El Día del Libro nunca pudo hacer sombra a Sant Jordi, hasta el pasado viernes 23 de abril cuando las librerías de toda España se “barcelonizaron”. La pandemia del coronavirus ha tenido un llamativo contraefecto en el resto del país, donde el comercio que menos ha crecido ha sumado un 30% más de la caja que hizo en 2019. “Lo normal”, aseguran desde la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal), “es que hayan duplicado ventas”. Cuenta Álvaro Manso, portavoz de Cegal, que los libreros han mandado unas cifras que “nadie recuerda tan buenas”. Lo que ha sucedido este fin de semana ha sido totalmente “inesperado”, dicen los libreros.
Las librerías han cerrado el primer trimestre de 2021 con ventas superiores a los 87 millones de euros, desbordando las de 2020 (78 millones de euros) y las de 2019 (85 millones de euros), según los informes de Cegal, que analiza la caja diaria de más de 800 puntos de venta. Además, en los tres primeros meses de este año el género más vendido fue el de no ficción, seguido por la ficción. Esta tendencia, a pesar de la edición número 36 de El infinito en un junto (Siruela), de Irene Vallejo, ha debido de cambiar este fin de semana gracias a la nueva novela de María Dueñas. Álvaro Manso adelanta que Sira (Planeta), la esperada novela con la protagonista de El tiempo entre costuras, ha destacado con el doble de ventas que el segundo libro más vendido. “La oferta de títulos que tenemos en estos momentos es muy buena y eso también ayuda a que las ventas crezcan”, añade Manso, que se refiere a los nuevos títulos de Javier Cercas y Eduardo Mendoza, además del de Vallejo.
“Aunque este año en Barcelona todo estaba muy controlado y era menos fluido, por la pandemia, se palpaban las ganas de fiesta y la alegría. La gente lo echaba de menos. Nos echábamos de menos”, dice Irene Vallejo, cuyo libro se acerca a los 250.000 ejemplares vendidos en un año y medio, y ahora vienen las traducciones: al holandés, el francés, el italiano, japonés, chino, coreano, inglés y alemán. La autora y fiel defensora de las humanidades fue la encargada de dar el pregón de Sant Jordi (fiesta a la que nunca había sido invitada a firmar sus anteriores libros) y ha visto una ciudad con un “frenesí precioso” y muy “optimista”. “Es primavera y llega con la esperanza de las vacunas. Los símbolos son necesarios en estos momentos”, cuenta la escritora, que un día después viajó hasta Zaragoza para firmar y, después de hora y media, acabó haciéndolo a la luz de los teléfonos móviles.
Las fotografías con largas filas a las puertas de los establecimientos eran exclusiva de Barcelona, pero han sido la tónica de las redes sociales de las librerías más allá de Catalunya. Las imágenes confirmaban que el Día del Libro “ha estallado” como modelo de éxito en el resto de ciudades. “Vendimos siete veces más que cualquier día y está entre los tres mejores de nuestra historia”, cuenta Cristina Barbeito, que abrió hace seis años Berbiriana junto con Alejandra de Diego, en A Coruña. Reconocen que no saben a qué se ha debido, pero creen que tiene que ver con “las ganas de celebrar lo que sea”. En la librería Kirikú y la bruja, en Madrid, Esther Madroñero asegura que han triplicado la caja de 2019, pero que no había vuelto a ver nada “así” desde 2008, antes de la crisis financiera. “Es una época muy dura, pero esto anima: hay futuro”, dice la librera. Asegura que ha vuelto a ver la fiesta que había desaparecido y que los eventos programados por la Comunidad de Madrid terminaban por confundir. “Creó una Noche de los Libros que extendió a todos los lugares culturales y nuestro público se marchó de las librerías”, indica.
Esta visión es compartida por Alfonso Tordesillas, librero de Tipos Infames, que piensa que tantas actividades organizadas contraprogramaban la actividad de las librerías, auténticas protagonistas del día. “Era un día de actos más que de ventas. Está muy bien que se celebre una noche de los libros, pero quizá no el 23 de abril. Genera mucha confusión y ruido”, apunta el librero. Este año sin promoción ni actividades, los lectores han salido en busca de sus librerías, y con los aforos controlados han guardado turno para entrar en los establecimientos. Una extraña imagen en tiempos de urgencias satisfechas al instante. En Tipos Infames no podían acoger a más de 14 clientes al tiempo, consultando libros y dejándose recomendar. “La gente ha vuelto a entregarse con nosotros como ocurrió en mayo, al salir del confinamiento. El descuento del 10% ayuda, pero no basta para movilizar tantas personas. Ha sido un día inesperado. Ahora hay que pensar en la Feria del Libro, el próximo septiembre”, dice Tordesillas.
Tradicionalmente las librerías no catalanas se han centrado en los fenómenos de largo plazo y no tanto en el evento concentrado. “Hemos comprobado que es más rentable esto que una feria del libro”, sostiene Álvaro Manso. Pero en Barcelona quieren una feria del libro como la madrileña para tener otro hito de ventas en el año. “Está en la cabeza de todos”, dice Isabel Sucunza, de la Llibreria Calders. Las librerías catalanas recuperaban este año su día grande, aunque con una versión aguada por el control de los aforos. Según Cegal, ese es el motivo por el que no han crecido como el resto y se han quedado a un 80% de las ventas de 2019. En el caso de Calders, “solo un 10% menos”, indica Sucunza. Pensaba que se quedarían un 30% por debajo, pero encontraron la solución para esquivar el coronavirus: “Si no podíamos jugar con el espacio, había que jugar con el tiempo”, dice. Durante el viernes anterior convocaron a sus clientes con diferentes acciones y lograron montar un Sant Jordi dilatado durante una semana. Están muy contentos con el resultado.
En Madrid ha sido decisivo sacar las mesas a las calles, para que los autores y autoras firmaran. Esto no sucedía en la capital, pero “las Juntas de los distritos han sido muy efectivas con los permisos para posibilitar que esto ocurriera”, reconoce Pablo Bonet, secretario del Gremio de Librerías de Madrid. El 23 de abril, los autores se desplazaban en tromba a Barcelona a atender las firmas, pero este año las tiendas madrileñas se han quedado con una buena cuota de escritores y escritoras gracias a las limitaciones de viajes. Bonet apunta que los ciudadanos querían volver a cierta normalidad de encuentros, y, además, el año pasado no hubo Feria del Libro. “Había ganas. Creo que en Madrid deberíamos tender más a este modelo, para sacar los libros a la calle. Hay que convocar más. Ha sido alucinante ver a tanta gente”, añade Bonet.