Norman Mailer dijo en una ocasión que, para escribir sobre un acontecimiento real, había que dejar pasar al menos diez años. Y diez años han pasado del 11M pero aún no existe la gran novela española que haya retratado la tragedia, ni signos de que los escritores españoles tengan entre sus obsesiones lo que sí ha hecho correr chorros de tinta en los diarios, teorías conspiranoicas incluidas.
Nada que ver con lo sucedido en la literatura anglosajona, que casi desde el principio intentó asimilar el 11-S con las obras de John Updike (Terrorista), Don DeLillo (El hombre del salto), Jonathan Safran Foer (Tan fuerte, tan cerca), Claire Messud (Los hijos del emperador), Martin Amis (El segundo avión), Teddy Wayne (Kapitoil) o incluso Jonathan Franzen, que en Libertad toca de forma metafísica el derrumbe de las Torres Gemelas.
No hay ningún relato amplio, profundo, sobre aquella fría mañana en la que todo estalló por los aires, en la que perdimos la inocencia y dejamos de sentirnos seguros. Nada que refleje el dolor que sintió un país que, a pesar de conocer bien el terrorismo, jamás había sido golpeado de aquella manera. Con el 11M se rompe el tópico de que la literatura sirve para narrar lo que nos desgarra: tras una década no hay pluma que se haya adentrado en la ira, la rabia, la pena y la pesadumbre de aquellos funestos días de marzo de 2004.
Es cierto que los escritores norteamericanos y británicos también llegaron después del cine y el documental, e incluso hubo autores extranjeros, como el francés Fredèric Beigbeder y el alemán Art Spiegelman, que se les adelantaron y ya en 2004 publicaron la novela Windows of the world y el cómic Sin la sombra de las Torres, respectivamente. En ambas obras los escritores se permitían el lujo de abordar el odio que había generado Estados Unidos en las últimas décadas y la xenofobia que corría por sus pilares fundacionales, algo que quizá los norteamericanos todavía no estaban dispuestos a asumir como causa fundamental del atentado.
11M + novela
Pero en España ni siquiera hay un debate literario al respecto. Nadie habla de odio y nadie parece recordar lo que sucedió antes del 11M. De hecho, si se bucea en Internet y se busca 11M + novela, apenas aparecen cuatro títulos, El corrector, de Ricardo Menéndez Salmón, El mapa de la vida, de Adolfo García Ortega, La piedra en el corazón, de Luis Mateo Díez y Donde Dios no estuvo, de la periodista Sonsoles Ónega. Y, exceptuando este último, el resto trata la masacre de forma tangencial, casi para hacerse otro tipo de preguntas.
Lo más cercano es, posiblemente, el cómic 11-M. La novela gráfica, de Pepe Gálvez, Antoni Guirat y Joan Mundet, publicado en 2009 y que toma como base los acontecimientos descritos en la sentencia para revisar su desarrollo en orden cronológico. En poesía sí ese publicaron dos poemarios en 2004: Poemas para el recuerdo, de Pre-Textos y Poemas contra el olvido (Bartleby) con las aportaciones de Antonio Gamoneda, Félix Grande y Clara Janés, entre otros. “Fueron dos libros que surgieron de forma espontánea. Los poemas se publicaron en la red y entonces pensamos en hacer un homenaje a todas las víctimas. La poesía lo que tienen es la espontaneidad del dolor de esos días, la tristeza”, afirma Pepo Saz, editor de Bartleby.
¿Por qué nos sucede esto? ¿Nos duele demasiado? ¿No tenemos valor para contarnos a nosotros mismos aquella historia? ¿Estamos tan polarizados que somos incapaces de ahondar en ella? ¿Por qué solemos soslayar los acontecimientos que nos afectan como sociedad? “Aquí ni siquiera hay una novela sobre la guerra de Irak. Por no haber, no hay casi nada ni sobre la guerra colonial, que fue una sangría, mientras que los británicos tienen cientos de libros sobre la I Guerra Mundial, que transcurrió casi al mismo tiempo”, afirma contundente el escritor Lorenzo Silva. De ETA se podría decir casi lo mismo: apenas un libro de relatos de Fernando Aramburu, las novelas de Bernado Atxaga y Luisa Etxenike (El ángulo ciego).
El tiempo y la distancia
La mayoría de los escritores consultados por eldiario.es se apuntan a la teoría de Mailer para explicar por qué no se escribe sobre el 11M: es necesario que pase el tiempo. Así lo entiende Ignacio Martínez de Pisón, autor que ha tocado la Memoria Histórica, la posguerra o incluso el 23F en sus novelas: “La literatura tiende a nutrirse de memoria y necesita tiempo. Un acontecimiento como el 23 F tardó en salir en novelas. Yo no lo abordé hasta el 2003. Seguro que en no mucho tiempo el trauma del 11M aparecerá también en nuestra literatura”, sostiene.
Para Juana Salabert, en cuya obra novelística se puede hallar la tragedia del velódromo de invierno de París durante la II Guerra Mundial o el atentado de la cafetería California 47 en 1981 –atribuido a los GRAPO aunque después se supo que fue un grupo de extrema derecha- , también hay que apoyarse en el paso del tiempo como mecanismo de defensa para explicar la escasa de producción literaria. “El 11M supuso una sacudida fortísima en las conciencias y hace solo 10 años. Muchas veces necesitas que pasen 15 años para poder tener cierta distancia. Es un acontecimiento que cambió nuestras vidas porque dejamos de sentirnos seguros”, reconoce.
Sin embargo, a esta escritora tampoco se le escapa que, además del trauma que acompaña a la masacre, el 11M está fatalmente influido por el relato que se hizo de él desde la prensa. “En el terrorismo lo normal es que todo el mundo estuviese con las víctimas, pero en este país aún existe una polarización debido a que cuando salimos de la dictadura no hubo un contrato como existió entre los aliados en la II Guerra Mundial, que tenían como enemigo común al fascismo. Aquí todavía hay muchos herederos del franquismo en la derecha. ¿Por qué tampoco se habla de las víctimas del franquismo?”, argumenta Salabert.
La falta de coraje
De ahí surge también otra teoría: el miedo. El temor a contar o decir algo inconveniente, algo que no guste a todos. Para Lorenzo Silva, que sí ha escrito sobre el conflicto de Irak, en este punto está la clave de la inexistencia de literatura sobre los atentados. “En este país hay mucha falta de coraje. Es muy cobarde. Y también es vago, porque estos son temas que te tienes que trabajar muy bien. Los norteamericanos asumen las dos cosas: el valor y el esfuerzo, y, además, tienen los recursos”, mantiene. Para él, además, a esto se suma una cuestión de clasismo: “La intelectualidad española es muy burguesa, y se suele mostrar ajena a los desechables, que son los que morían en Marruecos, los que enviamos a Irak o los pasajeros de los trenes de Cercanías”.
Esta última posición también coincide con la de la escritora Marta Sanz, que acaba de publicar No tan incendiario, un libro sobre la literatura y su relación con el poder. Según ella, el problema estriba en que aún se mantiene el concepto de la literatura impuesto en los años ochenta y que consiste en rebajar los productos culturales a mero entretenimiento: “No queremos que los libros pongan el dedo en la llaga, queremos libros que nos tranquilicen, por lo que tomar una postura respecto esos temas es asumir un riesgo que no todos están dispuestos a asumir”, asegura.
Un atentado sin preguntas
Además de estas teorías existe una tercera explicación: del 11M está todo contado. No hay más preguntas que hacerse, salvo las que existan en las mentes de los conspiranoicos. Esta es la tesis del escritor y columnista Isaac Rosa, nada sospechoso de no intentar entender la actualidad o hechos como la Guerra Civil a través de la literatura.
“Yo creo que el 11M no es conflictivo y para la mayoría de la sociedad existe un contexto claro de lo que ocurrió. Además, me parece que si no hay novelas sobre el tema es por la manera en la que se cerró aquel caso: tuvimos la sensación de que con la detención de los autores y con la pérdida electoral del PP lo dimos todo por cerrado. No había más preguntas”, confiesa Rosa, quien asegura que no escribiría sobre este atentado más allá de una novela testimonial que sirviera para dar memoria y reparación a las víctimas, si bien “excepto cosas terribles que han ocurrido con algunas personas como Pilar Manjón, tenemos la sensación de que las víctimas están bien cubiertas”.
A esta tesis se apunta a su vez el académico José María Merino, autor de novelas sobre la Guerra Civil como La Sima. “Pero no creo que sea por una falta de coraje ni por ninguna polarización. Del 11M todo el mundo tiene claro qué ocurrió. Para escribir una novela sobre el 11M deberíamos ver qué tipo de novela debería ser, de intriga, sociológica. Sería de género. Lo que pasa es que a mí no me llama demasiado”, manifiesta.
Decía Mailer que para narrar un suceso de este tipo hacía falta tiempo. El filósofo Javier Gomá también tiene su parecer, como desgranaba hace poco en una entrevista: “La novela produce en el lector una empatía con los personajes y sus destinos. Son ejemplos que, como antes comentábamos, hacen accesible la verdad moral en acción. En Materiales para una estética defiendo la función desempeñada por la estética subjetiva, que tanto contribuyó a la liberación, pero señalo el nuevo papel de la estética en una época nueva en la que la cuestión palpitante ya no es la «vivencia subjetiva» sino la «con-vivencia». El problema no es ser libres, sino ser libre juntos. Necesitamos un arte que sirva para presentar de manera seductora y atractiva los límites inherentes a la convivencia”.
Quizá nos haga falta una novela para entender y comprender entre todos el dolor del 11M. O quizá no. Quizá, como decía Isaac Rosa, alargar el relato sólo sea ya un juguete de los conspiranoicos.