Mónica Rodríguez es licenciada en Ciencias Físicas y tiene un máster en Energía Nuclear. Trabajó 15 años en el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), pero en 2003 decidió dar la vuelta por completo a su carrera y publicó su primer libro de literatura infantil. Dos décadas después –y con más de 60 obras editadas–, la escritora fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por su obra Umiko.
La autora explica a este periódico que el cambio “no fue de repente”, y que de hecho empezó a escribir desde la adolescencia. Durante muchos años cultivó su amor por las historias por la noche, cuando regresaba de trabajar, hasta que apostó por pedir una excedencia de dos años que se han terminado convirtiendo en quince. “Nunca me habría imaginado que iba a llegar hasta aquí”, reconoce.
Cuando decidió estudiar Ciencias Físicas, ¿fue por vocación o porque en el colegio se le recomendó ir “por ciencias”?
No, tenía muy claro que quería estudiar ciencias. Mis padres eran químicos, pero más allá de eso, siempre me gustaron mucho las ciencias. De hecho, nunca me gustó la asignatura de lengua. Lo digo mucho en los encuentros. Siempre me gustó mucho leer, pero analizar oraciones, no. Fue natural irme por ciencias. Si lo pienso a día de hoy, no estudiaría físicas. Haría algo más relacionado con la literatura porque creo que he tenido muchas lecturas muy desordenadas, muy a destiempo. Y quizás eso me habría servido para hacer otra base diferente. También es verdad que la física me ha ayudado mucho a pensar de una manera determinada manera. A razonar, que también está presente en lo que escribo.
¿Habría que repensar cómo se imparten la lengua y la literatura en los colegios?
Sí. Separaría la literatura de la lengua. En los colegios habría que fomentar la lectura desde el gozo, y la escritura también. Es absolutamente necesario aprender a escribir, y de una forma creativa. Cuando yo lo hago me doy cuenta de que al final, cuando uno escribe, siempre descubre algo. Algo tuyo y de fuera. Transmitir que eso suceda con los chavales es maravilloso.
Hay que fomentar la lectura y la escritura desde el gozo en los colegios
“Escribo para saber” es la frase con la que abre su biografía en su página web.
Lo dice mucho Gonzalo Moure, que es la persona a la que le debo todo lo que sé de la escritura. Le conozco desde hace más de veinte años. Cuando yo empecé a escribir literatura para niños, él ya era un importante escritor de literatura infantil y juvenil, y con una generosidad impresionante. Empezó a leer los textos irregulares e inseguros que escribía entonces y me enseñó a escribir desde la verdad, la honestidad y la emoción. Es una frase que aprendí de él, escribir para saber y no por lo que uno sepa.
También dice: “A veces prefiero ver el mundo a través de los ojos de un elefante”. ¿Cómo cambia la manera de ver el mundo hacerlo a través de sus personajes?
Ese es el gran poder que tiene la literatura. La capacidad de hacernos mirar el mundo desde otra perspectiva. El hacer ese esfuerzo de empatía enorme de transformarte en algo completamente distinto a lo que eres. A partir de ahí, empiezas a ver el mundo desde otro lugar y eso te enseña muchísimo. Cuantas más perspectivas tengamos para conocer la realidad, mejor la vamos a conocer.
¿Cuesta inculcar el amor por la lectura y la escritura en los jóvenes?
En esta sociedad va todo muy rápido y se busca la recompensa inmediata, el yo y el ahora; y leer es algo que requiere de intimidad, tiempo, lentitud, reflexión. Es algo que cada vez es más difícil de conseguir, pero las estadísticas, sin embargo, dicen que se lee más ahora que antes. No sé si está cambiando la forma de leer, pero sí que es cierto que los escritores de literatura infantil y juvenil nos movemos muchísimo por colegios a institutos y nos encontramos con muchos profesores que muchas veces, en contra de todo, están haciendo una labor para contagiar la lectura que es impresionante. Ojalá eso se extendiese a todos los colegios e institutos.
¿Por qué le interesa la literatura infantil y juvenil en particular?
Nació de una manera espontánea, sin conocer siquiera ese mundo. Fui cambiando mi forma de escribir, fui adentrándome en esa mirada infantil tan asombrada del mundo, tan limpia. Quizás porque también tengo un recuerdo muy fuerte de mi infancia, está muy presente en mí y me gustaría recuperar ese momento tan ancho e ilimitado. Siempre observo mucho a los niños, cómo entienden el mundo.
En esta sociedad todo va muy rápido y se busca la recompensa inmediata; y leer requiere intimidad y tiempo
¿A quién leía de pequeña?
Los libros de Enid Blyton y Agatha Christie. Ahora no me gusta la novela negra, pero en su momento lo leí todo. También los libros que tenía mi madre de cuando era pequeña, Antoñita la fantástica, Guillermo el Travieso. Mi abuelo también tenía una biblioteca enorme. De pequeña trasteaba y ahí descubrí la poesía. Recuerdo descubrir a Lorca y su Romancero gitano, no entenderlo nada, pero producirme una fascinación por ese uso del lenguaje tan diferente, esas palabras tan provocadoras de alguna manera. Me sigue produciendo una fascinación brutal.
¿Qué opina sobre los listados de lecturas obligatorias de los colegios?
Es un tema complicado. Por un lado, es verdad que hay que dejarles elegir sus lecturas, pero por otro hay libros a los que no llegarían nunca si ellos eligieran solos. Es muy interesante, yo que voy a colegios e institutos, tener un encuentro en el que todos hayan leído el mismo libro. Aunque todos hayan leído el mismo, ninguno lee el mismo en realidad. Cuando se ponen a hablar sobre lo que han sentido, lo que han entendido, lo que han interpretado, ahí hay un cruce fantástico de reflexiones que hace que se ensanche mucho más la mirada del libro al resto de los compañeros. Eso genera descubrimientos que no harías con una lectura tú solo o con un amigo solamente.
Habría que hacer un poco de todo, algún libro entre todos, aunque sea uno malo, porque también está bien leer con crítica. Lo que no debería hacerse nunca es un examen de las lecturas. Eso sí que no, porque realmente acaban acercándose a la lectura de un modo temeroso y muchas veces lo que hacen es no leer y buscar un resumen. Si buscas en Internet mis libros, lo primero que sale es alguien preguntando por un resumen. Eso no tiene mucho sentido. Hay que tratar de transmitir el leer por placer.
Aunque no sea la trama principal, Umiko incluye la historia de un primer amor, ¿cómo planteó contarlo?
Es un momento de la vida que me fascina. Por eso escribo mucho sobre el descubrimiento del deseo, del amor, esa edad entre los doce y los trece años donde hasta entonces te puede haber gustado. Pero ahí entra ya en juego lo sexual, las hormonas. Cuando escribo no sé hacia dónde voy a ir, voy descubriendo la historia mientras escribo. En este caso fue un documental sobre las amas, las buceadoras japonesas. Es un oficio milenario que se hereda de madres a hijas y hoy en día las hijas no quieren seguirlo porque es durísimo.
Pasan muchas horas en el océano Pacífico con las aguas heladas haciendo inmersiones a pleno pulmón, con el problema que pueden tener en los oídos. Están amarradas a una soga que se puede enganchar. Hay tiburones. Es un oficio complicado, peligroso. Las amas que hay ahora suelen ser mujeres muy mayores, de incluso 80 años. Una de ellas que llevaba cincuenta años siendo ama, decía que el océano era el mundo de las mujeres. Y que, cuando ella estaba ahí abajo, en la soledad y ese silencio era cuando descubría quién era ella realmente. Estas dos frases fueron las que me llevaron a escribir.
¿Se puede hablar y contar todo en la literatura dirigida a niños y adolescentes?
Hay que encontrar la forma en la que hacerlo, adecuarla a su nivel madurativo y emocional, pero se puede hablar de todo. Es más, a ellos les interesa casi todo. En general, los niños, adolescentes y jóvenes quieren saber de verdad lo que pasa en el mundo. Por eso tenemos que ser honestos y escribir desde la verdad. No contar un mundo que luego no se van a encontrar, porque además eso es muy dañino. Meterles en una burbuja y hablarles de mundos que no son verdad. No se puede mentir. Otra cosa es la forma en que lo cuentas, exhibes y muestras.
Los niños, adolescentes y jóvenes quieren saber lo que pasa en el mundo. Por eso tenemos que ser honestos y escribir desde la verdad. No meterles en una burbuja y contar un mundo que luego no se van a encontrar, porque además eso es muy dañino. No se puede mentir
¿Qué tal se llevan entre sí los escritores de literatura infantil y juvenil?
El mundo de la literatura infantil es muy amable, muy bonito. Muchísimos de los escritores, ilustradores, editores nos conocemos. Nos leemos, nos caemos bien, tanto hombres como mujeres. Chiki Fabregat nos llama “la aldea gala”. Estamos resistiendo en nuestro mundo feliz frente a los romanos que están peleándose entre sí, que pertenecen a la literatura de adultos.
Supongo que tiene su razón de ser, y es que la literatura infantil y juvenil es un poco como la hermana pequeña de la literatura. Entonces no hay grandes egos como en la de adultos, o entre los poetas, porque realmente a los niños no les importa el escritor, les importa el libro. Lo importante son los libros, no las personas que estamos detrás. El hecho de no haber esos grandes egos, y el que no se nos desprecie, pero sí se nos invisibilice en algunos medios, hace que estemos más unidos. Y eso está muy bien.