Victoria Lomasko (Moscú, 1978) descuelga la llamada en una enorme nave con un mural al fondo a medio pintar. Es la Philippe Vandenberg Foundation y está en Bélgica, lugar al que se exilió cuando empezó la guerra en Ucrania y abandonó Rusia cuando el hostigamiento se volvió insostenible. “En cuanto haga cualquier comentario en mis redes sociales, van a fijarse en mi trabajo y van a ver que durante más de diez años he sido opositora a Putin”, explica en ruso mientras el intérprete, Arnau Barios, traduce sus palabras. Insiste en hacerlo así porque quiere explayarse a gusto y al mismo tiempo ser muy precisa en sus ataques al presidente, algo que su inglés no le permite.
Durante los años anteriores, Lomasko ha mantenido un perfil bajo en Rusia. No estaba oficialmente censurada, pero pocos galeristas se atrevían a contar con ella. A nivel internacional cada vez le surgían más oportunidades, pero eso también se ha vuelto en su contra. Victoria es lo que su Gobierno llama una “agente extranjera”, un estatus peligroso desde que empezaron las sanciones en respuesta a la invasión. “Esa categoría te convierte automáticamente en un traidor nacional y en alguien a quien perseguir. Lo mejor que puedes hacer es irte antes de que te señalen”, asume la licenciada en Bellas Artes.
Ser agente extranjero como yo te convierte automáticamente en un traidor nacional y en alguien a quien perseguir
A nivel financiero tampoco le era asumible quedarse, puesto que todas las cuentas y tarjetas que recibían dinero de fuera están bloqueadas. “Tendría que haber buscado trabajo en Rusia y nunca me lo habrían dado. Lo primero que hacen en los procesos de selección es googlear tu nombre y conmigo les habría salido una caricatura de Putin, lo que es motivo para ir a juicio y pagar hasta con diez años de cárcel”, señala.
Algunas de las viñetas que le saldrían caras ante un tribunal aparecen en Otras Rusias (Godall Ediciones), una serie de reportajes gráficos que muestran la otra cara de un país de 146 millones de habitantes imposible de homogeneizar, y menos bajo la figura de su presidente. En diez años (de 2008 a 2016) ha dibujado a skinheads, trabajadoras sexuales, ultranacionalistas, esclavas, activistas LGTB o parajes de la Rusia vaciada. Ella está convencida de que la más problemática sería una ilustración de la colección En femenino, donde una viejecita pregunta: “¿Dónde puedo conseguir un kaláshnikov para matar a Putin?”. “La pinté enfrente de ella, en el momento, pero me podrían acusar a mí de provocación contra el presidente”, asegura.
Lomasko se toma su arte como un ejercicio cívico y periodístico: “Por principio, no dibujo a partir de fotos ni vídeos, y raramente hago cómics. Para mí es importante acabar mis composiciones en el mismo lugar de la escena, sintiendo el ritmo y la energía de lo que está ocurriendo”. Es una forma de acceder a donde las cámaras no son bienvenidas, como las habitaciones de trabajadoras sexuales, el interior de un reformatorio, el juicio contra un opositor o las manifestaciones de ultranacionalistas. También es la forma de arte más delicada en un país que controla a sus medios. “La censura se ha extendido de forma generalizada y la Iglesia ortodoxa rusa se ha fusionado con los aparatos del Estado”, afirma, y por eso hizo las maletas antes de que este libro la metiese en más aprietos.
La huida y la llegada
“Decidí irme porque mi país no solo se estaba convirtiendo en una dictadura, sino en una dictadura fascista, y si me quedaba me tendría que callar y eso significa estar de acuerdo con lo que pasa ahí”, cuenta. La alternativa al principio fue Kirguistán, un espacio postsoviético donde podía vivir y trabajar con pasaporte ruso. Pero finalmente le ofrecieron un visado en Bélgica que le caduca en unos meses y después del cual debe pedir asilo político en otro lugar.
Lomasko se siente atrapada entre dos fuegos. Primero, en el punto de mira de su país, donde se han quedado atrás muchos disidentes “que lo están pasando fatal”. Por el otro lado, agradece la hospitalidad de los ciudadanos europeos, pero no así la de sus organismos. La artista tiene una postura muy vehemente contra los boicots. “La prohibición sistemática de toda una cultura me parece horrible, a diferencia de las sanciones. Los ciudadanos las sufren, sí, pero la económica es la mejor manera de ir en contra de Putin y de apoyar a Ucrania”, compara.
Negarse a colaborar con personas mirando su pasaporte y no su postura es una vergüenza por parte de las instituciones occidentales
Ella misma ha sufrido esta rusofobia institucional: “Cada semana veo cómo me niegan proyectos en los que participar”. Por ejemplo, hace un mes tenía apalabrado un curso de pintura y sociología en la universidad de Manchester y estuvo a punto de ser cancelado por su nacionalidad. Al final, la universidad accedió a trasladar la consulta entre el alumnado y todos ellos apoyaron que siguiese adelante. También ha visto que el documental que rueda ahora mismo en Bélgica sobre su trabajo está perdiendo apoyos. “Parece que Putin vaya a darles una medalla por ir en contra de los opositores y los disidentes. Estará contentísimo de ver cómo nos cierran todas las puertas”, se lamenta.
“Negarse a colaborar con ciertas personas mirando su pasaporte y no su postura política me parece una vergüenza y un error absurdo. Todas las fuerzas antiputinistas deberían estar unidas”, pide. Basta con echar un vistazo al mural que está pintando en la nave belga, llena de interpretaciones violentas de la simbología y los eslóganes de la Rusia imperialista para darles “el significado contrario al que pretende Putin”. Esta difícil dualidad la ha reflejado el mítico dibujante de novelas gráficas y viñetista del New Yorker Joe Sacco en una tira inspirada en la vida de Victoria Lomasko como refugiada.
La dura decisión del opositor
“No puedo callarme mientras mi país inicia un ataque brutal contra otro”. Aunque la postura de Lomasko es abiertamente disidente, ella no es tan implacable con sus compatriotas como otros opositores. “Todos los ciudadanos rusos somos cómplices de los crímenes de Putin”, decía el cineasta Vitaly Mansky. “Es una decisión personal, no global. Hay que entender que cualquiera que tenga un trabajo ahora mismo en Rusia y se posicione en contra de la guerra, lo va a perder y no va a encontrarlo nunca más. Yo no estoy dispuesta a exigir heroísmo a nadie y no puedo culpar a personas que tienen hijos o están en una situación difícil de no ser lo suficientemente valientes”, defiende la artista.
“Los rusos que más asco me dan son los que estaban cerca del poder, podían haber frenado este horror y no lo hicieron. También odio a las instituciones rusas oficiales relacionadas con el arte, porque se han dedicado a censurar durante años todo lo que han podido. Pero no odio a la gente que vive en la miseria o en provincias. Para ellos la vida ya es suficientemente dura”, continúa.
Los rusos que más asco me dan son los que estaban cerca del poder, podían haber frenado este horror y no lo hicieron
De hecho, la obra Otras Rusias explora esos espacios en blanco de la supuesta “estabilidad putiniana”. Lo divide en dos: los Invisibles, que son las afueras de Moscú, donde los distintos grupos sociales están aislados los unos de los otros y no tienen acceso ni al ascensor social ni al espacio público; y los Airados, aquellos opositores que empezaron a manifestarse por miles desde 2012, desde las Pussy Riot a la protesta por las elecciones de 2012 supuestamente amañadas.
“Si Rusia fuera un país europeo, estas manifestaciones habrían conllevado un cambio de Gobierno o una reacción en el poder. Porque todos los opositores, por primera vez, se entendieron muy bien entre ellos. Pero como somos una medio dictadura asiática, terminó solo con represiones y juicios contra los organizadores”, compara. “Nuestra población nunca ha tenido acceso a unos derechos básicos que los europeos conocen desde hace tiempo y no se le puede exigir lo mismo”, expresa Lomasko.
Se ríe de comentarios como el de Boris Johnson, que se dirigió a la población rusa pidiéndoles que encontraran un VPN para evitar la censura de los medios de comunicación y que leyesen la información de verdad. “Tan solo el 20% de la población rusa tiene acceso a esa tecnología y en provincias directamente nadie. Para ellos la vida no es vida, es supervivencia. Su única preocupación es tener patatas para alimentar a sus hijos. Entiendo que no les interese informarse de la guerra”, defiende.
También critica a quienes, desde Occidente, les aferaron a ella y a otros opositores que no se manifiesten en contra de la guerra. “A la gente se la llevan directamente a la comisaría al salir del metro, no tienen tiempo ni de sacar la pancarta. Las redes sociales están llenas de vídeos en los que alguien saca un papel en blanco, un dibujo de una paloma de la paz o la novela de Tolstói Guerra y paz y lo detienen”, explica. Asegura que aunque saliesen 100.000 personas de forma pacífica a la calle no pararía la guerra, porque “la gente sabe que las autoridades están dispuestas a usar las armas”.
Respecto a las perspectivas después de la invasión, Lomasko no se muestra optimista: “Por desgracia, nuestra sociedad está muy dividida. Incluso existe la posibilidad de una guerra civil. Pero sin duda a la sociedad rusa le esperan un terremoto enorme y va a cambiar mucho su estado actual”.