Cómico, dibujante, actor, artista moderno… Toca todos los palos pero no se apoltrona en ninguno. Miguel Noguera (Las Palmas de Gran Canaria, 1979) elige agazaparse en un lugar insospechado desde donde sorprender a la realidad y sacarla de quicio. La mantea sobre los escenarios, la desolla en letra de molde y desde hace poco la pone en solfa en un podcast de querencia psicótica.
Clon de Kant, que lleva un título como un cencerro, es su primer libro de gran formato y está recién editado por Blackie Books. Como todos los libros, miente, y lo hace desde la contraportada, que garantiza 87.628 ideas cuando en realidad contiene muchas más, un sinfín de epifanías e iluminaciones.
Insistes en que lo tuyo no es exactamente humor pero resulta difícil encarar una entrevista contigo en serio.
¡Qué susto nada más empezar! Estaba entendiendo que era difícil encontrar una entrevista conmigo en serio, como si me insinuaras algo tipo: “Tanto decir que no haces humor y luego no hay entrevista en la que no te comportes como un payaso”. Quizá tú encares la conversación con una sonrisa, pero está claro que yo la encaro jiñado.
¿Cuáles son tus hobbies, Miguel Noguera? ¿Llevas tatuajes?
Bueno, mis hobbies actuales son el canto coral y, ojo, últimamente estoy retomando el dibujo del natural con modelo humano. Todo superclásico, como ves. Obviamente no llevo tatuajes ni se me pasa por la cabeza llevarlos.
El humor tampoco es noticia salvo cuando se le quieren poner puertas. ¿Por qué la comedia nunca se valora en su medida?
Uf, yo es que apenas me entero de nada. Recuerdo que Toño Fraguas, el hijo de Forges, me entrevistó hace años y me comentó que en otros países, EEUU, por ejemplo, la comedia se respetaba más que aquí. ¿Te puedes creer que hasta ese momento yo no había caído en la cuenta de que la comedia pudiera respetarse en absoluto? ¿Crees que he vuelto a reflexionar sobre el asunto desde aquel día? Quizá la comedia no se valore lo suficiente, pero aun así los monólogos cómicos tienen mucho más público que los dramáticos, ¿no da eso fe de una valoración popular?
¿Por qué no nos damos por satisfechos con el apoyo del 'populacho'? ¡Dios da pan al que no tiene dientes!
Clon de Kant vuelve a ser un libro ilustrado, pero tu relación más íntima sigue siendo con la palabra. Se percibe una obsesión por llegar muy lejos, por extinguir el lenguaje si fuera posible. Quizá por eso me llevo mucho mejor con el dibujo que con la escritura. La escritura me resulta un suplicio, no me gusta nada, por eso me duele lo que planteas. Los dibujos del libro estaban todos terminados antes de que me pusiera a redactar los textos que los acompañan porque me daba un palo tremendo hacerlo, y efectivamente, cuando por fin me puse, aquello fue como tragar una compota asquerosa. Todo por obtener unos parrafitos que fuesen mínimamente lógicos y sucintos, algo que se pudiera leer sin que se me cayera la cara de vergüenza.
Sobre el papel pierdes la presencia escénica y la suples con un dibujo que no diremos precario pero sí muy afanoso.
Es que tampoco llego a ser dibujante, como no llego a ser actor ni escritor. Si he de considerarme algo es artista, hala. Soy artista, artista contemporáneo, y ojo al “Bond, James Bond” que se esconde ahí, ¿eh? Mi arte siempre ha consistido en tratar de explicar unos contenidos puramente mentales, que se dan al margen de un soporte físico o de un medio concreto, imaginaciones sobre cuerpos determinados, esculturas de pensamiento. Todos los contenidos valen más o menos lo mismo y se yuxtaponen, forman un tapiz homogéneo, no una jerarquía. Y la plasmación de los contenidos la llevo a cabo mediante el discurso público, mediante la escritura y mediante la imagen, que pueden ser dibujos, pantallazos o fotos de móvil.
Vamos, que dispongo de un estilo y tengo una estética, pero como voy muy justo de destrezas, de oficio, tengo que suplir la carencia con un histrionismo ciego y cierto bromeo baboso, el metabromeo cansino que me acompaña desde siempre. Es un proceder típicamente postmoderno, y sé que lo repetiré hasta la muerte.
En cierto modo esos contenidos son algo así como parodias de lo que se entiende por contenido artístico.
Para mí son muy ciertos y los intento describir con exactitud y vehemencia, pero está claro que son juegos formales absolutamente vacíos, repetitivos y olvidables. Cosas que se me ocurren a propósito de algo que he visto, oído o pensado de pasada, como de soslayo. Lo anoto todo y lo clasifico en un documento de Office, pero el proceso no es totalmente intencional. Sí hay una apertura por mi parte, un estar atento, pero las ideas siempre me sobrevienen.
A estas visiones o pensamientos los llamo “arrebatos Newflesh”. Lo de arrebato por la naturaleza intempestiva, espontánea, y lo de Newflesh por el carácter eminentemente físico de la mayoría de los contenidos, como de combate entre vísceras y filos, de forzamiento y penetración de los cuerpos cotidianos.
Hay algo funesto en el mundo Noguera. El libro se abre con la tragedia mascándose en la proa del Titanic y es ya un no parar.
Hay un humor negro, sí, un frivolizar con los accidentes, con lo escabroso y con la muerte. Siempre he tenido un pie en todo eso. Pero, al menos en mí, todo surge desde un lugar adolescente y luminoso. Hay una alegría infantil en toda esa fatalidad.
La alegría destructiva del juego. O del terrorismo, porque todas tus ideas contienen un sentido aniquilador. Tal y como están las cosas, de un momento a otro se te podría acusar de hacer arte degenerado.
Basta con que alguien pille tal o cual contenido, me denuncie, le acepten la demanda y marronazo montado. Y luego tener que defenderme diciendo que no era mi intención dañar a nadie, que solo estaba bromeando y tal… ¡Ja, ja, ja! En fin, una estupidez, una pérdida de tiempo, energía y dinero. Al menos lo mío está semioculto, es una bola de delirios inconexos. Por ahí igual escapa al radar de los posibles ofendidos.
Se habla mucho de esto: ¿en qué lugar pierde su nombre el humor?
Si te refieres a la cantinela de “los límites del humor” no la considero una cuestión válida. Que está vacía, vamos, es un falso debate. Como mucho existe una guerra política en la que se echa mano del sistema legal. Pero eso en realidad no tiene que ver con el humor en sí, el humor es el mismo de siempre.
En alguna ocasión te has asomado a la televisión pero sin conceder nada. Fuiste tú en todo momento y dejaste una feliz huella de estupor.
Salir en la tele es muy buena publicidad. Te das a conocer a y además te procura un halo de fama, coloca una gran moneda de oro sobre tu cabeza. Eso hace que vendas más libros y entradas de teatro, por lo que es moco de pavo. Mira, hace poco me hicieron una mamada por la calle… Ah, disculpa de nuevo la payasada fuera de lugar, no he podido evitarlo. Ahora en serio: tienes razón, más allá de la publicidad no termino de ver claro qué hacer en la tele.