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El sexismo que solo sufren las escritoras y que nunca cuentan en las entrevistas

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Mónica Zas Marcos

Hay realidades que no caducan con el Día del Libro. Esta fecha hace justicia a las que ocupan menos espacio el resto del año, pero eso no las hace desaparecer cuando las casetas echan el cierre. Es un buen día para descubrir a voces jóvenes, atender a los “géneros menores” y conseguir paridad en las listas de sugerencias. Después, todo habrá pasado y volverán al cajón de las reivindicaciones hasta el año siguiente.

Algunos profesionales de la industria se han negado a convertirse en un titular para el 23 de abril y se están tomando esa justicia por su cuenta. El hueco en los medios se vende caro, por lo que existen otras plataformas para denunciar. Así surgió hace una semana el hashtag en Twitter #ThingsOnlyWomenWritersHear (cosas que solo escuchan las escritoras) para visibilizar una realidad constante.

La escritora Joanne Harris lo empezó cuando se vio envuelta en una discusión sobre la conciliación familiar. Ella, autora del éxito de ventas Chocolat y principal fuente de ingresos de su casa, marido e hijos, aseguró en un hilo en la red social que las mujeres sacrifican más intereses por la familia que sus homólogos masculinos. Un libro es una inversión que requiere tiempo y dinero, por eso Harris mantuvo su trabajo de profesora a tiempo completo mientras escribía Chocolat y criaba a su hija de cuatro años.

La escritora defendía que “las mujeres siempre han sido sometidas a mucha más presión para justificar su deseo por escribir” que los hombres. La declaración levantó ampollas entre la comunidad tuitera, pero también encontró el apoyo de muchas profesionales que compartían su visión. “Sí, los hombres a veces hacen sacrificios, pero no finjamos que la sociedad espera que ellos lo hagan de la misma forma que exige a las mujeres que pongan a la familia antes que nada”, espetó antes de lanzar la etiqueta.

Como una llamada de la selva, el hashtag puso de manifiesto en tiempo real lo que muchas de estas escritoras han escuchado durante sus carreras. Otros usuarios se dedicaron a menospreciar, insultar y dar nuevos ejemplos sin pretenderlo de este machismo propio del mundo editorial.

Autoras conocidas y periodistas lograron viralizar la campaña, que en los últimos días ha recibido miles de tuits. “Un presentador de radio me dijo antes de una entrevista que le encantaban mis libros. Una vez en antena dijo que yo escribía libros para mujeres”, compartió la escritora estadounidense Cheryl Strayed. “¿Vas a escribir de maternidad a partir de ahora? Me gustó tu artículo, ¿lo hiciste cuando el bebé se echaba la siesta?”, puso la crítica televisiva del New Yorker, Emily Nussbaum. “Eres guapa, vas a triunfar como escritora”, tuiteó concisa la directora de Politicus USA.

Todas estas anécdotas cotidianas, en apariencia nimias, forman parte de una estructura opresiva mucho mayor. La abogada y coordinadora de Clásicas y Modernas, Laura Freixas, piensa que hoy en día existe la palabra perfecta para denominarlas: micromachismos. “Nos faltan palabras para designar estas experiencias. Porque se refieren a realidades que antes eran vividas, pero ahora son nombradas solo en inglés, como el mansplaining, manspreading o el manterrupting”, precisa.

Freixas conoce bien el entramado editorial y desde varias perspectivas como editora, escritora y crítica literaria. No le sorprende la respuesta en contra de #ThingsOnlyWomenWritersHear porque “la experiencia de las mujeres está excluida de la cultura, o al menos de la alta cultura”.

Por eso, considera que las campañas en redes sociales y etiquetas son muy útiles para expresar cosas que no tienen tradición. “Se llama despectivamente cotilleos o chismes de chicas, así que quizá la experiencia sea mejor expresada y entendida por el alcance de las redes sociales”, razona.

El lastre de la 'literatura femenina'

Muchas de las situaciones, desde la sexualización hasta cuestionar el deseo de ser o no madres, se han mantenido en la sombra durante años. Quizá por su carácter cotidiano y no excepcional, o puede que por simple vergüenza. “Ahora que el machismo no está tanto en nuestras leyes (podemos votar, no nos castigan por adulterio ni nos impiden ingresar en ciertas profesiones), estas iniciativas sirven para sistematizar la experiencia de las mujeres y entender que son la punta del iceberg”, explica Freixas.

Pero también pierden la categoría de anécdota cuando el menosprecio sistemático afecta al pan que se lleva a casa. “Quizá deberías rebajar tus expectativas e intentar escribir para una revista de mujeres”, le dijo un editor a otra tuitera. Ya existen varios estudios que demuestran que los hombres leen menos libros escritos por mujeres, mientras que las lectoras no hacen distinción entre el género de la tapa.

Una encuesta de 2015 realizada por Goodreads reveló que el 80% de los títulos escritos por mujeres fueron leídos por mujeres, quienes también leyeron el 50% de los libros escritos por hombres.

La categoría popular de “literatura femenina” perjudica directamente a las escritoras y a veces son los medios especializados quienes incitan la purga. Hace un año, el periódico New Republic lanzó un estudio sobre las palabras con las que los críticos literarios definían los libros de mujeres. “Marido, matrimonio, amor, belleza y madre son los términos más usados para hacer la reseña de un libro o de una autora. En cambio, los periodistas usan el doble líder, argumento o teoría para describir el libro de un hombre”, infería el análisis.

“Una de las ideas más típicas del patriarcado es que lo humano es lo masculino y lo masculino es lo humano”, dice Laura Freixas al respecto. Su experiencia editorial le reafirma en que esto repercute en las ventas, en la consideración de la crítica, en el apoyo que se da a los hombres y en que a las mujeres se las publica en la medida que venden.

Tabús y autocensura

“Es genial que hagas esto ahora, antes de tener niños”, compartió la periodista de The Observer, Jourdan Rodrigue, pero no fue la única. Un gran número de escritoras anglosajonas y estadounidenses publicaron comentarios que habían recibido acerca de la maternidad, el matrimonio o la decisión de no formar una familia. “¡Qué bien que seas escritora! Así te puedes quedar en casa con tu bebé”, puso Rogue Davis. “Es genial que tu marido te permita hacer esto”, añadió Racheline Maltese.

Laura Freixas piensa que en España se escucha menos este tipo de críticas, pero que es un tema que muchas autoras se autocensuran. “La maternidad, la infertilidad o el aborto se asocian con la subcultura, la telebasura, las revistas del corazón y los libros de autoayuda”, defiende. Cada vez surgen más libros que abordan esta perspectiva de forma valiente, como Quién quiere ser madre, de Silvia Nanclares, Madres arrepentidas, de Orna Donath o Madre hay más que una, de Samanta Villar.

Además, como decía la escritora Joanne Harris al comenzar el hilo de tuits, “a los hombres se les absuelve del pecado de ser malos padres o padres ausentes, pero no ocurre tal cosa con las madres”.

La responsable de Clásicas y Modernas piensa que esta es la razón de que las escritoras se enfrenten a preguntas sobre la crianza o reciban más críticas si anteponen su oficio a tener una familia. ¿Ocurre lo mismo con los hombres? “No he sido un buen padre. Ningún escritor lo es”, dijo John Banville en una entrevista con el Irish Times.

“O cuando escritores como este se olvidan de que las escritoras también pueden ser madres (y buenas madres)”, respondió Joanne Harris. Estos olvidos son el germen de #ThingsOnlyWomenWritersHear y la muestra de que esta realidad existe y escuece, aunque no ocupe titulares.

“Para combatir, primero hay que visibilizar. Porque haciendo esto se pone de manifiesto que es injusto y absurdo”, resume Freixas. “Si te lo callas, sigue estando en el inconsciente de todo el mundo. No se puede combatir”.

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