Joana Vasconcelos (JV) es la artista portuguesa con mayor reconocimiento internacional, hecho que se debe a la calidad de su trabajo, que desempeña desde finales de 1980 con especial dedicación e innovación permanente. De primeras, dos aspectos destacan en su obra: el tamaño considerable de muchos trabajos y la afirmación clara de una marca de autor. En realidad, las nuevas obras de JV son reconocidas de inmediato no solo por los expertos sino, al menos en Portugal, por sectores de la población que no suelen frecuentar ni museos ni galerías. En este texto abordaré tres de los ingredientes de este éxito y reconocimiento popular:
1. Superación de los géneros y formas de producción. Dentro del espíritu de las vanguardias posteriores a 1960, JV crea esculturas que, para emplear la denominación histórica de Rosalind Krauss, se mueven en campo expandido. Sin pedestal y casi siempre sin pared, son grandes objetos, algunos dotados de movimiento, luz y sonido, con un carácter de instalación y performance que interpelan al espectador: o caminamos alrededor, casi entrando dentro de las piezas tentaculares; o somos obligados a parar, para asistir al funcionamiento de distintos componentes que se levantan para caer con estruendo, se parten los unos a los otros, o se arremolinan en círculos de suprema ironía. Pero, en esta deliberada superación de géneros, cabe señalar otros aspectos: el sentido de la construcción sólida y exigente, desarrollado por un taller que abre su campo artístico a la ingeniería, a la arquitectura y a la informática. Sin embargo, esta extrema sofisticación de medios, que ha transformado el taller en fábrica, incorpora también, en aparente contradicción, la valoración de los oficios tradicionales, propios de las artes decorativas y de las artes domésticas femeninas: corte y confección, croché, bordados, desarrollados con escala e imaginación absolutamente inéditas.
2. Reinvención del Pop. JV pertenece al universo de los artistas que aman el palpitar de la vida y se inspiran en él. En la escena artística occidental contemporánea, esta actitud, eminentemente urbana, remite al Pop inglés y americano que se impone a partir de mediados del siglo XX. El arte sale del taller, se mezcla con el diseño gráfico y publicitario y se une, con mayor o menor distancia, al funcionamiento de la cultura de masas caracterizada, en sus inicios, por el optimismo de la segunda postguerra. Hoy no tenemos razones para continuar creyendo en los fetiches del consumo y no vivimos la ciudad como una ampliación benévola de nosotros mismos. El progreso se anuncia catastrófico, tenemos miedo, nos sentimos amenazados. JV usa y reformula los recuerdos del optimismo urbano pero, casi siempre, con una carga de ironía, provocación y, a veces, incomodidad, que convierte sus piezas en espejos (o escenarios) de alegría como máscaras lujosamente inútiles. I’m your mirror, que dio título a la exposición presentada en el Museo Guggenheim de Bilbao (y ahora presente en la Fundação de Serralves, Oporto), ejemplifica lo que acabo de decir: entramos y salimos de esa inmensa máscara veneciana, miramos a través de sus ojos, aceptamos el reto del reflejo mutuo de la artista. Es un juego de sombras luminosas, tan atractivo como decepcionante.
Este carácter de decepción de muchas obras de JV es también un desafío militante: al consumo, a la banalidad de las estéticas cotidianas y, sobre todo, al lugar de la mujer en una sociedad de valores históricamente enunciados por el hombre. Recreación del Pop, por ello, donde el optimismo es dotado de direcciones múltiples que no lo anulan pero lo sitúan ante el abismo.
3. Obras maestras y aura. Trabajando a gran escala, reinventado y ampliando constantemente los recursos del taller, JV ha realizado, a lo largo de su carrera, algunas obras que ya han adquirido el estatus de obra maestra, denominación arcaica pero cuyo uso me gusta reivindicar. Con ella evoco aquellas obras que representan cuestiones profundas de un tiempo y de una sociedad pero que, al mismo tiempo, viven fuera del tiempo, arrastrando, en densa polisemia, las eternas cuestiones a las que la vida y la cultura se enfrentan. Teniendo en cuenta los límites de este texto, cito solo dos obras maestras de JV: Cenicienta, el lujoso zapato de tacón femenino realizado con cacerolas de acero y sus tapaderas, cuyo brillo abre el deseo del amor sobre la memoria vulgar de la cocina; La novia, la espectacular lámpara de cinco metros de altura, de un brillo medio translúcido y hierático, compuesto por la materialidad de cientos de tampones higiénicos. Los visitantes se paran, sumergidos en una sorpresa que provoca una sonrisa profunda e inteligente: exactamente la figura del aura, como fue teorizada por Walter Benjamin.