Elena Medel: “Estoy acostumbrada a la autoexplotación y el cansancio, pero no solo soy yo, es todo mi círculo”
Las maravillas es la historia de Alicia y María: dos mujeres muy distintas pero cuyas vidas parecen reflejarse la una en la otra. Ambas abandonan Córdoba para trabajar en Madrid, ambas se enfrentan a la precariedad día a día, a la vida en barrios de clase obrera, a la incomprensión masculina y la búsqueda de un espacio vital propio. Las separan unas calles y treinta años de historia.
Las maravillas (Anagrama) es también la primera novela de ficción de Elena Medel y uno de los debuts literarios más esperados del año. No en vano, ya se encuentra en proceso de traducción al alemán, el inglés, el griego y el neerlandés a pesar de llevar escasas dos semanas en librerías. Medel es uno de los nombres propios más destacados de la poesía española actual. Como los personajes de su primera novela, nació en Córdoba pero reside en Madrid. Es autora de los libros de poesía Mi primer bikini (Dvd Ediciones), Tara (Dvd Ediciones) y Chatterton (Visor), tres volúmenes reunidos en Un día negro en una casa de mentira (Visor). Entre otros galardones, ha obtenido el XXVI Premio Loewe a la Creación Joven y el Premio Fundación Princesa de Girona 2016 en la categoría de Artes y Letras. También es autora de los ensayos El mundo mago (Ariel) sobre la vida y el pensamiento de Antonio Machado y Todo lo que hay que saber sobre poesía (Ariel) y dirige la editorial La Bella Varsovia.
De hecho, cuando decimos que esta es su primera novela, realmente lo que estamos diciendo es que es su primera novela publicada. Guarda otras tres en un cajón, impublicables según ella, pero que necesitaba escribir para llegar hasta lo que hoy es una de las novelas más importantes del año.
¿Cómo nace esta novela? ¿Cómo fue pasar del ámbito de la poesía y la edición a la escritura de ficción?
El origen de todo esto diría que es un capítulo del libro titulado 'El Reino'. Es el capítulo en el que aparece el personaje de Alicia por primera vez. En las tres novelas anteriores que tengo escritas, pero que están inéditas, Alicia ya aparecía aunque era un personaje secundario. Estas tres novelas anteriores tenían muchísimos fallos y flaquezas, y uno de esos era que este personaje secundario terminaba comiéndose la trama y devorando al resto de personajes. Y hubo un momento en el que me pregunté por qué me interesaba tanto Alicia. Y empecé a pensar sobre ella. Entonces escribí ese capítulo y surgió, digamos, ese hilo del que seguir tirando. Me pregunté qué había de la vida de Alicia, quién había sido su madre, su abuela... Empiezo a preguntarme el por qué de su carácter. Y ese interrogante que ella misma se hace de “¿la muerte de mi padre me ha convertido en la persona que soy, o yo era antes así?”
¿La estructura de alternar la voz narrativa entre Alicia y María siempre formó parte de la novela? ¿Cómo trabajó el aspecto formal de Las maravillas?
Me gustaba contraponer la visión que cada una tiene de la realidad, e ir avanzando en la construcción de esa tercera protagonista, que está pero no está, que es Carmen [madre de Alicia]. Una presencia casi fantasmal. Interrogándome sobre ella a través de María y Alicia iba construyendo algo que me interesaba mucho. Si ves a Carmen desde el punto de vista de María, es una víctima, alguien privado de crecer con su madre, que ha vivido con esa ausencia y la sensación de abandono… sin embargo si la miras como lo hace Alicia de repente es una villana, alguien que con su ambición y hambre de dinero ha destruido a su familia.
También hay una diferencia de perspectiva respecto a la clase social. Hay un momento en el que Alicia afirma que si algo llegó a admirar de su madre fue cómo se deshizo del traje de 'nueva rica' cuando su padre se suicidó.
¡Claro! Es que Alicia está educada en el desclasamiento. Carmen ha vivido la pobreza en su infancia, las estrecheces. Así que cuando lo pierde todo por el suicidio y las deudas de su marido, en el fondo, sabe que el lugar al que vuelve es el lugar al que pertenece. Un lugar del que salió por un golpe de suerte y mucho de terrible ingeniería económica. Pero en el caso de Alicia creció en esa riqueza casi exhibicionista de la España de los noventa.
En determinadas ocasiones, Alicia se repite a sí misma que la vida que tiene no le gusta pero le entretiene. ¿Cree que nuestro sistema siempre encuentra alguna forma de entretenernos para no tener que enfrentar situaciones de precariedad que nos desagradan?
Sí, sí, además es que no tienes tiempo ni a pensar, ¿no? Muchas veces nuestros ritmos de vida nos llevan a querer hacer algo que nos impida pensar. Algo que nos permita pasar el rato sin reflexionar demasiado. En el caso de Alicia es así. Ella asume que la vida que habían diseñado para ella no va a suceder y que no puede hacer nada para cambiarlo, así que desde adolescente apuesta por cierto entretenimiento que es muy íntimo y muy cruel con los demás.
Pero al mismo tiempo con Alicia me interesaba tratar las tesis de Eva Illouz sobre el capitalismo emocional y la precariedad. Es algo que me interesa mucho y para mí fue muy importante en mi anterior libro, Chatterton, que era un libro de poesía en el que hablaba de precariedad laboral y económica pero también de la emocional. Me refiero a esa sensación de que somos lo que valemos. El personaje de Alicia está construido sobre esa idea: está con su pareja porque es un salvavidas económico. En cambio, su pareja se cree con el derecho de pedirle más porque vive en un piso que es suyo y tiene trabajo gracias a él. Entonces se plantea eso de “vas a tener que darme algo más si quieres esta vida”. Es decir, plantea su relación como una transacción.
María y Alicia viven la precariedad pero la viven de una forma distinta a sus parejas, a Nando o Pedro [parejas de las protagonistas en la novela]. ¿Cree que género y pobreza siguen siendo categorías clave para comprender la precariedad contemporánea?
Por supuesto, está clarísimo. La novela está atravesada por esa idea. No se podría escribir esta novela si estuviese protagonizada por esos personajes masculinos que mencionas, como no podría desarrollarse igual si la acción, por ejemplo, tuviese lugar en sitios con rentas altas en lugar de trascurrir en barrios obreros.
Pensaba también no hace mucho en toda la reflexión que hay en la novela respecto a los cuidados. Por supuesto hay excepciones, pero habitualmente cuando alguien enferma en una familia los cuidados recaen en las mujeres. Y si esos cuidados no se pueden asumir o hay dinero para que los asuma otra persona, entonces también se encarga habitualmente una mujer. Alguien a quien se le paga. Los oficios relacionados con los cuidados son eminentemente femeninos y precarios.
En El entusiasmo (Anagrama), Remedios Zafra defendía que la precariedad se sufre especialmente en las industrias creativas. Y que es doblemente grave si se es mujer. A lo largo de su carrera como editora y escritora: ¿se ha enfrentado a esta precariedad?
Sí, continuamente. Ahora mismo, de hecho. No he vivido ninguna época en mi vida en la que haya podido decir que tenía una tranquilidad o una estabilidad económica. Nunca. No la conozco. Entiendo que hay gente que la tiene pero para mí es como un animal mitológico. Y lo preocupante es que estoy acostumbrada a esa autoexplotación y a estar siempre cansada. Pero no es algo personal, es todo mi círculo. Si hablo con amigas que trabajan en profesiones creativas, la mayoría son autónomas discontinuas que están dándose de alta y de baja constantemente. Con una inseguridad constante.
La misma Remedios lo contaba en su libro: tienes que afrontar siempre esa cuestión tan engañosa de “bueno, pero te dedicas a lo que te gusta”. Sí, es lo que me gusta pero también me gusta dormir bajo un techo, tener agua y comida caliente, no andar siempre con la angustia de “tengo para este mes pero a ver qué va a pasar el mes que viene”. Y tampoco es algo exclusivo de las profesiones creativas: conozco a muchas personas que no se dedican a esto y que están igual de explotados que yo en otros sectores.
También está la trampa que establece una equivalencia perversa entre visibilidad y estabilidad. Esto de “es que claro, has salido en tal medio”. Bueno, sí, me han hecho una entrevista en tal medio, pero he vuelto en transporte público a mi casa que pago como buenamente puedo, los meses que puedo. Es algo muy engañoso, casi una entelequia: te justifican que tienes tantos likes, o tantos miles de seguidores, o has salido en una portada de un suplemento cultural como si eso significase dinero. Pero es que eso no te paga las facturas. No puedo pagar el alquiler con una portada de un suplemento cultural.
En el libro, María se imagina su vida si hubiese tenido algo más de dinero. Pero a la larga también piensa que, aunque tuviese dinero hay una cuestión de fondo que se le ha negado, que es el poder. ¿Cree que se puede dar lo uno sin lo otro?
Sí, desde luego. En el caso de María hay un momento en el que ella se da cuenta de que por mucho que finja estar bien con pareja, ella es siempre una 'acompañante' en sus reuniones y quedadas con sus amigos. El alguien que 'va con él', no alguien que se presenta ante los demás al mismo nivel. Y eso la sitúa en una situación de inferioridad, por mucho que a lo mejor cobre más que su pareja.
Además ella no tiene esa autoridad para expresarse ante los demás, durante años elige callar, y observar cómo él defiende ante los demás opiniones e ideas que realmente son suyas. Así que poco a poco, escoge crear sus propios espacios.
María genera esos espacios tejiendo una red de ayuda entre vecinas y asociaciones feministas en las que empieza a colaborar. ¿Tejer ese tipo de complicidades desde la cercanía es, también, combatir el sistema?
Yo creo que sí, y creo que se ha comprobado durante los primeros días del estado de alarma. ¿Quienes sostuvieron la asistencia a personas mayores que lo necesitaban ante el cierre de muchas empresas y locales? Fueron los vecinos. En barrios como La Elipa o Carabanchel, en el que vivo, hubo quien se quedó sin ingresos y no podía acceder a alimentos básicos. Y se activaron esas redes en las que los vecinos, en ocasiones de motu propio y otras a través de asociaciones, pero recogieron alimentos y los llevaron a quienes lo necesitaban, algunos de ellos siendo multados por saltarse el estado de alarma para llevar la compra a los vecinos o realizar esa asistencia. Yo creo que cuando las leyes y lo público no llega, son esas redes vecinales las que sustituyen esa asistencia.
Hablaba de Carabanchel y La Elipa. ¿Cómo está viviendo el confinamiento? Supongo que le afectaron los confinamientos selectivos, que solían recaer en barrios de clase obrera.
De hecho vivo en el barrio del personaje de María, por la zona de Puerta Bonita, que fue de hecho una de las primeras zonas en las que se implantaron las restricciones de la Comunidad de Madrid. Al final, creo que lo que estás haciendo es estigmatizar ciertas zonas. Carabanchel, para que te hagas una idea, tiene tantos habitantes como la ciudad de León. Y es evidente que es diversa y de todas las profesiones, pero para mí hay rasgos que son indiscutibles como que la renta media es baja y la mayoría de trabajadores tienen el trabajo fuera del barrio. Del tal forma que confinarlo no sirve de mucho si no se refuerzan los servicios públicos y la atención primaria.
Si estás confinando pero pasa como en mi barrio que es imposible conseguir una cita previa, o que te atiendan si no hay ni médico... De qué te sirve decirle a la gente que se quede en casa si a la gente enferma no la puedes atender, o si esa gente tiene que salir del barrio para trabajar y no aumentas la frecuencia de paso del metro, condenándoles a ir hacinados. O en el caso de la educación: hay familias que si su hijo da positivo, no se pueden permitir no ir a trabajar porque necesitan el dinero. También por parte de la oposición, porque hay cuestiones básicas en las que no parecen haber incidido.
En una entrevista en este medio, Marina Garcés decía que nuestros bienes comunes no son productos que nos ofrece el estado, sino nuestras conquistas sociales, que son de todos. ¿Cree que la pandemia puede ayudar a resignificar lo público?
Es posible que la situación nos invite a pensar de otra manera, que nos lleve a sentir que son cuestiones que nos deben importar. No sirve de nada salir a aplaudir al balcón si de repente en unas elecciones apoyas a un partido político que socava la sanidad pública. Merece la pena plantearse todo eso, como por ejemplo la situación del profesorado, que está siendo complicadísima. Tengo amigos y amigas que se dedican a la educación y todos me decían que la única certeza que tenían era la más absoluta incerteza. No sabían qué iba a pasar, eran conscientes de que se iba a contagiar… era algo tremendo. A mí me gustaría, quizás estoy siendo demasiado optimista, pero me gustaría que todo esto nos hiciese reflexionar de una forma muy profunda sobre la defensa de lo público.
El final de La Maravillas, del que mejor no contar mucho, acontece durante el 8 de marzo de 2018. ¿Qué significó la fecha para usted?
A mí me emocionó mucho aquella manifestación, sobre todo ver a tantas mujeres de generaciones tan distintas. Recuerdo que era tardísimo cuando conseguí llegar con mis amigas a Gran Vía, y estar rodeada de gente super diferente, mujeres de todas las edades, cogidas del brazo, saltando, coreando consignas… fue algo muy, muy importante. Desde el punto de vista emocional fue una celebración de algo que vertebra mi vida: para mí el feminismo va de género pero abarca mucho más, habla de lucha de clases, habla de raza, es abierto, inclusivo, hay muchas formas de comprenderlo. Y quería que estuviera presente en el libro porque para mí es la fecha histórica más reciente que hemos tenido, no tanto en la trama de Alicia pero sí en la de María en la que hay varias fechas históricas como la muerte de Franco o las primeras elecciones de Felipe González… En el caso de María me gustaba cerrar la novela con esa fecha porque es un personaje que tiene una vinculación con el feminismo muy íntima.
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