Los gazapos de la teórica feminista Naomi Wolf que terminaron con su último libro desenmascarado en vivo en la BBC
Cuando el pasado mayo un presentador de la BBC desarmó en directo la tesis completa del nuevo libro de Naomi Wolf, algunos reaccionaron con regocijo. La representante de la tercera ola del feminismo no es una figura que despierte simpatías, ya no solo por su papel en la lucha por los derechos de las mujeres, sino especialmente por sus escritos.
Desde que salió a la luz El mito de la belleza (1991), vademécum del feminismo, muchos la han acusado de incluir investigaciones pobres e incluso inventadas. Pero nunca hasta el punto de que una editorial se vea forzada a suspender la tirada de un libro en plena promoción, una decisión tomada hace dos días por la estadounidense Houghton Mifflin Harcourt.
El libro en cuestión se titula Ultrajes: sexo, censura y criminalización del amor y ofrecía una revelación histórica sobre decenas de hombres que fueron ejecutados por sodomía en la época victoriana, en el periodo de 1850. El problema es que la última condena tuvo lugar en 1935 y que los casos que enumera en su tesis se sustentan sobre un término legal malinterpretado: “Muerte registrada”. Wolf tradujo esa cláusula como una condena de muerte, cuando en realidad significaba todo lo contrario.
El locutor Matthew Sweet fue quien la sacó de su error cuando la escritora asistió a su programa de la BBC para departir sobre el libro. El director del programa de radio Free Thinking le indicó que se trataba de “una categoría creada en 1823 que permitía a los jueces abstenerse de pronunciar una sentencia de muerte a un condenado a quien consideraran apropiado para el perdón”. Es decir, que los acusados, en realidad, fueron indultados.
La idea del libro surgió de la tesis doctoral que Wolf presentó en Oxford en 2015 acerca del poeta John Addington Symonds.
Según ella, en 1857, año en el que cumplió los 17, hubo “una tormenta de aversión moral histérica” hacia la homosexualidad que culminó con la intrusión del Estado en la vida privada, los arrestos y las ejecuciones que relata en el libro y que en realidad no sucedieron.
Como dicen en The New York Times, “estos errores importan porque uno de los asuntos principales que trata en el libro es nuestro deber, como administradores de la historia, del cuidado y la preservación de los textos”. La crítica literaria Parul Sehgal dijo que ella había manipulado los de Symonds, pero además Matthew Sweet le señaló otro error de interpretación, pues confunde “sodomía” con “homosexualidad” cuando los jueces victorianos se referían también al “abuso sexual infantil”.
El bochorno del momento será algo que quedará para siempre entre Naomi Wolf, Sweet y el técnico de sonido de la BBC. Sin embargo, el tono de la conversación fue cordial y la escritora se comprometió a corregir los errores pertinentes. En ese momento era tarde para la editorial británica Virago, que ya había publicado el libro cuando la entrevista se hizo viral. Pero sus compañeros estadounidenses no han sido tan clementes.
“Vivimos un momento de fake news y de mentiras interminables de personas que se supone que no mienten, como secretarios de prensa y políticos. El periodismo está perdiendo su capacidad de corregirse a sí mismo, como se ve con tantas historias que no son correctas sobre esto [su libro]. Es mi trabajo. Soy responsable de hacerlo bien”, dijo orgullosa Wolf semanas después en una entrevista con The Guardian, medio para el que colabora, en la que le preguntaban si se había sentido humillada.
Aunque aseguró que los errores se limitaban a dos páginas, la 71 y la 72, y la editorial británica manifestó que “a pesar de este desafortunado malentendido, creemos que la tesis general del libro Outrages sigue siendo válida”, Naomi Wolf vuelve a estar en el ojo del huracán. Es difícil identificar si ese odio corresponde a las inexactitudes de la obra o a su perfil político y continuamente atacado por la derecha de EEUU. El problema es que las críticas no siempre proceden de republicanos enfurecidos.
Otros gazapos: cifras engordadas y mofas de científicos
Su primer libro, El mito de la belleza, donde se exponía como nunca la presión social de las mujeres por adherirse a estándares sociales poco realistas, fue atacado por exagerar el número de fallecidas por sufrir anorexia. Unos académicos estadounidenses demostraron que la cifra ofrecida por la escritora debía dividirse entre ocho para acercarse un poco a la realidad. Hasta tal punto fue ridiculizada, que usaron el término “wolf” para designar un factor de exageración y mentira.
De hecho, El mito de la belleza, publicado en nuestro país por Planeta en 1998, lleva años descatalogado y desde ese momento ningún sello español se atrevió a hacerse eco de la bibliografía de Naomi Wolf. Solo en 2013, como recuerdan en Vanity Fair, la editorial Kairós –que tiene en su catálogo tomos sobre yoga, hinduismo, veganismo o mindfulness– publicó Vagina, título que el New York Times Book había calificado como una “investigación de pacotilla”.
Un año antes, la científica que descubrió el punto G criticó la publicación “por ser una interpretación científica muy preocupante”. “¿Es esto ficción o no ficción?”, dijo Beverly Whipple sobre las teorías cognitivas que Wolf aduce en Vagina para defender algunas tesis como que “el orgasmo femenino y la confianza y la creatividad están relacionados”.
Tampoco sirven para acicalar su imagen las declaraciones públicas y teorías de la conspiración que ofrece en sus redes sociales. Las más sonadas son en las que cuestionó la veracidad del vídeo en el que el ISIS decapitaba al periodista James Foley, en las que sugirió que Estados Unidos mandaban tropas a África Occidental para tomar militarmente la zona con la excusa de ayudar en la crisis del ébola o en las que lanzó que el referéndum de independencia de Escocia había sido falsificado.
Sin embargo, como indican en el medio estadounidense Vox, es un error confundir los exabruptos “desquiciados, perjudiciales y peligrosos” con una obra que ha aportado de forma ineludible a la teoría feminista y al movimiento de las mujeres. De la misma forma que su labor como asesora política de Bill Clinton o Al Gore, o su defensa de que Margaret Thatcher y algunas políticas de derechas son “feministas reales, incluso si no comparten políticas con las actuales asociaciones de mujeres”, no derriban lo expuesto en El mito de la belleza.
Lo que ocurre, más bien, es que a veces señalar en el error a una pensadora feminista les sirve a muchos para desacreditar a un movimiento entero. Claro que hay que denunciar el desprecio recurrente por el registro histórico y la mutilación de la verdad. Pero muchas veces el problema radica en los sellos que venden como maestrías encargos que se sustentan en un solo título de hace treinta años y en una corrección editorial inexistente.