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El fenómeno viral de ‘Tan poca vida’: un novelón sobre la fragilidad masculina que triunfa entre las nuevas generaciones

Fragmento de la fotografía titulada 'Orgasmic Man' y que aparece en la portada de 'Tan poca vida'

Cristina Ros

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Si alguien quiere demostrar sus dotes de adivinación, que juegue a predecir el futuro de un libro. Por mucho que se repita el mantra del marketing, la fórmula no es tan sencilla. Quizá porque no hay fórmula: un fenómeno de verdad lo es por distinguirse del resto. Y no se llama bestseller sino longseller, es decir, una obra con ventas sostenidas a lo largo del tiempo, no un producto de temporada. Es lo que está ocurriendo con Tan poca vida (2015; Lumen, 2016, trad. Aurora Echevarría), la segunda novela de Hanya Yanagihara (Los Ángeles, 1974), que casi diez años después de publicarse se ha hecho viral en la comunidad virtual de lectores y figura en la lista de más vendidos de la editorial.

Si añadimos que el libro tiene mil páginas, que no es sencillo, ni de leer ni de digerir –el estilo tiene textura literaria, esto es, no es un texto redactado al servicio de una trama–, aún sorprende más que se haya extendido en los reinos de la inmediatez y el vídeo corto (Bookstagram, BookTok, BookTube). Cuenta con lectores de todas las edades, pero son sobre todo los jóvenes, los más asiduos a estas redes, quienes han contribuido a su difusión. Sí, la generación Z, siempre asociada a la pérdida de capacidad de atención, está leyendo esta novela de principio a fin. Y contagiando su entusiasmo.

¿De qué va Tan poca vida? Cuatro amigos jóvenes se abren camino en el Nueva York contemporáneo. Recién graduados, están en el momento de encauzar sus vidas: trabajo, relaciones, círculo social. JB escribe sobre arte posmoderno para revistas mientras trata de convertirse él mismo en artista; Malcolm, de familia acomodada, es un arquitecto al que le falta ambición; Willem, atento y atractivo, desciende de inmigrantes nórdicos y trata de dejar atrás un trágico pasado para desempeñarse como actor; por último, Jude, un huérfano que arrastra traumas psicológicos y secuelas físicas, aunque no le impiden desarrollar una brillante carrera como abogado. Seguiremos sus trayectorias a lo largo de las décadas, hasta la madurez, cuando la historia confluye en Jude, el más frágil, un hombre incapaz de amar pese a proyectar hacia los demás una humanidad absoluta.

¿Qué tiene Tan poca vida para cautivar a tantos lectores en plena era de la velocidad, la brevedad y la intrascendencia? Ahí van diez posibles claves:

1. Imagen llamativa y reconocible

Que era un libro especial se veía desde el principio: en la cubierta, un hombre sufriente (en apariencia: la fotografía, de Peter Hujar, se titula Orgasmic Man y su ambigüedad es muy pertinente), una imagen que, más allá del Cristo gótico, no suele formar parte del imaginario occidental. Por atracción o rechazo, no se olvida. El título es otro acierto: el original, A Little Life, puede traducirse como “una vida pequeña” o “un poco de vida”, un juego coherente con la novela; la opción española mantiene el tipo.

El hecho de que la autora fuera una desconocida para el gran público, y con un nombre que nos resulta difícil de pronunciar (Yanagihara es hija de padre hawaiano y madre coreana) podía disuadir, pero la presentación era tan potente que lo compensó. En retrospectiva, puede que ese “misterio” en torno a ella, que además no se prodiga en entrevistas ni en las redes, incluso la favoreciera. Lo importante, no obstante, es que la singularidad no se queda en el envoltorio.

2. Polarización

Desde su publicación en inglés suscitó todo tipo de reacciones: premios y críticas elogiosas, pero también muchos juicios duros, mucho debate sobre si era demasiado penosa, pesimista, excesiva en su impudicia (quizá por eso no está en lista de los 100 mejores libros del siglo XXI de The New York Times). Más que discutir su calidad (que también), se intuye un debate en torno al papel del arte en la sociedad: ¿debe alentar, en última instancia, o se puede permitir la tragedia sin remisión?, ¿hasta qué punto narrar el dolor responde a una necesidad literaria y hasta qué punto es morbo, efectismo?

Ir a contracorriente en cuanto a extensión, temas y hondura puede jugar a su favor por dar la oportunidad de 'reconectar', de hacer una 'inmersión' duradera y profunda en algo ajeno a nosotros y, a la vez, mucho más humano que el ocio dominante. Y ya se sabe: nada mejor que una buena polémica para despertar la curiosidad del lector.

3. Nuevas masculinidades

Se anticipó a la revisión de las identidades masculinas. Ahora se hace hincapié en la necesidad de representar otro tipo de perfiles de hombre, de alumbrar, sobre todo pensando en los adolescentes y su búsqueda de identificación, otros referentes, más variados y proclives a expresar sus emociones. Los personajes de esta novela se muestran en toda su vulnerabilidad, y no solo eso, sino que se atreven a forjarse un estilo de vida propio, con independencia de lo que dicta la sociedad. No son ni pretenden ser el “hombre de familia” de clase media, y con esto se distinguen, tanto en lo literario como en lo social, de los grandes personajes del siglo pasado. Al fin y al cabo, la literatura refleja el sentir de un tiempo.

4. La amistad en el centro

Frente a la tradicional construcción de una estructura de pareja-familia, aquí el pilar es la amistad: las relaciones amorosas fluctúan; los amigos permanecen. Logra algo tan difícil como retratar la complicidad entre hombres que, a diferencia de la amistad que suelen mantener las mujeres (más abierta y comunicativa, con más confidencias), se compone de muchos silencios, muchas copas compartidas sin necesidad de hablar. Narra ese silencio, rompe estereotipos sobre cómo debe ser una amistad y, frente al individualismo, propone una sociedad sustentada en los lazos. Pese al desaliento que impregna el libro, su aproximación a la amistad es reparadora, hermosa.

5. Diversidad de identidades LGTBI+, etnia, origen, estructuras familiares

Sí, habrá quien considere exagerada la representación identitaria –es una novela excesiva en más de un sentido–, pero nadie mejor que los jóvenes sabe valorar esta riqueza, que cumple una doble función: permite al lector reconocerse en modelos que se alejan del tópico; y, tanto para quien los comparta como para quien no, suponen una apertura de miras, amplía nuestra comprensión de la realidad. Tras tantas novelas sobre parejas heteronormativas blancas de clase media aclamadas por reflejar “el alma humana”, retratar una sociedad cimentada en la diversidad es un revulsivo.

6. Relaciones afectivas fluidas

No hay un único modelo de relación, ni heterosexual ni homosexual. Más allá de la identidad de los personajes, lo singular reside en la evolución de sus relaciones, que no son las mismas al principio que al final, ni siguen las fases preestablecidas. Frente a la idea de una identidad predefinida, la identidad se halla en construcción constante: los personajes experimentan, exploran sus límites, se dejan sorprender por sus sentimientos. Su rol cambia en función de su compañero; la pareja inventa una relación a su medida, independiente a los convencionalismos.

Se habla de forma abierta de sexualidad, de lo que apetece y lo que no, de parejas que no siempre están de acuerdo. Esto no quiere decir que dialogar sea fácil; amoldarse al otro nunca lo es, pero tienen a su favor los vínculos fuertes y duraderos. La complicidad, el cuidado, la compasión, la bondad y el afecto devienen pilares fundamentales. En última instancia, el amor se concibe, más que como una atracción o deseo, como la aceptación de que en una relación siempre habrá algo insatisfactorio; y, también, como el miedo al sufrimiento del otro, tan fuerte que limita el egoísmo de uno.

7. El cuerpo, la salud, el dolor

Sin duda, esta es una de las novelas que más y mejor se mete en el cuerpo de los personajes, un cuerpo no normativo, enfermo, decrépito, que sufre y no lo oculta. Se producen autolesiones, un tema aún incomprendido por la sociedad que apenas está presente (al menos con tanto peso) en la ficción. Las dolencias, tanto físicas como mentales, empeoran con el tiempo, siguiendo más la lógica del envejecimiento que la del progreso. Frente al mensaje de superación, se recrea en el dolor, no lo suaviza. Ni el enfermo es un ángel que inspira a los sanos, ni su problema tiene efectos redentores o creativos. No, la enfermedad solo genera dolor, primero a uno mismo y luego a los demás; hace falta querer bien para continuar amando a alguien con la paciencia que requiere un enfermo. El éxito en otras facetas, como la profesión, no contrarresta el trastorno como elemento más definitorio del individuo.

8. Impúdica y visceral

El siglo XIX se caracterizó por el gran relato, la novela de una vida a lo Jane Eyre o David Copperfield. En el siglo XX, las vanguardias primero y la posmodernidad después rompieron el discurso; no solo exploraron otras formas, sino que hicieron de la forma su razón de ser. Es pronto para hacer balance del siglo XXI, pero si algo lo caracteriza en su dimensión social es la exposición de la intimidad, el individualismo convertido en exhibicionismo y la ruptura de tabús (salud mental, suicidio, LGTBI+, #MeToo, #BlackLivesMatter).

Todo ello se plasma en Tan poca vida, que dedica una atención minuciosa a la intimidad, una intimidad en la que las emociones pesan tanto como el cuerpo. Se habla, y mucho, de sexo, enfermedad, trauma. Y no solo habla mucho, sino de manera descarnada, extrema. No es que mire la herida con lupa; es que, además, hurga en ella. Perturba porque descoloca penetrar tan adentro.

9. Sin esperanza

Estamos en Estados Unidos, la cuna del American way of life. Sin embargo, aquí no se impone el sueño optimista, ni se asocia el tan predicado ascenso social a la felicidad, ni siquiera a la estabilidad (al menos, emocional). Tienen más peso el pasado y sus secuelas (es decir, lo no elegido) que cualquier logro fruto de voluntad y esfuerzo. Narra un hundimiento, una renuncia, una aceptación de la derrota de la mente frente al imperio del cuerpo dolido.

El individuo torturado se recrea en el daño, no confía en la medicina, no espera curarse. Tiende a la autoinculpación habitual en las víctimas; arrastra un miedo tan grande a sufrir otra vez que renuncia a riesgos que lo podrían llenar. Esto repercute en quienes lo rodean, que se frustran porque no se deja ayudar como ellos creen que debería; se preguntan hasta qué punto deben entrometerse en las decisiones del enfermo. El papel de los seres queridos es clave: el suyo es un amor desinteresado a alguien que no siempre es capaz de corresponderlo, un amor impotente, resignado, que tampoco puede creer en un futuro mejor.

10. Gran literatura

No por obvio hay que ignorarlo: de nada sirven las ideas atinadas si luego no se saben servir. Por suerte, Yanagihara posee los recursos: estilo, hondura, mantenimiento de la tensión, personajes complejos y, lo más importante, cambia nuestra forma de ver la realidad. Hay muchos libros bien escritos, pero que no enriquecen la visión del mundo. Este pone a prueba nuestra empatía, nuestra sensibilidad. Lleva de la mano al lector por su particular descenso al infierno, un infierno que no está al margen de la sociedad, sino dentro de uno mismo. Y, desde luego, no deja indiferente. Deja, más bien, noqueado (y con el libro hecho polvo de tanto marcar pasajes).

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