Por qué nunca ha habido en la historia una muerte de lenguas tan masiva como ahora
Cada tres meses muere una lengua en el mundo y, dentro de cien años, se habrá extinguido la mitad de las que existen hoy en día. Una pérdida sangrante, que en realidad no es una pérdida. Las lenguas no desaparecen solas ni se extinguen por casualidad. Su aniquilación tiene unas consecuencias irreversibles, y eminentemente políticas. Estos preocupantes datos pertenecen al Catálogo de Lenguas Amenazadas de la Universidad de Hawái y a la UNESCO; y han sido recogidos en ÄÄ: manifiestos sobre la diversidad lingüística (Almadía) publicado por la lingüista, escritora y traductora mexicana Yásnaya E. Aguilar.
El volumen es una compilación de textos en los que la también investigadora expone las causas de esta sangría, así como las posibilidades y la urgencia de revertirla. Con ellos denuncia igualmente la violencia estructural que los gobiernos centrales han ejercido sobre los hablantes de lenguas originarias –que pueden ir desde el mixe o el zapoteco de México al vasco o catalán– mediante políticas que les han restado valor en favor de una lengua única: el castellano.
“Nunca en la historia ha habido una muerte de lenguas tan masiva”, advierte la autora a este periódico. Aguilar explica que hay quienes consideran que la aceleración de este proceso tiene que ver con la globalización. “Hay lenguas más funcionales y otras menos útiles, que son por las que suele decantarse la gente. Pero hay muchas evidencias de que esto es falso. Supongamos la existencia de lenguas vehiculares, aquellas que se usarían en un contexto donde se hablaran varias. El latín lo fue durante mucho tiempo y eso no provocó que el resto se murieran”, señala recordando que en el cerebro pueden convivir varias sin problema.
La traductora comenta que, atendiendo a esta postura, el danés debería estar desapareciendo porque “tiene cuatro veces menos hablantes que una lengua indígena como el yoruba”. “¿Por qué no ha sido eliminada en favor del inglés? Porque tiene un Estado detrás. Desde hace 200 años el mundo se dividió en Estados nación, que son sistemas sociopolíticos obsesionados con que en cada país se hable una lengua, la oficial. Y no solo se apoyó una lengua, sino que se combatió activamente cualquier otra. Pasó en Francia, Noruega y México”, defiende, “no es que las lenguas estén muriendo, sino que el modelo Estado nación las ha estado matando activamente con dinero público y proyectos oficiales durante mucho tiempo”.
Aguilar pone como ejemplo prácticas llevadas a cabo en su país, como “haber dado claras instrucciones a los profesores para borrar las lenguas ejerciendo violencia sobre la población infantil”.
Las lenguas no están muriendo, el modelo estado nación las ha estado matando activamente con dinero público y proyectos oficiales durante mucho tiempo
La lingüista opina que esta invisibilización ha sido sistemática. “De niña sabía que existía España pero no que se hablaran otras lenguas. Cuando supe que en Francia se habían hablado más de diez o que en Estados Unidos hay más de 140 lenguas indígenas, me quedé en shock. Vayas donde vayas, lo normal es que haya diversidad lingüística, pero siempre pensamos que solo se hablan una o dos lenguas”, comparte.
Ahora bien, ¿quién gana con ello? La autora afirma que hay un componente intrínseco de querer “simplificar los procesos de control administrativo, en vez de aceptar que hay muchas culturas, formas de hacer justicia y de gestionar la educación. Que haya una sola lengua es más funcional para la explotación capitalista”. Otro de los problemas señalados por la investigadora tiene que ver con el racismo, ya que “la categoría en sí de indígena está racializada”.
Las lenguas también tienen derechos
Uno de los textos incorporados en el libro es una carta ficticia a los Reyes Magos escrita por las lenguas indígenas, en la que señalan que llevan más de 500 años portándose muy bien “a pesar de las circunstancias”. Entre sus peticiones está que sus Majestades traigan paz para que puedan convivir a gusto con el español: “Esa lengua que nos cae bien pero sospechamos que la obligan a empujarnos”. En la nota solicitan ir a la escuela: “Podemos llevar nuestra mochila llena de curiosidades sonoras. No nos gusta que los niños nos tenga que ocultar en el salón, a muchos todavía los castigan cuando conviven con nosotros en sus aulas”.
También solicitan libros e imprentas, un ordenador con acceso a internet para estar presentes en la red y el don de la ubicuidad. “Queremos estar en todos lados, en los hospitales, en los juzgados, en las plazas, salir en la tele y en la radio”, añaden. Como colofón, explican que, en última esencia, lo que quieren son “todos los juguetes que tienen las lenguas como el alemán, el inglés o el japonés”. “Todas somos lenguas, todas tenemos los mismos derechos”, concluyen.
Aguilar aboga porque “una sociedad justa necesita, necesariamente, el multilingüismo. Lo otro es un modelo absolutista, controlador y fascista”. A la vez, lamenta que en ningún momento se contemplen las ventajas a nivel cognitivo, cultural y de entendimiento social que comporta hablar varias lenguas: “Es una lástima que teniendo una sociedad con textos multilingües se haya creado una que ahora es mayoritariamente monolingüe”. Coyuntura en la que, en el caso de México, se ve mermada por cómo la enseñanza del inglés es “un fracaso de la educación pública. Para poder hablar bien inglés tienes que pagar, y eso implica que haya un candado clasista de acceso al bilingüismo que lo incluya”.
Me interesa que las lenguas no se pierdan porque eso significaría que los derechos humanos y lingüísticos de esas poblaciones no están siendo violentados. Sin derechos lingüísticos, no hay derechos humanos
Más allá de las lenguas, Aguilar explica que lo que más le preocupa son sus hablantes, porque considera que la pérdida de estas es “síntoma de una violencia sostenida durante mucho tiempo”. “Imagina qué racismo y discriminación debe haber para que una madre decida no transmitir la lengua en la que se siente más cómoda a su hijo para evitarle la violencia que ella sufrió. Es una estrategia de supervivencia”, alerta.
“Me interesa que las lenguas no se pierdan porque eso significaría que los derechos humanos y lingüísticos de esas poblaciones no están siendo violentados. Porque sin derechos lingüísticos no hay derechos humanos”, afirma rotunda, “la pérdida de una lengua no afecta solo a la población a la que habla, es una pérdida para la humanidad entera y la posibilidad de construir sociedades más justas”. De hecho, critica que en México hay personas que no pueden gozar del derecho a un juicio justo sin tener intérprete: “Hay mucha gente en la cárcel que no sé ha enterado de qué fue su juicio”. Circunstancia que afecta en otros ámbitos como la sanidad o la educación.
Que se pierda una lengua no es cuestión de “orgullo”
En otro de los textos ÄÄ: manifiestos sobre la diversidad lingüística, Yásnaya rebate el argumento que de que el problema al que se enfrentan las lenguas es no estar siendo defendidas “con orgullo”. Un mensaje que se transmitió en una campaña del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas de México en 2014. “El orgullo puede estrechar lazos con la dignidad pero también con la soberbia o, en el peor de los casos, se utiliza como un parche emotivo que cubre una herida amplia y profunda. Un relleno que trata de compensar una carencia”, escribe Yásnaya en sus páginas.
Al ahondar sobre el tema, la escritora incide a este medio en cómo el mensaje que verdaderamente se estaba trasladando era: “Si se pierde una lengua es porque tú no estás orgulloso de ella”. Todo ello mientras “desde el otro lado”, se habían hecho “un montón de cosas para que dejaras de hablarla: golpearte en la escuela, insultarte en el metro u otras cosas que suceden cotidianamente”. “Cuando en mi infancia estaba en mi comunidad y nadie me impedía hablar mi lengua ni la asociaba a nada negativo, no estaba orgullosa de hablarla, sino contenta”, cuenta. “El orgullo no es la respuesta. La respuesta es el disfrute cotidiano, tan cotidiano que es imperceptible, tan imperceptible que el orgullo no tiene cabida”, razona.
En cuanto a la necesidad de ponerle apellidos a la literatura 'indígena' para tener un reconocimiento e incluso validación; Yásnaya reconoce que lleva tiempo “peleándose” con la citada categoría. Pero llegó a una conclusión: “Por más que no me autorreconociera en ella, no significaba que las violencias asociadas no operaran sobre mi persona. Es como si dijera 'ya no me gusta el capitalismo o el patriarcado, me voy a salir'. Ojalá pudiese ser una decisión”.
Aun así, aclara que indígena es una categoría política. “Significa que somos pueblos que hemos sido colonizados y que en los procesos de formación de Estados nación, quedamos encapsulados. Somos naciones sin Estado. Las hay que sí desean ser un Estado como Catalunya y otras que no porque pensamos que el problema es su creación”. Con este argumento sobre la mesa, la traductora valora que “decir literatura indígena no tiene sentido porque detrás de una lengua indígena, en México tienes once familias lingüísticas radicalmente distintas entre sí”. De ahí a que luchen porque los premios nacionales de literatura “se abran a toda la diversidad de las lenguas”. Y, en definitiva, lograr que estas perduren para que puedan seguir “construyéndole múltiples hogares al pensamiento”.
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