La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La gentrificación no es inevitable y está bien odiar los gofres en forma de genital

“El barrio está gentrificado, quién lo desgentrificará, el desgentrificador que lo desgentrifique, buen desgentrificador será”. Con ese inocente juego de palabras se presentó el colectivo Left Hand Rotation en el madrileño barrio de Puerta del Ángel, en 2012, para enseñar la cara más perversa de la elitización residencial. Decenas de ancianas intentaban pronunciar el trabalenguas sin entender bien a qué se refería, porque, como se titulaba el proyecto, “la gentrificación no es un nombre de señora”. Diez años después, los alquileres de aquel barrio han subido más de un 60% y pocos pueden permitirse ignorar el significado de la palabra más polémica del urbanismo.

A pesar de los movimientos que han señalado sus perjuicios, la gentrificación se ha abierto camino a pasos agigantados desde hace mucho más que una década. Parece un fenómeno inevitable, pero no lo es. La investigadora especialista en geografía urbana, Leslie Kern, desmonta ese mito en La gentrificación es inevitable y otras mentiras (Ediciones Bellaterra), un ensayo original por su perspectiva decolonial y feminista, y también por la forma en la que está dividido.

¿Cuántas veces hemos escuchado que la ciudad se expande y una zona se rehabilita? ¿O que un nuevo local bio y un bar de gofres en forma de genitales llegan para adaptarse a los gustos de una población más joven y moderna? ¿O que es una consecuencia del capitalismo y solo disgrega a la ciudadanía por clase? La autora desarma siete mitos que ayudan a acentuar este proceso –la gentrificación es natural, es una metáfora, es cuestión de gusto, de clase, de dinero o de desplazamiento físico, o que es inevitable– y ofrece un marco mucho más amplio.

“No creo que ninguno de ellos sea una mentira en sentido literal. Pero algunos constituyen discursos peligrosos que coartan las posibilidades de cambio o de justicia, y otros tienen el error de estar incompletos o sesgados”, dice Leslie Kern en el prólogo. “Se está forzando un cambio que la gente no quiere que suceda y su memoria está siendo destruida”, resume.

La gentrificación es inevitable y otras mentiras forma parte de una colección especial de la editorial Bellaterra y la Cátedra de Vivienda y Derecho a la Ciudad de la Universitat de València. La intención es pedagógica, pero sobre todo combativa. Y Kern es una experta en lo último desde que publicó en 2016 Una ciudad feminista.

Ni es natural ni va por gustos

La definición de gentrificación puramente académica es por la que “la población original de un sector o barrio, normalmente céntrico y popular, es progresivamente desplazada por otra de un nivel adquisitivo mayor”. Pero para entender dónde estamos, hay que remontarse tiempo atrás. Esta comenzó a mediados del siglo XIX en Londres, cuando el proceso era mucho más lento y se sentía “calle a calle, barrio a barrio y hogar por hogar”, según Kern. A partir de los 2000, todo se aceleró, también la búsqueda de imaginativas excusas.

La investigadora advierte de que la más extendida es la de “la gentrificación es natural” y consiste en dotarla de propiedades antropomórficas o biológicas. “Es frecuente usar la palabra 'evolución' como sinónimo de 'cambio'”, señala Kern, pero también menciona expresiones físicas o médicas como “expansión” o “cirugía”. Este relato “supone que las personas que viven en estos barrios son menos importantes que el entorno físico” y da a entender que “si una cosa como la gentrificación es simplemente una ley de la física, entonces no es culpa de nadie”. El problema de las metáforas basadas en la biología es que limitan el modo de entender el proceso o de creer que se puede hacer algo para cambiarlo.

Otro de los capítulos más interesantes es el que desmonta que la gentrificación responda a los gustos de los nuevos habitantes. No obvia el poder cultural, que existe, sino que rechaza personificarlo. “Si el problema se encarna en hipsters, creadores, freelances o cualquiera que por las tardes trabaje con su Mac en un café, la solución sería mantenerlos lejos, ¿no?”, se pregunta. La solución es mucho más compleja y responde a toda una maquinaria de la “ciudad creativa”.

Kern también alerta sobre lugares como Cereal Hunters, bares con tostadas de aguacate o sitios exportados a la moda como los que ofrecen “pollofres”, gofres en forma de genitales, y que normalmente abren en los barrios más turísticos y gentrificados de las grandes ciudades. La furibunda reacción de los locales a estos lugares se basa en que se orientan a los gustos de “los de fuera”, los “potenciales gentrificadores”. La apertura de un lugar así puede ser el preludio de lo que le espera al barrio en cuestión.

La clase y el dinero importan, pero no solo

Es imposible explicar la gentrificación sin atender a la parte económica. Sin embargo, para Leslie Kern la teoría de la diferencia potencial de renta entre los que entran y los que se van no arma el relato completo: “Existen procesos nacionales y globales mucho más grandes que dan forma a las irregularidades del paisaje urbano”. Es cierto que las ciudades cambian, sobre todo las que en el pasado acogieron importantes industrias. La profesora pone como ejemplo de “buena” gentrificación a Bilbao, pero ha sido muy difícil de duplicar para otras.

Esta dinámica no solo tiene en cuenta la estructura laboral o la especulación inmobiliaria, sino que Kern le da especial relevancia al auge de la economía colaborativa, lo que ella llama “Airbnbficación”. El problema de circunscribir todo al capitalismo o el neoliberalismo, es que “se tiene la mala costumbre de convertir a otras fuerzas menos globales, en personajes secundarios: el colonialismo, el imperialismo, el patriarcado, la heteronormatividad o el racismo”.

Tampoco cree Kern que la gentrificación sea “un proceso de clase”. “Está diseñada para erradicar a quienes se juzga de insanos, débiles, viejos y enfermos”, dice la autora. “En muchos aspectos es más agradable hablar de clase, incluso para criticarlo, que reconocerlo como un proceso que también toma prestadas ciertas estrategias de la limpieza social”, abunda. ¿Y a dónde se desplazan estas personas? El libro rechaza que se vea este “éxodo” en términos puramente físicos, sin atender a las consecuencias identitarias y en la salud de esta “deshogarización”.

En definitiva: es evitable

“La engañosa naturaleza de los desplazamientos cotidianos, sensoriales y sociales es una de las razones para estar atentos a las 'cosas bonitas' con las que nos tienta la gentrificación: un cafecito divino, una cervecería artesanal, un paseo verde a la ribera del río”, advierte Kern. También reconoce que no todos los cambios sobre una zona acaban inevitablemente en desplazamiento, pero hay que ver los potenciales peligros en ellos. “Tenemos que hacernos preguntas difíciles sobre las 'cosas bonitas'. ¿A quién le consultaron? ¿Quiénes son los clientes o usuarios proyectados?”, lanza.

La incorporación a la cultura mainstream también es una de las señales rojas, y normalmente ocurren con las cosas que fueron subversivas o mal vistas en otra época. Los restaurantes veganos, una tienda de tatuajes y los locales de espectáculos drag, por ejemplo. “La gentrificación puede parecer desalentadoramente omnipresente”, admite Kern, pero también asegura que donde quiera que opera el poder, hay mecanismos de resistencia, perseverancia y supervivencia.

Tenemos que hacernos preguntas difíciles sobre las 'cosas bonitas' de la gentrificación. ¿Quiénes son los clientes o usuarios proyectados?

Por eso, las últimas 50 páginas de La gentrificación es inevitable y otras mentiras busca dar un respiro de esperanza. Ofrece casos de políticas urbanísticas alternativas que escapan a este proceso y de movimientos sociales que consiguieron pararlo. “Nadie nos va a entregar la ciudad a prueba de gentrificación, la ciudad que queremos. Tenemos que imaginarla, creer en ella y después hacerla. Aunque apenas implique salvar del desplazamiento a una sola familia, ayudar a que un solo lugar de alimentos económicos siga abierto, o mantener un solo banco en la plaza donde los ancianos puedan juntarse”, reivindica. “Otra ciudad es posible”.