La pandemia solo le ha servido a Isabel Allende para una cosa: organizar el lanzamiento de Violeta (Plaza & Janés), su nueva novela, de forma telemática. La alternativa de someterse a un viaje de doce horas, pronunciar una conferencia en la Casa de América y firmar cientos de ejemplares le repele cada vez más. “Se acabaron los festivales, las giras de libros, las eternas colas para firmar y todo eso que antes hacía de forma obligada”, ha confesado este lunes desde su casa en California frente a 120 medios de España, Italia y toda América Latina.
La escritora chilena ha presentado su novela número 25 a través de una pantalla y de forma simultánea en Europa y América. Eso no le ha impedido responder con generosidad a todas las preguntas de la prensa internacional, incluidas las de temática política y social. También sobre ellas versa Violeta, el testimonio epistolar de una mujer que narra sus 100 años de vida, desde 1920 a 2020. Allende cierra el círculo que empezó en 1982 con La casa de los espíritus y con una nieta que escribía a su abuelo. Ahora, es una abuela quien manda misivas a su nieto.
“Ya nadie escribe cartas, solo se mandan correos con tres frases y unos monitos. Y se acabó para siempre la caligrafía, yo ahora soy incapaz de rellenar un cheque”, bromea a sus 79 años. Sin embargo, valora muchísimo la mensajería instantánea, que cambió la comunicación con su madre para siempre. Desde que era adolescente hasta su muerte, hace tres años, Isabel recibió de ella unas 34.000 cartas. Pero al final de su vida, su madre se emocionaba redactando emails. “Aunque fue una mujer extraordinaria, no tuvo una vida extraordinaria”, reconoce.
Doña Francisca inspiró a Violeta, pero a diferencia del personaje “vivió sometida”. “Nunca tuvo esa libertad económica que yo quise para ella y que le di a Violeta. No hay feminismo sin independencia económica”, reivindica. Isabel Allende es una feminista aguerrida, causa que defiende desde la fundación que lleva su nombre y que le mantiene al día de los cambios y progresos del movimiento.
“En Chile se está planteando cambiar la educación en la escuela infantil para que sea no machista. Es extraordinario, pero es muy nuevo”, pone de ejemplo. Es incapaz de no mencionar con orgullo el cambio social que vive su país. “Estoy encantada con el Gobierno que ha formado Boric con 14 mujeres y 10 hombres, paritario y joven. Ya es hora de que los viejos carcamales de Chile se vayan a su casa a jugar al bingo”, expresa.
Respecto a Maya Fernández, nueva ministra de Defensa y nieta del expresidente chileno Salvador Allende –primo de Isabel–, la escritora solo tiene buenas palabras. “Lo veo como una cosa curiosa, porque es una posición muy especial que obliga a entenderse con las fuerzas armadas, y no olvidemos del pasado de estas fuerzas en Chile”, advierte. Allende tiende a alternar la esperanza con la cautela: “Solas somos vulnerables, pero juntas somos invencibles”.
Chile dentro de la piel
La propia estructura de Violeta mira al pasado, pero no idealizándolo. Ante la pregunta de una periodista sobre si el siglo XX era mejor que el XXI, Isabel Allende no titubea: “Ningún tiempo pasado fue mejor. Es una especie de ilusión que tenemos. El mundo avanza y evoluciona, pero no en línea recta”.
Ningún tiempo pasado fue mejor. Es una especie de ilusión que tenemos
Ella misma tuvo que huir de su país en 1973 después del golpe militar. Aunque le apena, reconoce que nunca habría sido escritora de no ser así. “Cambié al no poder seguir siendo periodista en mi país. Era una profesión que me hacía feliz, una sensación de que pertenecía a una comunidad, que podía tocar cualquier puerta y me iban a abrir, que me iban a contestar a la pregunta más impertinente”, rememora. “Viví un silencio forzado por no poder expresarme en el periodismo durante muchos años hasta que escribí La casa de los espíritus”.
Como en aquella, Violeta no hace referencia ni pertenece a un país en concreto, pero Allende reconoce que tiene “metido dentro de la piel” a Chile. Piensa mucho en su país desde EEUU, donde reside desde hace 30 años. No obstante, también en Chile se siente extranjera. “La primera semana que voy estoy feliz, pero después ya no lo reconozco. Por eso vivo de ese Chile inventado que ya no existe y que quizá nunca existió”, desvela. Una nostalgia que no le impide observar con mirada crítica la historia.
“Lo más cuerdo sería que la historia no se enseñara desde la perspectiva del vencedor, que suele ser un hombre blanco. Sino también de la de los vencidos. Ahora, no se puede eliminar esos símbolos que nos recuerdan al pasado, sino revisarlos”, sostiene sobre el derribo de estatuas y la cancelación de personajes públicos. “En Chile quieren eliminar a Pablo Neruda porque en sus memorias reconoció que violó a una mujer. Pero una cosa es el hombre fallado, y otra el artista. Revisemos su vida privada pero no le quitemos del todo, porque entonces no quedaría títere con cabeza”, defiende.
En EEUU Allende ha sido testigo de su transformación como latina y como extranjera. “Ahora hay mucho más orgullo latino”, afirma. Pero solo entre ciertas clases sociales: “Otra cosa es la inmigración ilegal, que llega muy pobre y muy desamparada a pedir asilo. Estas personas siguen siendo abusadas y explotadas y todavía las miran con miedo”. A pesar de todo, en California está su hogar junto a su marido Roger Cukras, con quien se casó hace dos años, cuando ella tenía 77. “Y si vivo lo suficiente, es posible que me case de nuevo”.
Octogenaria con pasiones de veinteañera
“Desgraciadamente sigo siendo tan apasionada como cuando tenía 20, 40 y 60 años. Las parejas que yo escribía en mis libros anteriores eran jóvenes. Ahora me ha dado por tener a ancianos, como yo. A los 77 me casé con un señor de origen polaco con el que no tenía nada en común y ya llevamos dos años encerrados en una casa chica. Y nos va bastante bien”, dice entre risas.
En Chile quieren eliminar a Pablo Neruda porque reconoció que violó a una mujer, pero una cosa es el hombre fallado y otra el artista
Aunque cree que el amor es la “emoción más poderosa para una mujer” y la que la ha “impulsado a hacer las mayores brutalidades y los actos más heroicos”, no cree que sea imparable. “No solo el amor mueve el mundo, también el poder, la ambición y la codicia. El amor logra corregir un poco todo eso, pero no completamente”, dice con un tono realista.
Para Isabel Allende, es una temática más sobre la que escribir y sobre la que darse a conocer. Por eso nunca temió abrirse a contar sus intimidades, a pesar de las advertencias de su familia. “Uno es vulnerable por los secretos que guarda, no por lo que cuenta”, mantiene. Ahora admite sin pudores que introdujo una trama lésbica en La casa de los espíritus, concretamente de Férula hacia Clara: “Nadie le prestó atención porque se suponía que las mujeres son menos sexuales y menos promiscuas, pero claro que había un erotismo”.
En cuanto a si va a seguir relatando su vida o escribiendo ficción, la autora reconoce que no tiene proyectos a largo plazo: “Mi calendario tiene previsiones a dos semanas como mucho porque no sé si voy a estar viva mañana”. Pero siempre que le queden fuerzas, habrá tiempo para una nueva novela.