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Polos opuestos en la Feria del Libro: la jubilada “cansada” y el argentino “apasionado” que acaba de llegar

Pepa Arteaga, librera a punto de jubilarse, y Federico Gabari, recién llegado a la Feria

Mónica Zas Marcos

2 de junio de 2022 22:45 h

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Dos generaciones se dan el relevo en la Feria del Libro 2022: los que se marchan para siempre y los que se acaban de estrenar. El vacío más llamativo en la próxima edición será el de Pepa Arteaga, encargada de la librería Miraguano que lleva 45 años subiendo la persiana y que se retira a finales de este mes. Su hemeroteca en la Feria de Madrid contrasta con la de quienes aún tienen este inventario en blanco, como La Mistral. Una librería que acaba de debutar en el evento madrileño, pero cuyos sus responsables no son precisamente unos novatos.

Al frente de La Mistral está Andrea Stefanoni, gerente hasta hace un año del Ateneo de Buenos Aires, la librería comercial más bella del mundo. A unas casetas de distancia, ella y Arteaga, dos mujeres con pasión y pericia en el mundo literario, representan las dos caras de la misma moneda. Como alguien se tenía que quedar en la tienda, la caseta 142 de La Mistral la atiende el librero Federico Gabari, mano derecha de Stefanoni.

“Teníamos muchas ganas de estar acá porque el año pasado no llegamos a tiempo”, desvela el argentino con una amplia sonrisa. Al otro lado, en la caseta 206, Pepa Arteaga reconoce que “está ya cansada”, pero que la decisión de jubilarse también le da “un poco de vértigo”. “Llevo 44 Ferias del Libro desde el año 1977, cuando mi marido y yo abrimos Miraguano. He vivido la transformación del país a través de este parque”, señala.

Arteaga y su pareja decidieron abrir una librería en plena Transición por un motivo personal y otro político. Se conocieron en una del barrio madrileño de La Concepción y supieron desde muy jóvenes que querían trabajar entre libros. Por otro lado, fue una cuestión de convicciones: “Éramos militantes, no de partidos concretos, pero sí de una ideología. En ese momento había una gran necesidad de libertad, de cambio, transformación y de rebeldía juvenil”, recuerda la librera. Todo ello cristalizó en su tienda de la calle Hermosilla.

La librería Miraguano no tuvo un inicio fácil. Al principio iban a las llamadas ferias “populares”, que dependían de la Nacional del Libro, pero no les dejaron entrar en la del Retiro hasta 1980 “por rojos”. Ese año, además, sucedió algo que quedó grabado en la memoria de Pepa Arteaga como uno de los episodios más difíciles de la Feria.

“Se publicó El libro rojo del cole, pero a alguien se le cruzó y lo prohibieron. La respuesta fue hacer una edición conjunta y traerla. Recuerdo que vino la policía, registró casetas y detuvo a muchos compañeros, entre ellos mi marido. Les multaron, hicimos una colecta y cerramos la Feria dos días en señal de protesta”, rememora. El segundo año más complicado para ella fue 2021: “Emocionalmente difícil fue la del año pasado con el aforo, las mascarillas, el gel y esa inseguridad”.

El contexto de la apertura de La Mistral tampoco fue el más halagüeño. Cuando Andrea Stefanoni aterrizó en Madrid, aún había toque de queda. Muchas librerías sufrían las consecuencias de la pandemia, donde los vendedores online coparon gran parte del mercado. La parte buena fue que los alquileres prohibitivos del centro de la capital habían bajado y eso les consiguió hacerse con un enclave de lujo. “Fue una apuesta de todos los de La Mistral. Yo me cambié de ciudad y Andrea dejó su país. No te haces librero para hacerte rico, sino porque te apasiona. Así que estar aquí es un sueño”, admite Federico.

“La profesión del librero ha cambiado mucho, ya no tiene esa intensidad. Ahora es menos política que hace 40 años porque nos hemos ido hacia el disfrute y la literatura. Ha cambiado tanto como nuestra sociedad”, aclara Pepa Arteaga. Comparte con su compañero que “el del libro no es un mundo para hacerte rico, pero está lleno de sorpresas y de cosas muy gratificantes”. Por eso le va a costar distanciarse: “Es muy adictivo”.

Los desafíos para los nuevos

Para el paseante es un disfrute, pero para los que cada día abren las casetas, los 20 días de feria pesan como una maratón. Para aguantarlos y sacar beneficio de la experiencia, Pepa Arteaga recomienda a los recién llegados “mucho trabajo, vocación y dedicación en horas”. “Les deseo todas mis bendiciones”, bromea la librera. Sobre todo es importante “elegir muy bien los libros que traes, que los hayas leído y que los puedas recomendar”.

Como libreros versados en el negocio, los de La Mistral creen que precisamente ese es el secreto de su éxito. “Nosotros apuntamos mucho a las recomendaciones y trabajamos con fondo, con libros que pueden llevar diez años publicados. No nos dejamos llevar solo por novedades o best sellers, y eso hace que la gente se acerque a la caseta”, recalca Gabari. También se enorgullecen de poner en primera fila a editoriales independientes o sus gustos personales: “Me he revisado miles de libros uno a uno. Es difícil porque cuesta mucho elegir qué sí y qué no, sobre todo cuando en España salen cosas lindas cada semana”.

Entre las joyas de su caseta destaca a Cristina Peri Rossi –“qué más decir, Premio Cervantes y su poesía es increíble”–; a su número uno, Las primas, de Aurora Venturini, –“la perra de la casa (una labrador preciosa) se llama Aurora por ella”–; y lanzamientos recientes como Carcoma, de Layla Martínez, y Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur –“te habla de un tema medio tabú como la muerte de manera magistral y dulce”–.

Pepa Arteaga cree que esa es la gran diferencia entre sus stands y los de las grandes cadenas. “Puede haber algún encargado más o menos librero y listo, pero la mayoría son contratados que no saben ni lo que tienen, no se lo han leído y cuando les piden recomendaciones cogen lo primero que pillan”, dice la veterana.

Ruega que los libreros que vienen se aseguren de defender la ley del precio fijo de los libros, algo que Amazon y las otras empresas de venta online están intentando quebrar. “Sería la destrucción de las librerías. Las pequeñas y medianas, cerramos”, asegura.

También incide en que la Feria del Libro es un evento privado que “cae sobre los hombros del Gremio de Libreros”, que son los que pagan “las casetas, la electricidad y el wifi”, y sobre los patrocinios. “Del millón que cuesta organizarla, la Comunidad subvenciona con 50 o 60 mil euros, que no es un dispendio, y el Ayuntamiento saca pecho por cedernos el Retiro”, se lamenta. Esa es la razón de que la cuota para alquilar una caseta sea tan alta: en torno a 1.600 euros para los libreros y 2.400 euros para los editores. “Es un esfuerzo, pero si sabes trabajar un poco la feria, lo compensas”, asegura.

La Mistral sabe de sobra que ha aterrizado en un evento donde la Fnac o La Casa del Libro ganan en publicidad, metros cuadrados y catálogo. Pero les diferencia que “hay una mente detrás de todo este proyecto”. De momento, todo lo que destacan es bueno. “En Buenos Aires he estado en otras Ferias del Libro, pero nunca en un parque. Los árboles, que corra aire y el hecho de que sea un paseo, hacen que la palabra 'feria' cobre todo el significado”, destaca Federico.

En 40 años de historia se pueden acumular buenas y malas experiencias, imprevistos que salen caros –a la Librería Miraguano se les ha caído la firma de libros de María Dueñas en el último momento– y mucho cansancio. Pero Pepa Arteaga concluye con una reflexión optimista: “La Feria es una fiesta maravillosa. En esta isla del centro de Madrid te reúnes con los autores que adoras, conoces a los editores con los que hablas y charlas con nuevos lectores. Es precioso”.

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