Constantino Bértolo: “Propondría una ley para que los autores escriban los libros que quieran pero solo publiquen tres”
En 1982, Ediciones Generales Anaya puso en marcha la colección Tus Libros. Se trataba de una selección de títulos de la literatura universal destinada al público infantil que incluía un apéndice final con información extendida sobre la obra. Estos textos añadidos indagaban en la biografía del autor, el contexto histórico y cultural en el que fue escrita, un estudio del lenguaje y los elementos narrativos destacados. Es decir, un recurso del que los lectores desubicados pudieran echar mano para entender mejor lo que estaban leyendo. El proyecto era ambicioso: a la altura de 1997 ya se habían publicado los cien primeros títulos con sus correspondientes apéndices. Estos textos estaban elaborados por un equipo de colaboradores coordinado por Juan José Millás, que acababa de publicar su segunda novela, Visión del ahogado, cuando recibió el encargo.
Constantino Bértolo formó parte del conjunto de escritores reclutados por Millás desde el arranque de la colección hasta el año 2000. El conocido escritor, crítico y director de sellos literarios como Debate y Caballo de Troya, se encargó de elaborar diecinueve de esos apéndices además de una Introducción a la literatura de terror. En sus textos siguió la estructura indicada por Anaya, pero con su sello personal, como no podía ser de otra manera en su caso. Ahora, la editorial Uña rota los ha recogido en el volumen Espía en país enemigo que incluye una introducción de nuevo cuño titulada Una ‘apendicitis’ literaria en la que el autor explica el porqué de sus textos. Un apéndice a los apéndices.
Entre los libros que le tocó completar se encuentran clásicos como La máquina del tiempo de H.G.Wells, El Chancellor de Julio Verne, Drácula de Bram Stoker o Mujercitas de Luisa May Alcott. Por ejemplo, de esta última autora escribió: “Quizá su lugar en la jerarquía literaria no deba estar mucho más allá, pero ciertamente parece injusto que quien dio luz a un libro de tantas resonancias no reciba una atención cordial y respetuosa”, mientras que de H. G. Wells dijo: “Es una prueba histórica de que se puede vivir mirando a las estrellas, y al tiempo tener bien asentados los pies sobre la tierra”.
¿En qué momento decide reunir estos apéndices y convertirlos en un libro? Dejan así de ser apéndices para convertirse en la obra principal.
La iniciativa de recoger y editar estos textos proviene del editor [Carlos Rod] quien recordaba haberlos leído con agrado e interés en su adolescencia. Personalmente le agradezco que se haya jugado sus capitales y criterios al decidir su publicación. Confío en que no sean causa de ruina o desprestigio.
¿A quién está dirigido este libro? Los textos inicialmente eran para jóvenes pero al recogerse en un solo volumen su carácter puede haber cambiado.
Aunque aparecieron en una colección dirigida a la juventud creo que hoy el libro podría servir como orientación de lecturas para un público más amplio desde adolescentes a jóvenes de 60 o 70 años. Alguien ha dicho que en los tiempos actuales la adolescencia se prolonga en demasía. Si así fuere el libro podría servir como guía de viajes literarios
Comenta en la introducción que hay posturas enfrentadas en el mundo de la pedagogía acerca del beneficio o daño del apéndice. Entiendo que usted está de la parte de los que opinan que son beneficiosos pero, ¿tuvo la duda cuando le plantearon el trabajo para Tus Libros?
Pues sí, tuve muchas dudas y fue motivo de discusión con el equipo editorial del proyecto. Personalmente siempre he estado en contra de aquellos prólogos o introducciones que asaltan e invaden a priori las lecturas. Creo que el lector o la lectora debe leer ‘libremente’ sin pautas pedagógicas previas si bien me parece, a la vez inevitable, que ya antes de empezar a leer un libro lo usual es que ya tengamos informaciones sobre él que actúan sobre el proceso de lectura bien porque hayamos leído algún comentario o porque alguien nos haya hablado sobre él.
No creo que exista al respecto lectura pura o inocente. El proceso a través del cual un libro llega hasta nosotros ya forma parte de ese proceso de lectura al igual que el nombre del autor o de la editorial. Entiendo que la decisión que se tomó en su momento para que estos textos aparecieran al final de los libros evitaba ‘el adoctrinamiento literario’, pero al tiempo facilitaba los saberes y placeres que la pedagogía literaria puede vehicular. En el saber también se encuentra gozo y deleite intelectual.
No creo que exista al respecto lectura pura o inocente. La forma en la que un libro llega hasta nosotros ya forma parte de ese proceso de lectura al igual que el nombre del autor o de la editorial
De todos los apéndices que escribió ¿Con cuál disfrutó más? ¿Cuál le pareció más necesario?
Disfruté muy especialmente con el apéndice de Papel mojado de Juan José Millás pues por entonces estaba muy cercano a su obra en marcha. Encontrar el hilo subterráneo que hilvana narrativamente una obra como Crimen y castigo supuso un momento de fuerte y placentero trabajo intelectual y la singular y arriesgada propuesta que pude llevar a cabo para Los asesinos de Midas de Jack London todavía hoy la entiendo como ejemplo de un comentario en el que la crítica deviene en texto literario próximo a la lectura como acto de la imaginación.
¿De qué otras obras le gustaría haber escrito un apéndice?
Me quedaron las ganas de escribir un apéndice de algún libro de poesía como Poeta en Nueva York de Lorca o Descripción de la mentira de Antonio Gamoneda. También me hubiera gustado proponer una lectura rigurosa y exenta de prejuicios literarios de la novela Cemento de Fedor Gladkov, una magnífica obra muy representativa del tan denostado y poco leído realismo socialista.
¿Cuál es la parte de los apéndices (época, autor, obra) qué más le gustó escribir?
Sin duda la centrada en la obra. Ir dando cuenta de sus perfiles retóricos, de las líneas de fuerza en la que la trama se reparte y el argumento se argumenta es una tarea muy apasionante. Sopesar la construcción de los personajes, observar las partes de silencio que el narrador no aborda a la hora de darlos a conocer resulta una meditación muy grata. Siempre me ha gustado estimar y valorar tanto lo que el texto manifiesta como lo que oculta.
Es muy crítico con la industria editorial, supongo que porque la conoce bien. En una entrevista con Juan Cruz, en 2022, comentó que se escriben demasiados libros. ¿Sigue pensando lo mismo? Acaba de publicar uno.
Sin duda que el turbocapitalismo en el que nos movemos provoca la proliferación de mercancías y bien podría hablarse de saturación. Está claro que la oferta de títulos parece sobrepasar nuestra capacidad ya no solo para conocer todo lo que el mercado ofrece sino también, y esto es más grave, para poder valorar de manera adecuada esa inmensa masa de novedades que nos desbordan y nos dejan en manos de lo que podemos llamar ‘los medios de producción de la necesidad de leer. Un medio como este donde tiene lugar esta entrevista.
Discernir, en medio de este maremágnum de títulos, cuáles serían ‘los libros necesarios’ es sin duda muy complejo. Habría que tener en cuenta el ‘necesario para qué’ y el ‘necesario para quienes’. Dos preguntas que los medios de comunicación cultural estarían a mi entender obligados a asumir al igual que todo editor, el de este libro incluído, también debería de poder responder a ambas preguntas. Responder para ser responsables.
A modo de boutade, añadiría siempre he pensado que si formara parte como ministro de Cultura de un gobierno razonable, propondría una ley según la cual los autores y autoras podrían escribir todos los libros que quisieran pero solo tendrían derecho a publicar tres.
Si formara parte como ministro de Cultura de un gobierno razonable, propondría una ley según la cual los autores y autoras podrían escribir todos los libros que quisieran pero solo tendrían derecho a publicar tres
La colección Tus Libros estaba llamada a dejar huella y memoria en lo que a literatura infantil se refiere. ¿Lo consiguió? ¿Sigue estando vigente a día de hoy?
Bueno, por los comentarios que entonces despertó y que todavía hoy me recuerdan, diría que fue una colección que engendró afición. En la actualidad me parece casi imposible una iniciativa semejante, ya no solo porque los caminos de la literatura juvenil se han alejado del mudo de los clásicos sino porque el gesto pedagógico que aquellos apéndices suponían hoy resultaría poco aceptable. Vivimos en tiempos en los que cualquier tipo de autoridad es cuestionada y la crítica, en cuanto conlleva pretensión de autoridad, se mueve mayoritariamente en el terreno del mero impresionismo, del I like, tan presente en las redes sociales.
Usted que tiene experiencia en el tema, ¿ha pensado alguna vez que un libro necesitaría un apéndice después de haberlo leído?
Sí, creo que, por ejemplo, un libro tan fundamental como El Capital de Karl Marx necesitaría un buen apéndice donde se situase la obra en el contexto histórico que le dio potencia, persistencia y sentido.
Carlos Rod al habla.
Carlos Rod, editor de Uña Rota, se ha tomado al pie de la letra la ‘sugerencia’ de Bértolo cuando dice “todo editor, el de este libro incluido, también debería de poder responder a ambas preguntas” y ha decidido hacerlo. Esto es lo que tiene que decir:
“Necesario para qué y necesario para quién”. Estas dos preguntas son casi inevitables, y en una editorial de las características de la nuestra han de surgir en diferentes momentos del proceso de edición. Para qué, para quién. Y me temo que también nos planteamos otras. ¿Merece la pena invertir en este libro? Esto es, dicho así, crudamente, ¿este libro es invertible? Y ante estas preguntas siempre se exige respuestas, y en estas respuestas la editorial se la juega. ¿Qué pasaría si no se publica? Desde mi punto de vista, un libro es un motivo de conversación.
En el libro que aquí nos ocupa, Espía en un país enemigo, esta conversación se inició antes de tomar la decisión siquiera de publicarlo, cuando sobre 2015 empecé a sacar de la biblioteca títulos de la colección Tus Libros de Anaya, que conocía de cuando era adolescente. Ahí descubrí que varios de sus apéndices que los acompañan estaban firmados por Constantino Bértolo. Y conforme iba leyéndolos, lo primero que pensé fue que esos textos siguen vigentes, a pesar de estar escritos en los años ochenta y noventa. Ya solo este parecer fue motivo de conversación con dos amigos, a los que pasé algunos de los apéndices de Constantino.
Uno de ellos me llamó especialmente la atención, el apéndice relativo a El agente secreto de Conrad, donde se lee lo siguiente: “La pregunta que ordena y da sentido a la lectura es precisamente esa: ¿Qué se nos está contando con lo que se nos cuenta?”. Como lector la recibí como una revelación. El caso es que en el conjunto de estos apéndices, Constantino se construye como lector y como crítico y nos ofrece una metodología para comentar textos literarios. El “necesario para qué” está claro. En cuanto al “necesario para quiénes”, como dijo mi amigo Rafael, tal vez también a modo de boutade, este libro lo debería haber leído el mismísimo Derrida.
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