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¿Cómo amar y follar en el siglo XXI? Dos libros para entender la complejidad afectiva de nuestro tiempo

Cuando tenía 12 años, Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 1989), criada en una familia judía ortodoxa, decidió que quería ir a un instituto laico: allí descubrió que la religión de las chicas de su edad era el amor. Entrando en la treintena, Luna Miguel  (Alcalá de Henares, 1990) supo que su marido amaba a alguien más: se sintió vulnerable al desocupar el espacio central del deseo de su compañero, pero acabó por abrir puertas hasta entonces desconocidas.

Estos puntos de inflexión en la vida de ambas escritoras son el germen de dos ensayos, publicados a la vez en España: Tenenbaum debuta en nuestro país con El fin del amor: amar y follar en el siglo XXI (Seix Barral), un panorama sobre la complejidad afectiva de nuestro tiempo que ha sido un éxito en Argentina; y Miguel es autora de Caliente (Lumen), su tercera incursión en el género tras El dedo y El coloquio de las perras (Capitán Swing, 2016 y 2019), una narración en torno al deseo, la creación literaria, el amor plural y el placer. 

El fin del amor y Caliente dialogan a la perfección: partiendo de sus propias experiencias, Tenenbaum y Miguel trazan un mapa que sirve al lector para reflexionar sobre la destrucción del amor romántico, la problemática del deseo y los nuevos modelos relacionales. No hay conclusiones cerradas, solo la generosidad de compartir vivencias, porque “todos llegamos como extranjeros al mundo del deseo y sentimos que nunca vamos a terminar de aprender el idioma”, escribe Tenenbaum. Ella no considera que su historia sea especialmente relevante, aunque “explicar desde dónde parto me pone en cierta situación de humildad, y me interesa reivindicar una tradición ensayística de escritoras que desmontan el prejuicio contra lo personal y lo emocional, es un prejuicio machista que muchas veces se utiliza para disminuir lo que escriben las mujeres”, cuenta por videollamada a elDiario.es

“Criarme en el mundo judío ortodoxo también me ha hecho valorar ciertas conquistas”, prosigue la autora argentina, que creció en el Once, una zona de Buenos Aires donde reside gran parte de la comunidad ortodoxa. En su obra hay una mirada antropológica que va desde el ámbito privado de las relaciones sexoafectivas hasta la construcción pública de los afectos, una mirada revestida con un asombro y una curiosidad que, asegura, no abandonará nunca. “La gente no concibe un mundo donde no se puedan tener citas o no exista la soltería como tal. A veces damos por sentado nuestro mundo como si fuera el único, y eso limita la posibilidad de cambiarlo”.

Para Luna Miguel, contraponer vulnerabilidad y exhibición a la hora de concebir la escritura de las mujeres resulta tramposo. “La exhibición se ha convertido en algo peyorativo, no porque lo sea sino porque se nos ha impuesto que todo lo que tiene que ver con narrar nuestra experiencia es ególatra y poco universal, especialmente cuando una es mujer y se muestra vulnerable”, explica a elDiario.es. “¿Cuántas veces a las mujeres del #MeToo se las llamó pusilánimes? ¿Cuántas veces se ha rechazado la experiencia de alguien que no sea un hombre heterosexual, blanco, cisgénero y de mediana edad? Tanto la vulnerabilidad como la exhibición me parecen lugares necesarios y de resistencia, métodos súper útiles para nuestra escritura y para avanzar hacia nuevos relatos”.

Referentes para pensar sobre el deseo y el placer

Más allá de narración autobiográfica, El fin del amor abarca numerosas referencias sociológicas y filosóficas  —desde Eva Illouz, que ha publicado recientemente un libro con el mismo título, hasta Gerda Lerner o Silvia Federici—, mientras que Caliente recorre la obra y vida de escritoras como Anne Sexton, Annie Ernaux, Anaïs Nin, Hilda Doolitte o Chris Kraus . “El proceso de documentación ha durado años, el cuerpo y el deseo siempre me han interesado desde los primeros poemas de adolescencia y todo ese proceso ha tomado forma en Caliente”, señala Luna Miguel. “Creo que lo más difícil y placentero ha sido la escritura sobre el propio deseo, además de encontrar testimonios literarios de autoras que ni siquiera han sido traducidas en nuestro país”.

En ambos libros también están presentes los relatos y confesiones de mujeres anónimas. Tenenbaum recoge las cartas del consultorio sentimental del periódico en el que trabaja, que evidencian lo mucho que queda por recorrer para descentralizar el amor romántico, y Miguel recopila decenas de respuestas sobre la masturbación, la pornografía y el placer —¿Cuándo te masturbaste por primera vez? ¿Consumes pornografía? ¿Qué es para ti el placer femenino?, pregunta, y en la variedad de testimonios es imposible no reconocernos. “Fue lo más trabajoso, me contaron experiencias terroríficas que tienen que ver con el abuso en la infancia y tuve que dejarlo fuera porque me parecía otro tema mucho más difícil, me hubiera llevado mucho tiempo bajarlo a tierra”, explica la escritora española, que precisamente abordó el abuso en la adolescencia con El funeral de Lolita (2018), su primera novela.

Casualmente, los dos libros citan la misma referencia para problematizar el deseo: El sexo de las supervivientes, una columna en la que la escritora Gabriela Wiener contaba la angustia de una amiga suya al excitarse con testimonios de abuso sexual. “Ella habla de cosas que nadie se anima a decir”, asevera Tenenbaum, y recuerda que “lo mismo que nos hace sentir violentadas nos hace sentir deseadas, es la imagen del sexo que nos vendieron y conocemos”. “A mí me interesa lo que tiene que ver con el BDSM, creo que es una manera interesante de procesar ciertas fantasías, pero es un problema cuando pasamos a la violencia no consentida o el maltrato, al igual que la cuestión de la posesión; tenemos que empezar a desarmar que la posesividad es algo sexy y la única forma de hacerlo es conversar sin tapujos ni límites”.

¿Desde qué nuevos lugares podemos construir el deseo? “Aún falta por recorrer en cuanto a un placer más equitativo y descentrado de la pareja heterosexual, pero creo que las mujeres ya sabemos que tenemos derecho a tener buen sexo, a mí también me interesa la inserción de las mujeres en otras formas de placer que tienen que ver con la creación o la participación comunitaria”, opina Tenembaum. “Por ejemplo, las mujeres trabajadoras tienen muy poco tiempo para el ocio, para pensar en algo que no sea sobrevivir”. En su ensayo, incide en las condiciones materiales que también permean el amor y el deseo: “No recuerdo haber leído sobre la dificultad de mantener la líbido en el contexto de precariedad laboral en el que vivimos (...) ninguna garantía para dormir tranquilas y, también, desear tranquilas”. 

Dice la escritora argentina que está interesada en “la hiperinflación del placer en el consumo y en el sexo,  algo que está muy de moda”, y Luna Miguel coincide en el riesgo centrar la conversación sobre el placer alrededor de productos como el Satisfyer, que solo son “una posibilidad”. Para ella, el gran cambio desde que publicó en 2016 El dedo, un ensayo en formato digital sobre la masturbación, es la presencia en el debate público “del feminismo y los cuerpos”, que ha hecho mucho más sencillo buscar recursos sobre temas relacionados con el género y la sexualidad: “antes tenías que ser académica o activista para encontrar ciertas cosas, ahora una chica de 18 años puede ver tutoriales en Youtube. Todo se ha transformado en parte gracias al #MeToo, a la paciencia de mujeres feministas que han trabajado durante años”.

Entre las nuevas posibilidades afectivas y la incompletud

“Quien ha sido capaz de denunciar su abuso también ha sido capaz de liberar su placer”, apunta Luna Miguel. “Es importante reivindicar el feminismo del goce, ese feminismo vibrante del que hablan autoras como Ana Requena o Luciana Peker”, pues “si somos las mujeres las que cuidamos y ponemos el cuerpo, cómo no vamos a ser capaces de hablar de lo que deseamos”. Ella, que fue madre a los 25 años, nos recuerda en Caliente que “las madres también gozan (..) e imaginan fantasías calientes aunque de puertas para fuera su aura sea la de unas Santas Sacrificadas, blandas y de piel estriada”. Gozan y desean y exploran el amor plural, como es su caso o el de Gabriela Wiener, que visibilizó en el escenario su modelo familiar poliamoroso, personificado en la cama king size que comparte con Jaime y Rocío. Aunque Luna Miguel recalca que el poliamor no es una fórmula mágica: “Mi experiencia con el poliamor tiene que ver con potenciar la felicidad de quienes me rodean, es la única respuesta que sé”.

En este sentido, además de contemplar nuevas posibilidades afectivas, para Tenenbaum también es importante “amigarse con la incompletud, porque a las mujeres se nos enseña que si falta la pareja nos falta todo”. Sin caer en la subjetividad neoliberal de la mujer empoderada que no necesita a nadie, la autora aboga por “tener en cuenta que todos vivimos en un entramado de vínculos muy diversos, y cuanto más los alimentemos menos solas nos vamos a sentir”. Por eso, en El fin del amor, la amistad se pone en el centro como una forma de amar igual de válida que la de la pareja tradicional.

“¿Y si esto solo es la narración en caliente de un momento feliz?”; con esa pregunta cierra Luna Miguel su obra, cuyas páginas son “un homenaje a las estirpe de escritoras que lo arriesgaron todo con sus propuestas literarias, y a las que yo quisiera seguir descubriendo durante mucho tiempo”. Que nadie busque grandes respuestas en estos libros: las autoras no pretenden darlas, y por eso Caliente y El fin del amor son dos textos lúcidos, valientes en su afán por problematizar aspectos dolorosos y complejos. Puede que para algunos no encontremos solución, pero ellas nos recuerdan que caminamos acompañadas.  “Vamos a construir formas de comunidad en las que nuestros afectos puedan existir con libertad”, propone Tamara Tenenbaum. “Vamos a intentarlo”.