En la ensalada loca de novedades literarias que trae el otoño, hay nombres que destacan de manera innegable y uno de ellos es el de Enrique Vila-Matas. El escritor catalán regresa a las librerías con Montevideo (Seix Barral), una novela sobre los puntos de encuentro de la realidad y la ficción, que toma como referencia el relato La puerta condenada de Julio Cortázar. O sobre la búsqueda del estilo literario propio que lleva al protagonista al hotel Cervantes, donde el autor de Rayuela sitúa la abertura escondida detrás del armario de la habitación 205, pero también a París, Reikiavik, Cascais o Bogotá.
Vila-Matas se enfrenta a la gira de promoción de su nuevo libro, que ha comenzado en Barcelona, con impulso renovado después de la operación de trasplante de riñón a la que se sometió hace unos meses. La donante fue su cónyuge, Paula Massot, también conocida como Paula de Parma en las dedicatorias de sus libros, que siempre son para ella. Al sentarse en la terraza en la que tiene lugar esta charla, el escritor comenta que le espera “un mes tremendo por delante” aunque le divierte porque tampoco ha salido demasiado después de todas las cosas que le han pasado. “Me va muy bien conocer a otras personas y estar en otros sitios”, dice mientras le sirven el café con leche.
Escribió Montevideo en un tiempo marcado por la pandemia y también por su operación ¿Cómo han influido estos sucesos en la novela?
Cuando llegué del hospital, ya tenía hecha la redacción total del libro y después de esta experiencia extrema volví con mucho más poder de concentración, de reflexión, de profundidad. A lo mejor me engañé a mí mismo, pero me sentía más atado al texto y ahí empezó un trabajo muy divertido porque la estructura ya estaba hecha y no tenía que pensar más en crearla. Era como trabajar en un cuadro que ya has pintado y que quieres completar, añades cosas sorprendentes que no sabías y lo mejoras, así que el resultado final es muy bueno. De todos modos, he de decir que si trabajas mucho una novela, como en esta, posiblemente lo que pasa es que te sale mejor. En otras ocasiones, el resultado podría haber sido mejor si me hubiese molestado más [risa].
¿Por qué recupera esta historia del Hotel Cervantes y La puerta condenada de Cortázar? Ya había escrito sobre el tema con anterioridad.
Lo recupero porque toda novela tiene que buscar un objetivo y lo encontré en una frase de la crítica argentina Beatriz Sarlo, que dice que en ese cuento realidad y ficción se conectan. Así que pensé en ver cómo era ese lugar. Es un objetivo casi perdido, porque seguramente lo que iba a ver era una puerta, pero la novela narra lo que lleva al protagonista a viajar hasta allí, a pedir la habitación 205 del hotel donde había estado Cortázar y cruzar el umbral al otro lado. Y ahí se inicia ya un viaje un poco convulso.
Si trabajas mucho una novela, posiblemente lo que pasa es que te sale mejor. En otras ocasiones el resultado podría haber sido mejor si me hubiese molestado más
La novela se titula Montevideo pero empieza y termina en París ¿Qué tiene esa ciudad que tanto le marca?
Fue involuntario. Estaba en Barcelona escribiendo pero me dí cuenta de que mi mente estaba en París. La paradoja es que se llama Montevideo, pero en un momento de la novela el narrador está en tres lugares distintos a través de una máquina que tiene en su móvil: Suiza, Bogotá, que es el infierno, y sobre todo en París. Es un momento muy interesante técnicamente, en eso sí que trabajé mucho.
Los dos años que pasé en París, aunque después he vuelto muchas veces y tengo muchas conexiones, fueron muy decisivos. Fueron los primeros en los que yo viví solo, porque primero había vivido con mis padres y después en pisos acompañado en Barcelona. Pero allí me encontré solo, en una ciudad que no conocía y ahora puedo ver que toda mi formación literaria, cultural y existencial se formó allí.
El protagonista entiende que escribir “obliga a dejar de hacerse pasar por escritor”. ¿Hay muchas personas que van de escritores pero no lo son?
Sí, he conocido a gente que ha escrito cosas muy malas y se presentan como escritores o escritoras y piensas ¿pero de qué habla en sus libros? En realidad, no tienen relación con la historia de la literatura, que tiene mucho tiempo y se creen que todo empieza ahora.
Es muy gracioso el origen de esta frase. Escribí un artículo para una revista francesa del Parlamento Europeo, pero independiente, que ponía en discusión lo que se decidía en la institución. El traductor se equivocó al traducir el título, que era “escribir es dejar de aparentar ser escritor” y puso “escribir es dejar de ser escritor”. Es tan bueno que en internet tuvo miles de visitas.
Al igual que el protagonista de Montevideo, usted tuvo una habitación propia en una exposición en el Pompidou de París, en su caso de la artista Dominique González-Foerster ¿Qué había dentro?
Lo que digo en el libro: una maleta roja. ¿Crees que es verdad o que no lo es?
No lo sé, dígamelo usted.
Es verdad, es verdad. Es por una cosa que me había pasado en un hotel de Toulouse y que en el libro sitúo en Montevideo. Fui a un festival literario y al entrar en la habitación del hotel estaba todo perfecto, solo que había una maleta roja de aspecto femenino. Nunca me había pasado y no sabía muy bien qué hacer, así que al final la deposité en la recepción. Pero por la noche, cuando estaba en el sueño más profundo, un mujer aporreó la puerta gritando en inglés que quería entrar. Yo me acerqué a la puerta casi en sueños y noté su respiración, su ira y no abrí porque me podía encontrar con cualquier cosa. Mi teoría es que se había peleado con alguien en esa habitación, se había ido y había vuelto a por su maleta. Después se lo conté a Dominique González-Foerster, que es amiga mía y es un poco el doble del personaje de Madeleine Moore, pero sin ser malvada.
Pero lo interesante de esta habitación es que podría ser la habitación auténtica que no conocemos de nosotros mismos. Al mismo tiempo, me di cuenta de que todo el libro es la búsqueda de una habitación propia a lo Virginia Woolf. Escribí la frase pero no tengo nada claro qué significa.
Es curioso, porque para el protagonista ese cuarto propio es el infierno pero Virginia Woolf pensó ‘la habitación propia’ como un lugar donde las mujeres pudieran crear ¿Por qué para los hombres es una mazmorra y para las mujeres es un refugio?
Pues dejo abierta la posibilidad, que es la que me han dado. La frase la escribí por instinto, en todo el libro se supone que el narrador busca su estilo y nunca se encuentra del todo. La escritura es la búsqueda de algo que no encontrarás seguramente.
El protagonista detesta la frase “preferiría no hacerlo” de Bartleby porque le persigue ¿A usted le ocurre con algo que haya escrito?
No, lo que pasa es que estoy traducido a 37 idiomas e internacionalmente mi nombre siempre aparece ligado a libros como París no se acaba nunca o con Bartleby y compañía, a los textos que han tenido más repercusión. Pero el drama es para aquellos escritores a los que no les persigue ningún título. Esto me consuela, aunque preferiría que se me conociese como el autor de Chet Baker piensa en su arte, que es un libro mucho más difícil pero más bueno en cuanto a riesgo, pero esto no pasa nunca porque el periodista no se va a atrever a poner un título desconocido.
Pero también es un tema para narrar, alguien que está cansado de la frase “preferiría no hacerlo”. Se ha convertido en un cliché, que no está mal que exista, pero me parece que hay que darle un poco la vuelta porque ya es un tópico.
El libro está sembrado de cosas que vivió: estuvo en Hotel Cervantes, la habitación del Pompidou, la maleta roja... Está harto de que todos los periodistas le preguntemos por la autoficción, pero es que nos lo pone en bandeja de plata, casi parece una provocación.
Es que es todo ficción, porque el yo no es biográfico, es un personaje que vive en un avatar. Juego a que el lector pueda pensar que el protagonista soy yo y eso le hace avanzar, le atrae, pero no lo soy.
También quiero quedarme desacomplejado en el sentido de que cuento cosas que me han pasado y otras que no y hago todo lo que me da la gana, porque el libro es abierto, libre por fin. Por eso he iniciado un combate contra la autoficción [risa], porque a estas alturas no me importa discutir sobre esto. Lo de la autoficción es una cosa universitaria francesa del siglo pasado que tuvo un cierto éxito.
He iniciado un combate contra la autoficción, porque a estas alturas no me importa discutir sobre esto
¿Puede ser que el término se use como reclamo comercial por parte de algunas editoriales?
Y lo peor es que algunos tontos de este país lo utilizan como para decir que es un horror, que sigue la moda. Hay gente que escribe muy bien ficciones y otros que no y quienes descubren autoficciones para degradar al autor, se equivocan. Es necesario que se entienda que la autoficción es una redundancia porque ya está incluida la palabra ficción.
Es verdad que parece muy fácil y no hay gasto. Cuando era joven, quería hacer cine y mi padre me dio el dinero para hacer un cortometraje en Cadaqués, que trataba de la destrucción de la familia. Después del estreno, mi padre me dijo que nunca más iba a producir una película mía. Entonces vi que si quería hacer cine, tenía que buscar un productor y que iba a ser muy complicado. Así que cuando estaba haciendo el servicio militar en Melilla me puse a escribir con una máquina de escribir que había en el colmado en el que trabajaba y vi que no era necesaria mucha inversión.
Pero ¿qué fue lo que le llevó a la máquina de escribir?
Ya tenía relación con la literatura, porque a los cinco años escribí unos cuentos que conserva mi familia. Pero también tenía la sensación de perder el tiempo durante un año. Yo venía con un informe tremendo de Barcelona porque había estado en la Tancada de Montserrat en contra del Proceso de Burgos y por lo tanto constaba como etarra, directamente, y también como drogadicto. No tenía derecho más que a estar en el colmado y no podía manejar armamento. Lo cual fue fantástico porque no tenía que estar una noche entera en la frontera con un fusil. Es lo que tiene la vida, que al final cosas malas igual te libran de otras.
Estamos en plena rentrée, con un aluvión de novedades. ¿Está pendiente de lo que se publica?
Sí, sí, me interesa mucho. No voy a dar nombres, porque conozco a tantos escritores y escritoras a estas alturas que mejor no entrar en esto para no tener conflictos.
Las editoriales tienen que publicar un número de libros tanto si son buenos como si son malos, con el agravante de que la crítica trata muy bien a los primeros libros y al final no sabes si el título es bueno o no
El periodista Peio H. Riaño comentó en Twitter que una editorial de tamaño pequeño podría sacar 19 títulos en cuatro meses ¿Se publica demasiado en España?
Las editoriales, desde hace años, tienen que publicar un número de libros tanto si son buenos como si son malos. Y ahora con la crisis ha aumentado aún más, lo que hace que incluso muchas veces me encuentre con libros que no conozco a quien lo ha escrito, algo que antes no me pasaba.
Enrique Murillo, un antiguo editor que está un poco fuera del mundo editorial, explicó en una entrevista que esta abundancia tiene el agravante de que la crítica trata muy bien a los primeros libros. Que me parece bien también para animar a la gente, pero al final no sabes si el título es bueno o no.
En el libro habla de cinco tendencias narrativas. La quinta es la de los que se han rendido a la tecnología y están haciendo prescindible el oficio de escritor ¿Existe realmente esta categoría o es una hipérbole que se permite en la novela?
Es una idea de un futuro en el que internet será tan potente que el escritor tendrá que escribir lo que haya ahí, estará al servicio de lo que se ha publicado ya. Será como un hacker, es la idea de que la escritura antes era a mano y ahora ha cambiado tanto que puede ser un poco mecánica. Si se produce esto los escritores serán como burócratas.
Y, dentro de esas cinco tendencias, ¿en cuál se podría situar ahora usted?
Bueno, debe de haber más que cinco [risas] pero la más interesante es la de no decir nada deliberadamente.