio Bardem sobre el hecho de que películas como Muerte de un ciclista o Calle Mayor alimentasen las plácidas sesiones del dictador. Aunque ambas son un retrato desolador de la España que manejaba con mano de hierro.
Entre los films que Franco disfrutó casi en secreto, se encuentran la mayoría de las aventuras de James Bond, pero también títulos de culto. Es difícil imaginar al militar hablando sobre el peso traumático de los abusos sexuales en El manantial de la doncella de Bergman, o la triste veracidad del neorrealismo de Las Noches de Cabiria de Fellini, ni mucho menos de la complejidad del crimen en el Rashomon de Kurosawa. Y sin embargo, películas como estas alegraron sus tardes de domingo.
De hecho, esta cinefilia estaba ya presente en investigaciones previas. Caparrós llegó hasta los archivos del cine particular del dictador cuando iba detrás de otra historia igual de atractiva pero muy diferente. Por entonces, se decía que Franco había sido crítico de cine bajo pseudónimo en una revista militar, un hecho que estaba por demostrar. Aquella historia se perdió por el camino mientras descubría hasta dónde llegó la afición por el séptimo arte que profesaba la misma persona que lo censuró durante décadas a millones de españoles.
El Franco productor: España como plató de Hollywood
Sobre el papel, la Historia del Cine (la que se escribe con mayúsculas), suele obviar las partes más o menos turbias para resaltar sus ejemplos de compromiso y heroismo. Así, si echamos la vista atrás recordamos fácilmente anécdotas que nos hacen pensar en el compromiso que Hollywood mantuvo con el gobierno democrático de la República durante la guerra, y la distancia que marcó con la dictadura después.
Nos vienen a la mente la censura de los diálogos de Casablanca en los que Bogart decía haberse dejado la sangre luchando en el bando republicano durante la Guerra Civil. O cómo el régimen consideró a Hemingway “una amenaza a la moral conservadora de España” y “un propagandista rojo”, obstaculizando las adaptaciones al cine de sus obras. E incluso la historia del famoso telegrama que Frank Sinatra, tras su traumático paso por varios rodajes en España, mandó al dictador cuando se cumplían veinticinco años de su instauración. “Felicidades por el veinticinco aniversario de su benevolente régimen. Muérase de una vez”, decía la misiva.
Años después de la guerra, a Hollywood ya le importaba menos el hecho de que aquí se viviera en una dictadura. Al fin y al cabo, el dinero es el dinero y los principios son muchas cosas menos rentables. Entre 1958 y 1964 se rodaron en España superproducciones como El Capitán Jones de John Farrow, Rey de Reyes de Nicholas Ray o la célebre El Cid de Anthony Mann, que volvió tres años después para rodar La caída del Imperio Romano.
Franco y su régimen colaboraron ampliamente con la llegada de capital extranjero, abriendo sus puertas a un vacío legislativo que dejaba a los productores un ancho margen para rodar en condiciones que en la meca del cine serían imposibles. La mano de obra barata, el clima de muchas horas de luz para dilatar los rodajes, la escasa protección legal para adquirir extras por dos duros, los bajos costes construyendo decorados y la inexistencia de protección sindical convertían a nuestro país en un caramelo para magnates estadounidenses.
El propio dictador ordenó al entonces almirante Carrero Blanco que pusiese a disposición del productor Samuel Bronston todo lo que necesitase para rodar en suelo español. Frotándose las manos, el empresario consiguió construir decorados que entrarían en el libro Guinnes por su magnitud, tener a 3.000 personas bajo sus órdenes y trabajar con estrellas como Sophia Loren, John Wayne, Charlon Heston, Rita Hayworth o Ava Gardner entre otros. En la España franquista, se llevaron a cabo producciones que competían en volumen contra gigantes como la Metro Goldwyn Mayer o la RKO, obviando todas las trabas legales de Hollywood.
El Franco guionista: Raza, el blockbuster fascista
RazaLa afición por el cine del caudillo no se limitó sólo a sus tardes de domingo ni a sus negocios con Hollywood, también hizo sus pinitos como creador. A finales de 1940, hizo dictar un Anecdotario para el guión de una película bajo el grandilocuente título de Raza. Se trataba de una novela corta que, como bien cuenta Magí Crusells en su investigación sobre el tema, se convertiría en la película más representativa de la versión sobre la guerra que vendería la dictadura a los ciudadanos españoles.
Terminada la novela, que firmó con el pseudónimo de Jaime de Andrade, se hizo disponer al recientemente creado Consejo de la Hispanidad de medios para llevar a cabo la filmación de una película basada en la obra. José Luis Sáenz de Heredia se pondría detrás de las cámaras para contar la historia de una familia rota por la Guerra Civil que combatía la corrupción republicana con los valores patrióticos y religiosos del franquismo.
Lo cierto es que Sáenz de Heredia no pudo sentar las bases estéticas del franquismo en su versión del séptimo arte tal y como lo habían hecho las demás dictaduras europeas. Prodigios técnicos como El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl marcaron un antes y un después en el cine que películas como Raza estuvieron muy lejos de emular.
Aún así, ahí queda la aproximación de Franco a un arte que le fascinaba. Él, que dedicó años a limitar la influencia del cine sobre la sociedad por proteger valores franquistas, seguía encerrándose los domingos para ver a Bergman e incluso a Berlanga. Y quién sabe si disfrutarlo secretamente.