La intimidad de Rafael Chirbes desenmascara al mundo editorial
La última entrada de los diarios de Rafael Chirbes está fechada en junio de 2015. Él murió el 15 de agosto de ese año. Apenas tuvo tiempo para afinar, una vez más, sus diarios, un striptease póstumo que estuvo elaborando durante cuatro décadas, en los que apenas se priva de nada. Chirbes mantuvo una correspondencia consigo mismo hasta convertirse en su mejor testigo y no fue hasta después de muerto cuando liberó todos esos cabos sueltos que guardaba en sus archivos. Anagrama acaba de publicar las dos primeras partes (de 1984 a 2005) de un total de seis, que irán apareciendo en los próximos años posiblemente en un total de tres volúmenes. El primero de ellos ya ha hecho sangrar a alguno y desvelar las escenas más tórridas y tiernas de las salidas nocturnas del autor de La buena letra (1992) o Crematorio (2017). Es posible, comentan desde Anagrama a este periódico, que a Chirbes le diera tiempo a retirar algunas partes con las que no se sentía seguro, pero el autorretrato que ha escrito es de una belleza tan violenta como deslumbrante. Si Chirbes expurgó en aquellas semanas no lo hizo para construir un reflejo idealizado que habría dejado fuera de estas páginas al alcohol, el popper y la coca.
Sus herederos y albaceas no han aclarado si la decisión de Rafael Chirbes (1949-2015) fue exhibir sus secretos cuando ya no estuviera entre nosotros o simplemente fue aplazando su publicación. El ruido no le interesaba, eso lo sabe cualquiera que haya compartido con él unos minutos. La escritora Marta Sanz toma partido en esta duda y advierte en el excelente prólogo que ha escrito para el texto que estas anotaciones íntimas son una “voladura controlada”. Según la autora de La lección de anatomía el autor tenía muy claro que solo podrían darse a conocer después de muerto. Quizá para descubrir que el mejor retratista de la España de la corrupción también era humano. Lo que sí ha quedado aclarado por todas las partes es que no hay en estas páginas nada que Chirbes quisiera ocultar. Fue un ejercicio consciente de destape, no una traición a sus secretos.
Marta es bien clara en su lectura al explicar que no hay rastro de azar y de espontaneidad en estos escritos: “Pese a su condición de documento autobiográfico, forman parte de la máscara que Rafael Chirbes urdió para sí mismo. Son un acto de generosidad preconcebida. O de voladura programada”. Esta percepción ha molestado muchísimo a Juan Manuel Ruiz, al que en las últimas voluntades Chirbes dejó el cometido del cuidado de la publicación de estos diarios con la misión de que no enturbiaran su obra en vida. Como si eso fuera posible. El albacea literario de Chirbes aprovechó la presentación a la prensa del libro para despacharse contra el prólogo de Marta Sanz del que calificó la idea de “voladura controlada” como “una soberana estupidez” y “una maldad”. Aseguró que “Rafael no sabía que fueran a publicarse estos diarios”. Sin embargo, el autor lo dejó todo firmado y le señaló a él como responsable del viaje póstumo.
El amigo ofendido
Juan Manuel Ruiz, amigo de Chirbes y uno de sus lectores habituales, cree que Sanz ha dibujado a un personaje “maquiavélico”. Lo dijo ante los medios pero también junto a la editora Silvia Sesé, Elena Cabezalí (del patronato de la Fundación Rafael Chirbes) y el fundador de Anagrama, Jorge Herralde. La agenda de Marta Sanz le impidió estar en Barcelona y no pudo defenderse ante estas acusaciones. Ruiz explotó contra la escritora por reconstruir a un Chirbes que no reconoce: “Dibuja un ser muy extraño, casi un monstruo, que desde luego las personas que conocimos a Rafael Chirbes no identificamos en ningún momento”, añadió Ruiz. En su opinión el prólogo es una reacción a un comentario que Chirbes hace, en el último de los diarios, sobre el exceso de adjetivación del estilo de Sanz.
“Cualquiera que conozca a Marta Sanz sabe que esto no es así. Es un prólogo muy bueno, inteligente, respetuoso y honesto. No estamos de acuerdo con estas apreciaciones y quizá sean fruto de una lectura demasiado sentimental del prólogo”, dice a elDiario.es la editora Silvia Sesé. Fue Manolo, el sobrino de Rafael, quien le dijo que a su tío le habría gustado que ella firmara el prólogo. De hecho, si algo queda claro en las casi 40 páginas del escrito de la autora de pequeñas mujeres rojas (Anagrama) es que Chirbes fue un escritor inteligente que luchó por cuidar cada publicación, que se medía entre la decepción y la satisfacción ante su trabajo, y que era muy consciente de los caminos literarios por los que no quería conducir su obra. Es decir, un autor ubicado como pocos. Considerar como “maquiavélico” estas virtudes que reconoce Sanz es caricaturizar los términos en los que está escrito este prólogo.
El calentón del albacea literario no enturbia la revisión de Sanz desde un punto de vista “psicoanalista”. Como género, la anotación íntima “se presta a que nos pongamos la bata frente al escritor tendido en el diván”. Y allí descubre a un Chirbes que se cuenta con una biografía “triste, sedienta y fúnebre”. Lo describe como un “malcontento y rebelde”, incapaz de creer poder ser feliz. “El escritor emite desde el bando de los vencidos y las vencidas”, apunta. Por eso cree que Chirbes no podría haber soportado la fagocitación del mercado, “ser aceptado por lo inaceptable”. Pero cuando le llegó el reconocimiento también lo hizo la muerte.
El plan 'post mortem'
Sanz duda también de que sean un ejercicio íntimo y privado porque él mismo reconoce que los pasa a limpio “por enésima vez”. Estos cuadernos los escribía a mano y luego los pasaba al ordenador. “No son para nadie”, escribe el autor. “Pura autobiografía letraherida de un escritor que reserva la descarnadura del yo para estos textos, mientras en la novela, a través de la multiplicación de perspectivas y voces, palpa el latido de sociedad y paisaje”, sostiene la escritora.
La idea de la programación post mortem de estos sentimientos, opiniones y creencias cuadra con su esencia polémica por la verdad que arroja: compara a Arturo Pérez-Reverte con José María Pemán y con el Torrente de Santiago Segura. “Es fruto de un tardif del franquismo”, dice Chirbes del autor de Cabo Trafalgar. Es más, dice que lo que más le escandaliza de las maneras del académico es que homenajea “el huevo de la serpiente del fascismo que venga”. Y sostiene que “después de Franco, ya no es posible un Arniches”. También hay palos para el editor Constantino Bértolo, el crítico Ignacio Echevarría y el escritor Roberto Bolaño, entre otros.
Chirbes no oculta sus aprensiones, su miedo al sida, su pérdida de oído, su alcoholismo que va a más, sus enfermedades y la literatura, con la que no supera el caos anterior sino que multiplica su inquietud. Sus reflexiones sobre el sexo y el deseo son una versión que ha emergido en su literatura póstuma: primero con la novela París-Austerlitz (Anagrama, 2016), que tuvo guardada en el cajón durante casi 20 años hasta que la dio por terminada, tres meses antes de su fallecimiento.
Ahora, con Diarios: “Si lo acosas, el sexo huye. Él lo necesitaba compulsivamente porque era la prueba de que podía seguir teniéndome y esa compulsión me producía rechazo. Tampoco soportaba que lo buscase fuera de mí. Celos, complejos de algo. Podría hablar de los míos. De mis celos. Además, en esas relaciones con alguien fuera de la pareja últimamente aparece siempre el fantasma del sida. Yo soy extremadamente cuidadoso. A él eso del sida parece darle igual. No tiene ninguna sensación de peligro, viviendo precisamente en París, hoy la capital europea de la enfermedad”, escribió Chirbes el 31 de agosto de 1986, con 37 años. Un año antes apuntó sobre el sexo: “Paradójicamente, en el sexo no da el que da, sino el que se abre para recibir. Las apariencias engañan y, como diría una feminista, el falo coloniza. Sería absurdo hablar de la generosidad de un colonizador. El primer día que lo penetré, gimió de dolor”.
Escribir o morir
También se desvela el momento en que Carmen Martín Gaite le llama a las ocho y media de la mañana, en noviembre de 1986, para decirle que Herralde ha leído su novela, Mimoun, y que está “entusiasmado con ella”. Chirbes, incapaz de disfrutar el contrato que puso en marcha su vida como novelista: “La alegría se resuelve en ganas de llorar. Me doy pena”. De Martín Gaite le llama la atención “su permanente posición lateral con respecto a los grupos de presión literarios”, algo que adoptará también él mismo. De Martín Gaite aprendió la disciplina por la escritura y el motivo para seguir escribiendo: “Contar bien es alcanzar una misteriosa forma de verdad, es fijar el tiempo, es darle sentido a tu propio instante”, apuntó Chirbes.
En septiembre de 1991 Chirbes apunta que le ha llamado Herralde para decirle que acaba de leerse la nueva novela que le ha mandado, la monumental La buena letra. Sin embargo al escritor no le convence la respuesta de su editor. “Dice que le gusta, pero me da la impresión de que no demasiado. Me quedo rumiando”. Cree que Herralde no la leyó bien, que le debió de parecer una novela anticuada. “Es la primera vez que me parece que me falla como lector. Le he dicho que, si no se la cree de verdad, es mejor que no la publique. Me ha dicho: Ya la quiero. Y espero quererla más. Pero yo no acabo de detectar ese amor”, dice.
Chirbes nunca estuvo satisfecho ni con la satisfacción. Siempre en tensión con su escritura y sus capacidades, adorando su trabajo y aborreciéndolo. ¿Qué es escribir? “Es la indagación para nombrar lo que no puede nombrarse, un intento, un acercamiento hacia lo que aún no ha sido dicho”. También: “Uno acaba de escribir un libro y, al leerlo, es cuando descubre cuál era el asunto que quería contar. La idea y el estilo van surgiendo al mismo tiempo, son parte de la misma búsqueda, van de la mano”. Nos quedamos con esta idea: “Todo arte es releer el arte”.
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