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ENTREVISTA Escritor y Premio Herralde de Novela

Luisgé Martín: “Las personas monógamas, las que no han viajado y las que no leen han vivido a medias”

Rocío Niebla

23 de noviembre de 2020 22:31 h

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Luisgé Martín es un escritor que pone a prueba los límites y trata de ensanchar caminos a quien le lee. En sus novelas encontramos fluidos y frustraciones, placeres y dolores y desnudos de todo tipo. Cien noches es su último trabajo, Premio Herralde de Novela, que trata sobre la infidelidad y los secretos, sobre la mentira y las máscaras.

Irene, la protagonista, estudia psicología e investiga con su cuerpo cómo son los hombres en su intimidad y en la cama. Ni el amor por Claudio puede parar su búsqueda empírica y el vicio encubierto con terceros. A su vez, su principal y acaudalado amante pone una cuantiosa cantidad de dinero para un estudio sobre infidelidad. Trata de saber si las personas que afirman ser fieles dicen la verdad y, para ello, decide inmiscuirse en sus vidas. ¿Qué sostienen los detectives que espían a las personas que han asegurado ser fieles?

Además de escritor, forma parte del gabinete del presidente del Gobierno. ¿Sabe su jefe, Pedro Sánchez, que tiene en el equipo a un novelista obsesionado con el sexo?

Supongo que sí. Le di el libro el otro día. Si lo lee, pues sí, descubrirá que estoy obsesionado. Pero todos lo estamos, la diferencia es que yo lo voy diciendo.

El sexo, cuanto más sucio, ¿mejor?

No, creo que hay dos tipos de sexo maravilloso, y mi personaje Irene lo dice en el libro. Un sexo que, entre comillas, podríamos llamar limpio, cercano a la ternura y al afecto, una especie de comunión mística entre dos personas que están haciendo el amor. Pero luego, hay un sexo anónimo, brutal, en el que se liberan los instintos, que es muy difícil de compaginar con la ternura y el amor, y es igual de interesante que el otro. Mis dos experiencias más polarizadas han sido las más intensas: el sexo en el que estás descubriendo a la persona y el sexo cerdo en un cuarto oscuro.

¿Tiene límites en el sexo de su literatura?

No, no tiene, pero eso tiene que ver con el objetivo que cada texto tenga. En este libro hay sexo mucho menos bizarro que en La mujer de sombra, que todo tenía que ir al extremo porque precisamente trataba de obsesión, de búsqueda, de caída al abismo. Cien noches es otra cosa, y no tenía sentido que hubiera bizarradas, pero a mí me encanta ser bruto y descubrir espacios. Ahora, de hecho, estoy escribiendo un ensayito sobre las parafilias sexuales y estoy disfrutando encontrando barbaridades que la gente hace en el terreno sexual.

Asústeme, ¿tipo qué?

Una parafilia localizada en la ciudad de Nueva York: seguidores de John Waters se quitaban la piel del escroto y la sustituían por plástico transparente, de forma que se veía los testículos por dentro. Se hacían una operación y, luego ya, a follar.

¿Por qué le atrae lo bajo de lo humano, la oscuridad y la perversión?

En literatura me interesa lo que no se ve en la calle porque, para lo que se ve en la calle, ceno con mis amigos, leo los periódicos y escribo discursos políticos. Lo que me interesa en literatura es lo que la gente intenta ocultar, lo que todos pretendemos poner en la zona de sombra. Y la obsesión con la sexualidad en mis novelas tiene que ver con mi situación biográfica, contada en El amor del revés, con esa represión sexual que viví durante muchos años. Mis inicios sexuales son en cuartos oscuros, en sitios clandestinos, en cines, y eso es más luminoso literariamente que la postura del misionero.

¿Cien noches es una oda a la infidelidad?

La tesis de la novela es que la infidelidad es una patraña construida por la cultura judeocristiana y por el miedo humano a ser abandonado o a quedarse solo. En la fidelidad sexual buscamos una especie de agarradero que no buscamos en otro tipo de fidelidades. Consentimos a nuestras parejas que nos guarden secretos, que tengan comunión espiritual con otros amigos; sin embargo, nos sigue pareciendo que una infidelidad sexual puede destruir una relación. Para mí es una barbaridad que tiene que ver con el valor que le dan las religiones a la sexualidad y que nosotros hemos asumido.

“La promiscuidad conduce a la sabiduría”, leo en el libro.

Las personas monógamas o que han tenido una vida sexual muy limitada, las que no han viajado y las que no leen, en el fondo, han vivido a medias. Uno tiene que hacer lo que le apetezca. Si a uno no le gusta el queso, no tiene sentido comerlo, pero tiene que ser consciente de los placeres que se está perdiendo. En la vida hay tres quesos: el sexo, viajar y leer. Son tres espacios que a uno le abren la cabeza, los sentidos y la propia vida.

El sexo pasajero con un tercero, ¿puede beneficiar al sexo con la pareja estable?

La teoría de las ratas con la que abro el libro dice que tú puedes estar exhausto de sexo con tu pareja y, en el momento que aparece una pareja sexual nueva, se revitaliza la libido. Es obvio que cualquier cosa que te estimula sexualmente al final repercute en la sexualidad ordinaria con tu pareja. Alguien nuevo que te da ideas eróticas y que te permite innovar revitaliza tu vida sexual.

¿Somos la única especie animal monógama?

Yo te voy a negar la mayor: no creo que seamos monógamos sino que decimos que lo somos.

¿Por qué llevamos entonces regular la promiscuidad?

Por la religión y sus valores. La religión siempre tiene la alcoba y sus genitales como una forma de control. El sexo está estigmatizado, tiene que ser ordenado y procreativo. Y también por el miedo a romper unos equilibrios. Nos parece que la intimidad que nos provee el sexo es más fácil que rompa una pareja que compartir con un tercero gustos artísticos, por ejemplo. Y es posible que ahí haya más peligro, porque pueden encontrarse afinidades lectivas muy interesantes. Se cree que el sexo puede acabar en encoñamiento o empollamiento y puede romper el equilibrio con la pareja estable.

Su protagonista Irene es muy guapa, usted considera que la belleza puede jugar en contra de la persona. Tiene literalmente escrito: “la belleza es monstruosa”.

Yo he conocido a tres personas cuya belleza les ha destruido la vida. El sexo es adictivo y, cuando a una determinada edad tienes capacidad de renovación de las parejas sexuales diarias, eso te hace perder el norte de dónde están los afectos y los valores. Es como ser rico. Y también por la decadencia, que es horrorosa; cuando estás acostumbrado a que te admiren, en el momento que eso se acaba se te cae el mundo.

Irene sufre una violación sin violencia por parte de su amigo de la infancia. ¿Puede una mala experiencia sexual abrir las puertas de abismos sexuales?

Supongo que sí. Esa escena se me ocurrió al hilo de algo que me contaba una amiga con cierta resignación: que, en su época, lo que hoy llamamos violación era lo más normal. Lo que le pasa a Irene con Hugo hace unos años no se consideraba violación. La sexualidad de los primeros años construye la arquitectura de nuestra personalidad. Y normalmente uno empieza follando muy mal. Yo recuerdo algunos polvos del principio, y ¡qué vergüenza!

Otro de los pilares de Cien noches es la mentira. ¿Por qué se miente?

Porque vivimos en la contradicción de lo que creemos que debemos hacer y lo que somos capaces de hacer, y lo que es normal y posible. En el mundo de la política es el pan nuestro de cada día. Si alguien que está en el poder continuamente dijera la verdad, duraría semana y media y, además, ofendería al 90% de la población. La hipocresía es un valor social admirable en las relaciones personales. Salvo cuando tiene utilidad, yo no creo que haya que decirle a la gente la verdad.

¿Cree en las mentiras piadosas entonces?

Sí, hay verdades que solo destruyen. Respecto a las infidelidades, cada pareja establece un marco o un sistema que le funcione. Pero es raro que la verdad desnuda funcione a largo plazo. La verdad en sí misma está sobrevalorada. El silencio y endulzar algunas cosas me parece absolutamente imprescindible para vivir en sociedad. Igual que no tirarte pedos cuando estás en una cena.

Toda su carrera como escritor ha consistido en mirar por agujeros. ¿Qué esconde el ser humano? ¿Qué hace cuando nadie le mira?

Hace lo mismo que hago yo, y me gusta verlo en otros porque descubro que no estoy solo. En otros ves fantasías, sueños, infidelidades, ves mierda y traiciones. Las pequeñas miserias que por fortuna no te atreves a poner en marcha en tu propia vida. Los agujeros siempre son miedos e inseguridades y, por supuesto, placeres excesivos.