¿Qué fue antes, el color o la emoción? El libro que explica por qué estamos 'verdes de envidia'
Corría el año 1796 y Alois Senefelder estaba a punto de suicidarse. Desesperado por no ganar suficiente dinero para conseguir alimento, pensaba arrojarse a las aguas del río Isar en Baviera, Alemania. Pero llegó a la orilla del caudal y, de pronto, descubrió algo que le hizo cambiar de opinión: encontró una piedra caliza de un tipo muy diferente a las que conocía. Por entonces no lo sabía, pero aquel instrumento sería responsable de casi la totalidad de los materiales gráficos que vendrían después, desde la portada de un libro hasta el envase de un zumo. Había nacido la litografía.
Aquel sistema fue reemplazado por el de la impresión en offset, que sustituyó la piedra por una plancha de aluminio, pero con un procedimiento similar. Se podría decir que prácticamente todos los colores que vemos en la actualidad, ya sea la funda del móvil o una cajetilla de tabaco, son herederos de una roca encontrada en un río. Así comenzaron las tecnologías cromáticas sin las que no se podría entender nuestro día a día.
Es lo que explora el libro Cromorama (editorial Taurus), del escritor y diseñador Riccardo Falcinelli. En él estudia cómo las emociones, la publicidad e incluso el arte han empleado el color a lo largo de la historia para transformar nuestra visión del mundo. No es extraño que asociemos colores a emociones o que vestirse de cierta manera pueda acarrear ciertos significados. A lo largo de años y culturas, los tonos han acompañado determinados mensajes que les han dotado de una identidad que también puede ser cambiante dependiendo del momento.
Un ejemplo perfecto puede ser el poema Verde que te quiero verde de García Lorca, en el que ese mismo color comienza significando la esperanza y acaba convirtiéndose en el reflejo de la muerte. “Hay pocos colores y los significados son muchos más, por eso durante los siglos les hemos dado diferentes. Es el contexto lo que dota de sentido al color, el que nos hace decir que representa una cosa u otra”, explica Falcinelli a eldiario.es.
Pero ¿en qué momento el rojo se convierte en el color de la vergüenza y el verde en el de la envidia? Según Falcinelli esto sucede porque hacemos dos tipos de asociaciones. La primera, de tipo emotiva, depende de las experiencias que tengamos desde que salimos del vientre de nuestra madre hasta que se completa el crecimiento del cerebro. La segunda es de tipo cultural, y se define en función de la sociedad, los acontecimientos históricos que vivimos y las relaciones que entablamos.
Los colores no siempre se usan de forma positiva. A veces hasta pueden servir para segregar, como ocurre con los que marcan el género: el azul para los niños y el rosa para las niñas. “Es una convención cultural de marketing que se ha desarrollado en los últimos 50 años. Aquí se ejerce una dialéctica entre lo que nos proponen y lo que somos realmente como individuos, porque luego no hay ningún fundamento que sustente estos estándares”, afirma el diseñador.
En 1793, poco después de la Revolución francesa, se produjo otra revolución: la de la libertad en las formas de vestir. No solo son las emociones, la ropa que llevamos también refleja en parte lo que somos. Pero ¿pensamos en ello cuando nos vestimos cada día? “No, lo hacemos cuando lo compramos. Al vestirnos ya tenemos la paleta elegida en casa, y no todas las personas se visten para expresar algo de sí mismas. Depende mucho de la ocasión”, apunta el autor.
La industrialización del color
No obstante, hay muchas diferencias en cómo consumimos ahora el color y cómo se hacía, por ejemplo, en una era tan pictórica como podría ser la Ilustración. “Una de las grandes revoluciones es que la mayor parte de las imágenes y los colores son emisiones de luz mientras que en el pasado lo absorbían”, observa Falcinelli. De esta manera, es habitual que una obra clásica contemplada a través de una tablet luego pierda gran parte de esta intensidad cuando es vista en el museo.
Además, con la llegada de la industrialización, los colores planos han dejado de ser una excepción para convertirse en algo habitual. Solo basta pasearse por una tienda de electrónica para comprobar cuántos dispositivos optan por este tipo de tonos para llamar la atención de los consumidores.
La manufacturación cromática también ha traído consigo otro aspecto: la creación de tonos hasta entonces desconocidos. “Por ejemplo, el fluorescente para la ropa deportiva. Los medios de masas han amplificado todo esto para que muchas personas puedan ver y consumir objetos con esos colores”, señala el especialista.
Nuestro ojo, con el tiempo, se ha calibrado de forma diferente. ¿Hemos avanzado en riqueza visual o, por el contrario, hemos retrocedido? “En algunos aspectos hemos perdido la capacidad de ver la complejidad de algunos colores y de apreciar los matices expresivos que son mostrados a través de la tecnología”, considera el diseñador.
No obstante, asegura que tampoco quiere “ser pesimista”. “En los últimos 20 años han aumentado los cursos, la formación en el arte, el diseño, la percepción visual… Hay mucha gente más competente que en el pasado que tiene una capacidad de ver las cosas de forma más compleja que antes”, apostilla.
Tampoco es gratuito que el séptimo arte se nutra del color para, a través de él, hacer llegar emociones a los espectadores. Es por eso que si pensamos en filmes como Kill Bill automáticamente se nos viene a la mente el amarillo, mientras que si lo hacemos de Apocalypse Now se nos aparece el naranja. Y no solo por la sensación anímica, también para otorgar identidad al largometraje.
Los colores están por todas partes, el problema es que muchas veces falta formación para saber interpretar qué quieren contar quienes emplean ese tono y no otro. Conocer esto es, a su vez, un paso para evitar caer en manipulaciones. “Nos dominan las imágenes, la tecnología y los anuncios, pero en el colegio nadie cuenta de dónde vienen ni quién ha inventado todo eso”, critica el autor sobre un aspecto que considera tan importante para las aulas como hablar de “reyes o gobernadores”. Porque, en ocasiones, un color no es tal como lo pintan.