El escritor Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) se sorprendió hace unos meses, cuando acudió a ver una exposición en Madrid sobre la fotografía y las ciudades, porque se percató de que a partir de los años 70 los niños habían desaparecido de las fotos de las calles. Durante décadas y siglos calles y plazas fueron el espacio donde los niños jugaban, se relacionaban entre ellos y creaban sus propios mundos. “Pero las calles”, comenta el autor, “fueron privatizadas y entregadas al tráfico y los niños desaparecieron de ellas a partir de esa época”.
“De hecho, los proyectos más innovadores en la actualidad pasan por redescubrir una ciudad en la que se pueda vivir en espacios públicos. Todo ello nos lleva a remarcar que la idea de progreso como un valor absoluto se está poniendo en tela de juicio. En todo progreso encontramos ganancias y pérdidas y sin nostalgias ni prejuicios podemos afirmar que, sin duda alguna, una de las pérdidas fue la autonomía del mundo infantil”. Muñoz Molina, uno de los escritores españoles más reconocidos por el público y por la crítica, acaba de publicar El miedo de los niños (Seix Barral), un cuento largo basado en su memoria de sus años de niñez y adolescencia en su Úbeda natal.
“Los miedos que yo recuerdo”, señala el escritor en una entrevista con elDiario.es, “tenían una gran fuerza narrativa y se referían, por ejemplo, a los tísicos de los que se decía que chupaban la sangre a los niños, a los casos de catalepsia o a canciones y leyendas que realmente inspiraban mucho terror”. En realidad eran metáforas de miedos verdaderos de la época pero pasados por el filtro de la fantasía. Por eso, según Muñoz, también estaba “el temor a contraer la poliomielitis, que había arrasado medio mundo, o como la traslación de angustias de los adultos que se filtraban hacia los más pequeños como la evocación de los miedos de la Guerra Civil. Sin olvidar, por supuesto, el miedo a los adultos depredadores y acosadores que está presente en tantas culturas y países con una figura como el hombre del saco”.
El miedo de los niños, un libro que incluye ilustraciones de María Rosa Aránega, narra la relación entre dos primos, uno de ellos poliomielítico, en un pueblo en los años 60 cuando todavía los pequeños podían disfrutar en la calle con juegos sencillos y a la vez muy elaborados e imaginativos. El autor de novelas como La noche de los tiempos o Tus pasos en la escalera rechaza que estos recuerdos signifiquen una idealización del pasado.
“Ni mucho menos idealizo esa época”, afirma, “porque era un mundo de pobres, donde muchos niños y niñas empezaban a trabajar en el campo, en los talleres o en las fábricas con apenas 10 o 12 años”. Añade que lo que sucedía en aquellas sociedades es que estaban fundamentadas en una muy necesaria transmisión oral que ahora se ha perdido y que por aquel entonces hacía que el conocimiento se transmitiera de abuelos a hijos y nietos. “Aquella oralidad estaba presente hasta en las películas, porque nos las contábamos de unos a otros. Esos recuerdos se graban con mucha fuerza en la memoria y debo reconocer que suponen una parte muy profunda de lo que soy y cómo soy”, considera.
Gran caminante, aficionado al ciclismo y activista contra el cambio climático, articulista de periódicos desde su juventud, académico de la RAE, cultivador de diversos géneros que van de la novela al ensayo pasando por el reportaje, Antonio Muñoz Molina reflexiona sobre el mundo de los niños en la actualidad desde su perspectiva de padre y abuelo. Así las cosas, se muestra muy satisfecho por el regreso de los niños a los colegios tras largos meses de confinamiento y opina que “los pequeños necesitan estar con gente de su edad”.
“Los adultos”, añade, “tenemos lógicamente otra sensibilidad y además tendemos a invadir el espacio infantil con clases de ballet, de inglés y con mil actividades. Pero los niños forman una tribu a la que los mayores debemos respetar y cuidar, pero nunca invadir. En ese sentido resulta muy enriquecedor el diálogo entre generaciones y el papel de los abuelos”.
Enfrentar narrativamente el confinamiento
El autor pasó todo el confinamiento en Madrid junto con su mujer, la escritora Elvira Lindo, y echa de menos la relación con su familia y sus amigos que nunca puede mantenerse igual, ni de lejos, con vídeo-conferencias. A pesar de la pandemia y de “la pesadumbre insidiosa y el sordo abatimiento que tienen que ver con el desconcierto ante la falta de expectativa de un final claro y cercano”, como escribió hace poco en un artículo, Antonio Muñoz Molina ha recibido con mucha alegría el premio Médicis a la mejor obra de ficción traducida en Francia. El galardón le ha sido otorgado por Un andar solitario entre la gente, una obra a medio camino entre la novela, el reportaje y el ensayo que reconstruye los pasos de los grandes caminantes urbanos de la literatura y del arte. “Después de España”, explica, “Francia es el país donde tengo más lectores desde hace muchos años. He tenido la suerte además de contar con muy buenos traductores y editores”.
En la estela de Un andar solitario entre la gente o de una obra anterior suya como Ventanas de Manhattan, este autor andaluz aborda la crisis de la pandemia con el espíritu de un observador muy atento. “Enfrentarse narrativamente”, argumenta el escritor, “a un presente tan complejo como el que vivimos supone todo un desafío. Por otra parte, todos aquellos que escribimos en los periódicos parece como si estuviéramos obligados a opinar. Si recordamos las primeras semanas de la pandemia y del confinamiento dio la impresión de que mucha gente tenía prisa por elaborar teorías”.
Sin embargo, Antonio Muñoz Molina no tiene intención por el momento de aprovechar la pandemia como material literario, aunque admite que todo es susceptible de alimentar la literatura. Actualmente trabaja en la revisión y edición de un libro de sus conferencias en el Museo del Prado el pasado año. No en vano, el escritor y periodista es también licenciado en Historia del Arte y un apasionado del estudio de la pintura y la escultura.
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