Gata Cattana irradiaba fuerza y poderío, era puro derroche de talento sobre el escenario. Rapeaba desafiante mientras se abría paso, con el arrojo de quien porta un arma, en el panorama musical español. Pero también era Ana Isabel García Llorente, una estudiante brillante, deseosa por absorber nuevos conocimientos, una niña que desde muy pequeña pasaba horas haciendo manualidades y llenando cuadernos a lápiz. Sus dos pasiones siempre fueron la música y la escritura; ella nunca supo cuál vino antes.
Así la recuerda su madre, Ana Llorente, al hablar con elDiario.es sobre No vine a ser carne (Aguilar), un compendio de poemas y textos inéditos publicados tres años después del fallecimiento de la artista, que murió de un choque anafiláctico en marzo de 2017, a punto de cumplir los 26 años. “Me ha costado, es algo que atesoras y no puedo saber si a ella le interesaría sacarlo”, explica desde Adamuz, Córdoba, donde nació y vivió su hija hasta que se mudó en 2010 a Granada para estudiar Ciencias Políticas.
Pese al miedo a que los textos, algunos pertenecientes a la adolescencia, mostraran una versión “más inmadura” de Gata, finalmente se animó a compartirlos. “Para que se pierdan en un cajón y se mueran entre el polvo y el tedio, es mejor que se pueda disfrutar de ellos, tampoco me pertenecen”, afirma. No morirán, porque Gata Cattana continúa presente: Banzai, su primer largo tras tres EPs, acumula casi un millón y medio de reproducciones en Youtube, y su primer poemario, La escala de Mohs (2016), ha sido reeditado dos veces. En 2021 saldrá a la luz el documental Eterna, un homenaje dirigido por el cineasta Juan Manuel Sayalonga.
Cultura y revolución
“Aprendí a implicarme con los otros, los que no son como yo, a implicarme hasta el fondo, hasta donde duele. Aprendí incluso a ser simpática y a aproximarme al dolor ajeno”, expresa la artista en uno de los textos, donde narra el reencuentro con un compañero que sufrió acoso escolar. Ella, que tampoco quería que su música y sus poemas “fueran un panfleto”, en palabras de su madre, evidencia desde sus escritos más tempranos el interés por denunciar las injusticias sociales. Siempre “en contra de valores absolutos. / A favor de la imaginación, / que es un término medio”.
En No vine a ser carne podemos imaginarnos a la Ana más joven, aquella adolescente curiosa que se interesó primero por el flamenco y después por el rap y el poetry slam, que amaba el griego y el latín —las referencias a la Antigüedad Clásica y su mitología son una constante en su obra— y no sabía si estudiar Filología, Literatura, Filosofía o Historia. “Absorbía las clases, todo le encantaba, era un torbellino”, rememora su madre. “Encontró su piedra filosofal, las Ciencias Políticas, yo le decía que era la defensora de las causas perdidas”.
Durante sus años en Granada, Ana Sforza, otro de sus nombres artísticos, siguió moldeando una visión crítica de la realidad. Prueba de ello son textos como Acerca del hembrismo y otros delirios, en el que arremete contra quienes tildan a las feministas de radicales, pues “no existe ninguna teoría que pretenda institucionalizar una relación de superioridad frente al hombre”. La autora reflexiona sobre las actitudes machistas que se dan en los espacios de activismo, supuestamente libres de toda opresión: “los mismos que reivindican el fin de la explotación y la sumisión de la clase proletaria en algunos casos son los opresores de las compañeras”, denuncia. “Llegados a este punto, la conclusión es clara: lo tenemos jodido”.
Los valores feministas, asegura Ana Llorente, los traía aprendidos de casa: “Mami que voy pa' la mani / Que a lo mejor ya no vuelvo / Porque ahora soy terrorista / Si estoy sentaita gritando en el suelo”, decía en una de sus canciones. Su madre muchas veces le recriminaba que tuviera que “estar en todo”, pero ella sabía que era tan importante pisar las calles como seguir formándose. “Hablen de feminismo con conocimiento de causa, con libros, con citas y con nombres”, pide la artista en No vine a ser carne. “Y si alguna vez negociamos un mundo nuevo, queremos café para todos y todas, que ya van muchos siglos fregando las tazas”.
Precisamente, sobre tazas y platos apilados escribe Gata al evocar el ambiente de su piso de estudiantes. Cuenta que se sentaba al atardecer a componer poemas, en una habitación “decorada con pañuelos árabes y pósteres”, análoga a la de muchos otros universitarios. “Allí era imposible la soledad y el retiro”, dice, pero no es un lamento. En aquel pequeño caos de “ilusos e inconformistas” asegura haber pasado los días más felices de su vida. Algo que corrobora su madre: “Me decía que algún día tenía que volver a Granada, que sería feliz si pudiera instalarse allí y escribir”.
Ayudar incluso sin estar
Su repentina muerte, días antes de grabar el vídeo promocional de Banzai, le impidió disfrutar de la trayectoria de su primer LP y recoger los premios MIN al Mejor Artista Emergente (2017) y al Mejor Álbum de Hip Hop y Músicas Urbanas (2018). “Ella ya no estaba para abanderarlo, pero fue un descanso poder sacar el disco a la luz”, afirma Ana Llorente, y agradece que tantas personas empujaran y continuaran creyendo en el trabajo de su hija. “Cuando veo que la echa de menos gente que no la ha conocido, que su granito de arena puede ayudar a otros, eso es lo que me hace a seguir”.
Es innecesario entrar en comparaciones para alabar las creaciones de la artista: conseguía ser original sin renunciar a sus múltiples referentes, ponía en diálogo la mitología clásica con la cultura andaluza, el hip-hop con la electrónica y el flamenco. “Para tener algo en esta vida hay que ser curiosa”, era uno de sus lemas. Una curiosidad que se siente en la voluntad por transitar distintos géneros musicales y literarios e indagar en imaginarios que van de lo académico a lo popular. Hay otra máxima que, según su madre, Ana siempre repetía, y que ha tomado cuerpo con su partida: “Se puede ayudar incluso sin estar”.
“Después de todo, tengo suerte: la veo todos los días, cantando, recitando, escribiendo, disfrutando, haciendo lo que más le gustaba”, concluye Ana Llorente. En Me despido, último poema seleccionado para la antología, Gata Cattana escribe de forma casi premonitoria: “Me voy como lo que vine / como la antítesis de lo ario, de lo puro” (...) Quedará un yo, ese yo que solo aparecerá / con un olor, con una risa, una nota, / un litro, una persona, un ruido, un silencio, / y, lo más importante, un pensamiento“.