“Tú nunca te has enamorado”. Es una de las afirmaciones que Aura García-Junco (Ciudad de México, 1988) escucha constantemente tras explicar algo que suele ser más traumático para sus interlocutores que para sus parejas: “Tengo una relación abierta”. Harta de escuchar lo mismo una y otra vez, la autora mexicana decidió adentrarse en ese tema inevitable y universal que es el amor. No para defenderse de quienes no conciben las relaciones sexoafectivas fuera de la monogamia, sino para seguir problematizando y dudando, como bien indica el título del ensayo que ahora publica en España con Seix Barral: El día que aprendí que no sé amar.
“Empecé a escribir sin saber que iba a escribir un libro, más bien terminé una relación muy larga y empecé a platicar con gente a mi alrededor”, explica García-Junco, sentada un sábado por la mañana en la cafetería del Fondo de Cultura Económica de la colonia Condesa, en Ciudad de México. Entonces, sucedió la anécdota con la que abre el ensayo, un encuentro en el que otra mujer cuestionaba que supiera amar por el hecho de tener una relación abierta: “Esa anécdota se quedó conmigo, me hacía preguntarme si estaba haciendo algo mal y por qué le causaba tanta furia, por qué esa reacción tan visceral. No era la primera vez que me ocurría”. Durante tres años siguió manteniendo conversaciones y leyendo sobre el tema, hasta que los fragmentos donde se preguntaba por su “propio manual para amar” se convirtieron en capítulos y los capítulos, en su primer ensayo.
Previamente, García-Junco había publicado la novela Anticitera, artefacto dentado (Tierra adentro, 2019), además del fragmento de otra novela que saldrá el próximo año, incluido en la antología Los narradores jóvenes en español II de la Revista Granta, una selección de 25 autores que aparece cada década y de la que García-Junco forma parte junto a voces como las de Cristina Morales, Andrea Abreu, Mónica Ojeda, Munir Hachemi o Alejandro Morellón. El suyo es uno de los cuatro nombres mexicanos de la lista, en la que también aparecen Andrea Chapela, Aniela Rodríguez y Mateo García-Elizondo.
De Ovidio a Brigitte Vasallo
La formación en letras clásicas de la autora queda patente en las referencias del ensayo, que incluye varios pasajes con palabras tachadas del Ars amatoria de Ovidio. “Para mí era interesante ver cómo un libro de 2.000 años de antigüedad tiene vigencia en nuestro mundo, por los motivos más negativos”, asegura. “Pero Ovidio también es uno de mis poetas favoritos”, dice. Por eso, El día que aprendí que no sé amar contiene un epílogo en el que la autora escribe una carta de amor al autor de La metamorfosis. “Esa carta forma parte del mismo diálogo que hay actualmente en cuanto a las tensiones ideológicas de leer el pasado desde el presente. Es una pregunta abierta y que nadie sabe bien cómo contestar; yo tampoco, pero siento que no tiene sentido juzgar el pasado desde el paradigma del presente, hay que comprender la complejidad de los diferentes contextos”, relata.
“Tener perspectiva histórica ayuda a pensar en que hay una gran presión para que las cosas no cambien y que, por otro lado, siempre van a cambiar”, sostiene, y, por eso, en el libro conviven perfectamente fragmentos de Ovidio con el uso del lenguaje inclusivo. El día que aprendí que no sé amar ya lleva meses de recorrido en México, y la autora ha tenido encuentros con sus lectores. “Varias personas se han dado cuenta de que el lenguaje inclusivo no muerde, de que no se te caen los ojos por leer en lenguaje inclusivo”, asegura, rememorando diálogos con lectores de más de cincuenta años. “Creo que quienes están en otro grupo de edad son los que encuentran una confrontación más dura con los temas del ensayo. Tuve algunas experiencias duras en círculos de lectura, pero, en general, han sido diálogos muy positivos, ha sido una sorpresa”, apunta.
Para comprender el presente, García-Junco recurre a pensadoras contemporáneas como Eva Illouz, Sara Ahmed, Luciana Peker y Brigritte Vasallo, o al filósofo Paul B. Preciado. Por las referencias y temática del libro, El día que aprendí que no sé amar podría formar un tríptico con dos obras publicadas en 2021: una es El fin del amor, de la argentina Tamara Tenenbaum (Seix Barral), y la otra Caliente (Lumen), de Luna Miguel. Sus autoras, de la misma generación que García-Junco, comparten preocupaciones y una mirada reflexiva que invita al lector a deshacer y cuestionar ciertos dogmas: Miguel entrelaza referencias literarias con sus propias experiencias relacionales para preguntarse por el deseo y la monogamia; Tenenbaum esboza una mirada antropológica sobre las relaciones actuales tras pasar parte de su vida en una comunidad judía ortodoxa.
Al igual que Miguel y Tenenbaum, García-Junco parte explícitamente de un contexto. Puede que el amor sea universal, pero no la forma de vivirlo, atravesada por el género, la cultura, la colonialidad y la clase social. La autora es consciente de ello y lo deja por escrito al inicio: “En estas páginas lo único que pretendo es hacer un acercamiento a la manera en que nos relacionamos en la actualidad en algunos sectores de clase media urbana en México, hasta donde me es posible ver, con todos mis puntos ciegos y limitaciones”. “Por más cuidadosa que trato de ser, a veces el clasismo se me cuela (...) También es un análisis cis y heterosexual”, dice.
“Creo que ese punto de conocimiento situado es superimportante; si no, corres el riesgo de crear literatura que se pretende universal”, apunta García-Junco. “Hay una tradición de hablar sobre amor que sí pretende serlo, y me parece muy cuestionable”, opina. Aunque leyó a autoras indígenas y a feministas latinoamericanas mientras escribía El día que aprendí que no sé amar, es consciente de que muchas de las referencias son europeas y anglosajonas, lo que le lleva a cuestionarse la colonización epistémica. “Si volviera a escribir el ensayo, matizaría algunos aspectos con respecto a la realidad de México e incluiría a autoras como Silvia Rivera Cusicanqui; a veces cuesta trabajo ver cuánto calcamos e importamos de las teorías anglo. Pero parte de lo latinoamericano en el libro está en mi propia experiencia”, explica.
Además de abordar aspectos como el privilegio racial y el poder de la culpa católica en México, García-Junco da cuenta en varios pasajes sobre sus vivencias relativas a la no monogamia, que trata desde una perspectiva crítica. “Siento que sigue siendo un tema polémico en todas partes, incluso en los círculos feministas. Muchos prejuicios, traumas y mandatos de género también cristalizan ahí”, dice. Por eso, no duda en escribir que “la no monogamia puede ser una fuente enorme de alegrías pero también de abusos e irresponsabilidades(...). Es más poliamoroso tener amistades fuertes, vínculos de reciprocidad con los vecinos, que usar y desechar corporalidades”.
El día que aprendí que no sé amar es lo contrario a un manual de instrucciones: funciona más bien como una invitación a seguir problematizando y resignificando el amor desde la empatía y la vulnerabilidad, “sin estar obligada a la coherencia total: eso no existe”. “Para quienes tengan cierto bagaje en el tema, este libro no va a descubrir nada nuevo, hay muchas preguntas que ya nos habíamos hecho”, concluye García-Junco. “Pero lo que me gusta de los libros es que nunca llegan a gente igual a ti”, dice. Pese a su cariño por Ovidio, el ensayo sí que termina con un alegato: “Larga muerte a reproducir los mismos patrones opresivos que hace dos mil años”.