La fortaleza de Hrad Orlů se encuentra en la región de Bohemia, de la antigua Checoslovaquia. Es una de las más sólidas a pesar de que nunca ha tenido importancia estratégica, lo cual tiene sentido para el cometido que persigue: no evita la entrada de algo, sino la salida de ese “algo”. Años después, en 1935, aquel castillo se ha transformado en un manicomio reconocido por todo el país por alojar a “Los Seis Demonios”, un grupo de homicidas dementes con un oscuro pasado. Hacia allí se dirige Viktor Kosárek, una joven promesa de la psiquiatría que intentará desentrañar los secretos de cada uno de esos asesinatos. No tiene ni idea de lo que le espera.
Nada de lo anterior es real, aunque sí que tiene mucho de verídico. Se trata del punto de partida de la novela El aspecto del diablo (Roca editorial), un thriller que deambula entre la realidad y la ficción hasta conformar un peliagudo relato con aires de pesadilla. Parte de culpa la tiene su ambientación, en medio de una Europa que se prepara para el estallido de la Segunda Guerra Mundial y que ya sufre las consecuencias sociales del inminente ascenso nazi.
También ayuda la minuciosa investigación de Craig Russell, su autor y antiguo agente de policía, para captar parte de los mitos y las costumbres que definieron a la Checoslovaquia rural de la época. Pocas cosas son más tenebrosas que una ficción con tintes de realidad. Es lo que ocurre con las grandes fábulas: no son ciertas, pero esconden una parte de verdad que nos hace verlas como creíbles.
De hecho, la imaginaria fortaleza de Hrad Orlů está basada en una amalgama de castillos bohemios, moravos y eslovacos reales, pero hay uno que destaca sobre todos ellos: el de Karlštejn, a unos 30 kilómetros de Praga. Hasta allí nos desplazamos con Russell dando los mismos pasos que Viktor, el personaje de su novela, para llegar al siniestro manicomio en el que se confinaba la locura y la maldad.
“Me encanta meterme en el mundo en el que se ambienta la novela. Por eso me fascina escribir al mismo tiempo que me documento”, explica el autor a este periódico. Se define como un “escritor del método”, en referencia a los actores que necesitan sumergirse en su personaje durante un tiempo para interpretar un papel. En este caso, Russell ha hecho lo mismo con la cultura y el mundo en el que se narran sus historias. Todo el proceso, según éste, le ha llevado unos nueve meses. “Es casi como mi bebé”, bromea.
Tras subir la colina que lleva al Karlštejn, entre la maleza y las tejas naranjas de los edificios, se vislumbran las torres puntiagudas de estilo gótico construidas en 1348. Amenazan al caminante, como advirtiendo de que las visitas no son bienvenidas, pero Russell continúa guiando el camino hacia el lugar en el que la novela empezó a tomar forma.
Este sitio es en la sala en la que el emperador Carlos IV concedía audiencia a sus súbditos. Se trata de un pequeño habitáculo con un trono en medio de dos grandes ventanales, de tal forma que quien se sienta queda en la penumbra y puede ver totalmente iluminado los rostros de los demás. “Imaginé al rey sentado allí, contemplando cada pequeña expresión de las caras de sus plebeyos. La gente miraría a esa sombra como quien lo hace al mismísimo demonio”, apunta el escritor sobre el instante en el que Hrad Orlů se terminó de dibujar en su cabeza. No en vano, un policía de la novela organiza su despacho de la misma forma que el rey de Bohemia.
Media docena de demonios
Pero no solo de ambientación bebe la novela de Russell. Al igual que en películas como Shutter Island, el relato se va construyendo en torno a una serie de personajes, al principio mostrados como enemigos y bajo simples etiquetas, que poco a poco irán revelando su profunda identidad. Y ese es uno de los grandes valores de este thriller: que nos hace empatizar incluso con el asesino más sanguinario.
Los Seis Demonios nos son presentados a medida que Viktor les suministra drogas para reducir el control del ego y ahondar en lo más profundo de sus mentes a través de entrevistas, de forma similar a lo que ocurre en la serie Mindhunter. “Viktor emplea la narcosíntesis porque se ve a sí mismo un pionero y el líder de esa revolución es Carl Jung. Para mí era muy interesante explorar ese momento, en el cual empezamos a buscar otros métodos que pasaban por intentar comprender en lugar de encerrar a las personas con problemas mentales”, explica Russell.
Esta es la forma en la que el lector empieza a descubrir a personajes como Hedvika Valentová, apodada como “la vegetariana”. Es una mujer extremadamente delgada, de unos cuarenta años y con pinta de inofensiva. Como una persona más que podríamos cruzarnos por la calle. Sin embargo, no tuvo reparo en agarrar un lápiz y utilizarlo para arrancarle el ojo a uno de los doctores que la trataban. Ni siquiera la regla de no introducir objetos posibles de ser utilizados como arma pudo impedir que el médico acabara gritando de dolor.
“A veces escribía cosas del libro que luego me sorprendía mucho leer… ¿Cómo ha podido salir esto de mi mente? El libro es el medio, pero mi inconsciente está ahí y resulta un poco perturbador”, comenta Craig sorprendido.
La ola del fascismo en Checoslovaquia
Este viaje por los recovecos de la maldad se apoya en un contexto político y social en el que no había espacio para los grises. O se estaba a favor o en contra de lo que representaba el nazismo, ideología que cada vez emergía con más fuerza en el país germano. La ola expansiva llegó a Checoslovaquia, como demuestra la formación del Partido Alemán de los Sudetes que buscaba romper el país para integrarlo a la Alemania nazi.
Como se puede comprobar en la novela de Russell, esto generó un clima dividido entre el miedo y el odio que estaba presente en todos lados. En cada barrio, en cada casa y en cada bar aspectos como la misoginia o la xenofobia se encontraban a la orden del día. Y ahora, con la representación de la extrema derecha en España y en gran parte de Europa, ¿hay razones para preocuparse?
“Siempre que escribo del pasado hay algún elemento del presente. Para mí ha sido un gran shock comprobar la situación actual de la extrema derecha y del populismo. Creía que nunca los vería volver”, lamenta el autor. Continúa diciendo que “lo realmente preocupante” es observar cómo “gente razonable y no extremista puede verse atrapada en este tipo de ideas”. Porque, como refleja la historia, puede que el rostro del diablo tenga más rasgos humanos de lo que nos gustaría aceptar.