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Dos décadas hablando de vaginas para acabar con el 'ahí abajo'

Representación teatral de 'Monólogos de la vagina'

Mina López / Mina López

Eve Ensler publicó sus Monólogos de la vagina en 1998 con la editorial Villard Books, perteneciente a Random House Mondadori. Ahora, coincidiendo con su vigésimo aniversario, Ediciones B ha vuelto a ponerlo en el mercado añadiendo una nueva aportación a la larga lista de ediciones de un libro que se ha convertido en uno de los más insignes del feminismo.

Su recorrido comenzó realmente en 1996, cuando la autora se subió a los escenarios de Nueva York para representar esos testimonios basados en sus entrevistas a las 200 mujeres que estuvieron dispuestas a hablar de sus vaginas. Algo nada fácil en su momento: el término resultaba violento, vergonzoso, peyorativo. Y Ensler quiso que las mujeres volviesen a hacerlo suyo para reivindicarlo. De hecho, lo repite 128 veces en la obra, traducida a más de 48 idiomas.

La autora, que ya tenía un largo recorrido como activista feminista, viajó a Bosnia durante la guerra de principios de la década de los 90 y volvió traumatizada después de descubrir que la violación a las mujeres era una táctica de combate más. Ella misma había sido agredida sexualmente durante la infancia y cuando empezó a reflexionar sobre dichas experiencias reparó en ese rechazo que existía hacia la palabra.

Como explica Gloria Steinem en el prólogo: “Yo pertenezco a la generación del 'ahí abajo'. Es decir, ésas eran las palabras pronunciadas rara vez y en voz baja que las mujeres de mi familia usaban para referirse a todos los genitales femeninos, ya fuesen internos o externos”.

Ensler habló con muchos tipos de mujeres: jóvenes, ejecutivas, ancianas, latinas, asiáticas, europeas, casadas, solteras, afroamericanas o judías, entre otras. Con sus testimonios -y el suyo propio- elaboró una serie de discursos temáticos en primera persona que tratan temas con el vello púbico, la dificultad para verse la vagina, la menstruación o el olor. Casi todos en clave de humor y sinceridad.

La actriz Maite Merino fue la primera en traer la obra a los teatros españoles. Según cuenta por teléfono a este medio, en 1999 estaba pasando una semana en Londres y vio la actuación de Eve Ensler anunciada en la guía del ocio. “Por supuesto, me llamó la atención el título. Cuando la vi me quedé impresionada, tanto por sus dotes como actriz como por el texto”, afirma.

Continúa diciendo que, aunque su nivel de inglés no es muy alto, quedó impactada por la reacción del público. “Era un lugar pequeño y la gente estaba sentada alrededor de mesitas con sus cervezas o copas, muy cerca unos de otros”, detalla la intérprete sobre un lugar desde el que pudo “ver a señores congestionados, risas muy nerviosas, carcajadas de morirse que se quedaban congeladas, porque se pasaba de la comedia al drama en un segundo”.

Allí mismo le compró el libro y le pidió el contacto de su agente. Al volver a España, le pasó el texto a sus conocidas y al observar sus reacciones decidió subirlo a las tablas del país tras encargarle la traducción a Víctor Crémer, que por entonces solía trabajar con obras de autores anglosajones y que ya había colaborado con Merino en una producción anterior. “La autora aceptó la versión en castellano del texto publicado por Villard Books y conseguí los derechos de la obra en español y territorio español”, aclara. 

Lograr representarla fue difícil ya que, según el testimonio de Merino, ningún teatro quería programar una obra con la palabra “vagina” en el título. Finalmente, en septiembre del año 2000 hubo uno que sí decidió apostar por ella: el teatro Alfil, dirigida por Antonia García junto a dos actrices para darle mayor movilidad. “Antonia realizó un trabajo precioso de puesta en escena escogiendo unas magníficas composiciones cantadas por grandes voces femeninas del jazz”, considera. 

Su producción estuvo en cartelera durante nueve años, con 1.600 representaciones. Merino actuó en todas, acompañada por diferentes actrices como Magda Broto, Ione Irazábal , Paloma Catalán, Fanny Condado y Mª José Gil.

¿Qué pasaría si se publicase hoy?

“No tendría ese choque del lenguaje, porque ya no nos dan tanto miedo las palabras, pero el significado de la palabra vagina sigue dando miedo. Hay muros muy altos que hay que derribar”. Algunos de esos muros, sostiene la productora y actriz, son las religiones, que “todavía siguen ahí”. Por ello, cree que igual la palabra vagina no desconcierta tanto, pero que “el fondo y el contenido de la obra, pues tampoco se ha avanzado mucho”, algo que menciona refiriéndose solo “a países occidentales”.

La crítica más sonada que se le ha hecho es acerca de su inclusividad. La obra también es el manifiesto fundacional de un movimiento mundial en contra de la violencia de género que el 14 de febrero celebra el V-Day (Valentín, victoria y vagina). Entre el 1 de febrero y el 8 de marzo, las Vagina Warriors (voluntarias) representan los soliloquios de Ensler por todo el mundo para recaudar fondos destinados a la lucha contra la violencia machista.

En 2015, un grupo de estudiantes de la escuela de artes femenina Mount Holyoke College, en Estados Unidos, decidieron acabar con la tradición del V-Day argumentando que la obra no tiene en cuenta a las personas transgénero o de color. “Ofrece una perspectiva demasiado limitada de lo que significa ser mujer”, según el grupo de teatro del centro educativo.

Ensler contestó en The Guardian al respecto que nunca tuvo la intención de “escribir una obra sobre lo que significa ser mujer, no es lo que pretenden ser los monólogos”. Por el contrario, se trataría de “una obra de teatro sobre lo que significa tener una vagina”. La autora indica que nunca dijo, por ejemplo, “que la definición de mujer es alguien que tiene vagina”, lo cual cree que es “una distinción realmente importante”.

Actualmente hay más de 7.500 millones de personas viviendo en la Tierra, de los cuales prácticamente el 50% tienen vagina. Solo por eso son vulnerables a sufrir violencia de tipo sexual, entre otras. Por ello, que la palabra vagina siga haciéndose visible y reivindicándose parece indispensable.

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