Elia Barceló: “Stephen King es el gran realista americano, es Galdós”
Durante décadas, Elia Barceló ha sido la reina de la literatura de género española. Empezó muy joven (tenía 22 años cuando publicó su primer libro, en 1981) y se convirtió en un referente obligado de la ciencia ficción y la fantasía españolas. También practicó otros géneros, tanto los mal considerados ‘menores’ (terror, juvenil), como los más generalistas. En 2017, una novela lo cambió todo para ella. El color del silencio (Roca), un relato familiar en torno a nuestra historia reciente, dio con la tecla del best seller y Barceló se convirtió en una de las autoras más populares del momento. Lleva 200.000 ejemplares vendidos de sus siete últimas novelas, y varios de sus clásicos (El mundo de Yarek o El contrincante, rebautizado como Uke) están siendo reeditados. También ha dejado su trabajo como profesora de Estudios Hispánicos en la Universidad de Innsbruck (Austria), donde vive desde hace más de 30 años, para dedicarse en exclusiva a la literatura. Es, además, columnista de elDiario.es. Acaba de publicar Muerte en Santa Rita (Roca), que ella etiqueta como 'noir mediterráneo' y que es la primera, espera, de una serie de novelas de crímenes aderezados con la luz y el aroma a jazmín de su tierra natal, Alicante.
Muerte en Santa Rita es la historia de un asesinato en un entorno muy particular: una comunidad transgeneracional creada en las instalaciones de un antiguo balneario. ¿De dónde salió esta idea?
Yo había terminado La noche de plata (Roca) en plena pandemia. Era una novela muy oscura, muy invernal, con un tema muy duro. Entonces terminó el confinamiento, nos dejaron venir a España y, cuando me encontré nadando en una piscina y mirando el cielo, pensé: “Esto es vida”. Y, de repente, empezó a venirme un lugar donde viven diferentes personas y disfrutan de todo esto, del pan con aceite, del mar, y acaba de llegar la primavera. Y se me ocurrió Santa Rita, y también Sofía, la propietaria. Y me dije: “Mira, chica, vamos a hacer una novela alegre, luminosa, muy mediterránea. Y que haya un crimen, para darle ese punto de alegría” [ríe].
¿Un trauma postconfinamiento?
Pues hablando con los periodistas me he dado cuenta, conscientemente, de lo que hice subconscientemente. Tenía muchas ganas de sociedad, de sol, de personas que hablaran entre sí, de que comieran cosas ricas. Y también quería hacer un homenaje a la luz de mi tierra y de mi infancia.
Y parece que dará para más de una novela…
Tengo la segunda escrita, a falta de pulirla, y la tercera en la cabeza. Santa Rita se fundó en 1862, y en ella han pasado muchas cosas turbias, que se han ocultado y olvidado. Bueno, olvidado de forma consciente pero no inconsciente, que es algo que me fascina mucho y que está en otras novelas mías. Cuando yo era niña, en la catequesis nos decían que los pecados de los padres pasan a los hijos. Y luego me he dado cuenta de que hay algo de verdad en ese concepto; que hay cosas que nuestros mayores nos legan de forma narrativa, de manera sistémica además de genética. Por ejemplo, si a una bisabuela tuya la violaron y la mataron, aunque en la familia no se hable de eso, aunque jamás te hayan nombrado a esa bisabuela, el trauma permanece en los “después de las ocho no se sale a la calle” o en los “cruza de acera si se acerca un hombre”. Sabes que hay algo ahí.
Sofía, Greta… Todos los personajes principales tienen de 60 años para arriba. ¿Una reivindicación contra el edadismo?
Quería dar voz a mujeres de cierta edad, que casi nunca protagonizan novelas. Pensé: si a una mujer de 50 años le quedan estadísticamente 35 por vivir, ¿no es eso interesante? ¿En 35 años no te puede pasar nada, no puedes tener proyectos, ni ilusiones, no te vas a volver a enamorar? Qué tontería.
Sofía es escritora de novela erótica y negra y tiene un seudónimo para cada faceta. Con tantos géneros como ha practicado usted, ¿ha sentido tentaciones de hacer algo así?
Alguna vez, alguna. Pero mi ilusión siempre ha sido que los lectores y las lectoras quisieran leer una novela de Elia Barceló porque es de Elia Barceló, sin más. Es algo que estoy consiguiendo ahora, y por lo que estoy muy agradecida. Lo noto cuando voy a las ferias o a las firmas y alguna persona me dice: “Nunca se me habría ocurrido leer una novela de ciencia ficción, o de fantasía, pero pensé: 'como es de Elia, voy a darle una oportunidad'”.
La ciencia ficción no es ninguna tontería: es el género que abre la mente de los lectores, el único que tiene temas nuevos. Pero todo el mundo pensaba que eran memeces, robotitos y bichos verdes
Bueno, es que usted fue una pionera de la ciencia ficción en España.
Y ahora empiezo a darme cuenta de eso porque cuando empecé, muy jovencita, solo hacía lo que me gustaba. Tuve la suerte de toparme con Miquel Barceló y publicar en su revista, Kandama. En los festivales éramos [la escritora] Susana Vallejo, [la traductora y escritora] Cristina Macía y yo. Y un montón de novias y mujeres de autores que se aburrían mucho. Pero yo no era consciente de estar haciendo algo rompedor. Sí me pasó que mucha gente, profesores o amigos, me decían: “Con lo bien que tú escribes, ¿por qué escribes esas tonterías?”. Es que la ciencia ficción no es ninguna tontería: es el género que abre la mente de los lectores, el único que tiene temas nuevos. Pero todo el mundo pensaba que eran memeces, robotitos y bichos verdes, algo que no hablaba de nuestros problemas ni de nuestro tiempo.
¿Cree que ahora hay otra consideración hacia esos géneros?
¡Imagínate, si le han dado un Nobel a Kazuo Ishiguro y el Goncourt a Hervé Le Tellier! Estamos mejorando. Lo que pasa es que, como yo llevo 40 años en esto, me doy cuenta de lo que hemos avanzado; y a lo mejor un chaval de 25 piensa que aún no es bastante. Y no lo es, claro, pero progresamos. Luego, en cuanto a la literatura de género, está esa idea de que si algo se vende tiene que ser una mierda, como Stephen King, por ejemplo. Para mí, King es el gran realista americano. Lo importante de sus libros no son los monstruos, sino cómo reaccionan las personas ante ellos. Jolines, es que es Galdós.
¿Cree que los jóvenes participan de esa intolerancia, que son menos abiertos que antes?
Sí, sin duda. Creo que en mis tiempos éramos más abiertos porque, como nos habían encerrado tanto, nos abríamos a todas las posibilidades para ver qué más había. Y los jóvenes de ahora parece que, una vez que se han definido a sí mismos, todo lo demás ya no les vale y no se abren a nada. Y eso es meterse en una caja. Entiendo que, por ejemplo, no te guste la visión de Orson Scott Card sobre la homosexualidad, y nadie te va a obligar a ir a una conferencia suya; pero a lo mejor es interesante ir a ver qué tiene que decir y preguntarle: “¿Pero de verdad le parece que la homosexualidad es algo terrible?”. Y ver qué responde. Porque hoy en día las cosas se tergiversan muchísimo. Y se descontextualizan, y hay un gran deseo de enfrentamiento. Todo lo que le han estado diciendo a J.K. Rowling… Me parece que se han pasado tres pueblos. Ella tiene perfecto derecho a su opinión, y a seguir escribiendo sus novelas. Y tú a no comprarlas, por supuesto. Pero también son los jóvenes quienes han empezado a incluir personajes que antes no estaban, de otras razas, religiones o con discapacidad. Y hay veces que yo no los incluyo por respeto, porque me da miedo hacerlo mal o con sesgos. En Muerte en Santa Rita hay un ciego porque me lo pidieron en una presentación de El color del silencio que hice para la ONCE. Espero que les parezca bien.
¿Hay un límite a lo que puede imaginar un autor, en ese sentido?
Es un tema interesante. Durante siglos, los hombres han hecho personajes femeninos, y nadie se echaba las manos a la cabeza. Pero si eres mujer y haces personajes masculinos, eso despierta debate.
Y luego están los que imaginan su propia identidad, como el caso Carmen Mola.
Eso no me gustó. No me gustó nada. Los hombres lo han dominado todo siempre y ahora, cuando las mujeres empezamos a ganarnos lentamente un espacio, también nos lo colonizan. Te sientes estafada. Si fuera una cuestión de peligro de muerte, como el caso de Yasmina Khadra, pues bueno, no sé, es otra cosa. Pero esto fue puro marketing.
En su carrera hubo un antes y un después de El color del silencio (2017). ¿Por qué sucedió precisamente con esa novela?
En gran parte, se debió a que la editorial, Roca, creyó en la novela y trabajó mucho para darla a conocer. Para mí supuso un cambio radical. Yo ya había decidido dejar la universidad y el éxito de El color del silencio me hizo darme cuenta de que empezaba a tener un sitio en la literatura española; no solo en nuestro gueto, en el fandom, sino en la literatura en general, sin etiquetas. Y eso me hizo mucha ilusión.
Soy muy aficionada a pensar en la muerte, sobre todo en la mía. Siempre que empiezo una novela me planteo si me dará tiempo a acabarla, por eso trabajo con tanto afán. Y porque es lo que más me divierte en el mundo
¿Le preocupan las etiquetas?
Me llama la atención la necesidad de etiquetarlo todo de forma exhaustiva. En las bios de Twitter, donde tienes un espacio mínimo para explicar quién eres, me sorprende la cantidad de gente que considera necesario incluir su orientación sexual. A mí no me gusta que me reduzcan a tres o cuatro etiquetas. No me cabe todo lo que soy en una bio de Twitter.
Y ahora que lleva cinco años como escritora en exclusiva, ¿qué opina del cambio?
Mi vida es estupenda. La única puñetería es que trabajo mucho más. Me encanta meterme en líos y digo que sí a todo. Leo más cosas de otras personas, colaboro con periódicos, viajo mucho. Es una vida muy bonita, pero muy cansadora, y yo me voy haciendo mayor.
Y el siguiente libro suyo que veremos será…
Ay, hija mía, eso es un problema. Tengo las siguientes novelas de Santa Rita en marcha, pero no me extrañaría que se me metiera en medio la segunda parte de El efecto Frankenstein [la novela juvenil por la que ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2020], que me han estado pidiendo, o que se me cruce alguna otra idea y me enamore. Tengo cuatro novelas muy empezadas. Y estoy preocupada, porque en este año hemos visto morirse a gente a la que no le tocaba morirse, como Almudena Grandes y Fernando Marías. Y yo soy muy aficionada a pensar en la muerte, sobre todo en la mía. Siempre que empiezo una novela me planteo si me dará tiempo a acabarla, pienso en cuántas más podré escribir aún. Por eso trabajo con tanto afán. Y porque es lo que más me divierte en el mundo.
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